Misterio en la mansión Santana

Marlene

—¡Qué día! — exclamó José Eduardo mientras salía de la oficina. Él detestaba su trabajo, decía que su sueño era ser piloto de carreras y no trabajar como contador. Decía también que esa profesión era aburrida, que él era un hombre de acción, amante de la adrenalina. —¿Nos vamos? —preguntó mientras los demás lo veíamos de manera extraña, pues actuaba diferente como si tramara algo.

—Recuerden empacar solo lo necesario, será únicamente un fin de semana en casa de los Santana. —comentó Omar mientras giraba la llave para encender el auto —¡Nos vamos!

Ese día, Omar nos llevó a casa. Uno a uno, de forma segura y sin gastar un centavo en taxi o autobús, retornamos a nuestros hogares y empacamos lo que íbamos a necesitar durante la corta estadía en la casa de nuestro jefe.

Esa misma noche, cuando terminé de empacar, mi esposo entró a la habitación y me miró con ternura. Yo cerraba la maleta mientras volteaba a verlo —¿Estarás bien? —preguntó.

A paso lento me acerqué a él diciendo —Solo será el fin de semana, regresaré a casa sana y salva.

A mi esposo no le agradaba mucho la idea de pasar el fin de semana en casa del señor Santana. Pero serían ingresos extra por cuidar su hogar junto a mis compañeros. Pues, él no confiaba en nadie más.

—Solo te pido que me llames con frecuencia — me suplicó David —Sonia y yo te esperaremos.

Supe en ese instante que mi esposo tenía un mal presentimiento. Se notaba inquieto mientras que la pequeña Sonia le daba suaves palmaditas en el rostro. Era obvio, yo tenía cuatro meses de embarazo y David se preocupaba mucho por mi bienestar, como todo buen esposo.

Al día siguiente, aquella mañana del nueve de octubre de 2010, Omar llegó por mí. Pude ver que Martina y Jose Eduardo estaban a bordo, solo faltaban Vanessa y Analía, y estaríamos completos.

De camino a la casa de los Santana, José Eduardo llamó en múltiples ocasiones a Analía. Para nuestra sorpresa, ella y Vanessa ya se encontraban en la entrada principal despidiéndose de nuestro jefe y su familia. Lo extraño es que junto a ellas, habían dos sujetos que no eran de la compañía, o eso creíamos pues nadie los conocía.

Omar estacionó el auto junto al de Vanessa y lentamente bajamos del vehículo. Saludamos un tanto desconfiados, pero a la vez intentamos identificarlos.

—No se alarmen —expresó Martina —ellos son Leonel y Junior, de recursos humanos.

Al menos yo seguía sin saber de ellos, pero Omar y Analía dijeron reconocerlos. Por otro lado, José Eduardo no paraba de fruncir el ceño ante la presencia de esos sujetos.

—Entremos ya, que en un rato aumentará la temperatura —manifestó Analía mientras daba unos cuantos pasos hasta llegar a la entrada.

Detrás de Analía siguieron Martina, Vanessa y los demás. Pero, José Eduardo y yo nos quedamos afuera un poco más. Pude ver que mi compañero estaba inquieto, razón por la cual le pregunté si todo estaba bien. Su silencio comenzó a inquietarme, no dejaba de mirar a lo lejos. Nuevamente le pregunté si todo estaba bien, a lo que José Eduardo respondió —Tengo un mal presentimiento —suspiró —Marlene, debes cuidar tu espalda.

—José, me estás asustando y en este estado no puedo soportar algo así —dije señalando mi vientre.

—Por esa misma razón te advierto que debes cuidarte —en ese instante José Eduardo volteó a mirar la enorme mansión y continuó diciendo —hay algo en este lugar que no me agrada.

—¿Qué puede pasar? Estamos entre compañeros —sonreí.

En primer lugar, jamás debí ignorar la advertencia de José. Debí rechazar la propuesta del señor Santana, pero ¿Quién iba a saber que al interior de aquella mansión sucedería algo verdaderamente aterrador? ¡Carajo! Maldita sea la hora en la que acudí al llamado del jefe para hacer parte de esto.




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