Misterio en la mansión Santana

Omar

Ya estábamos hartos de soportar aquel infierno al interior de la casa de los Santana. Así que pensamos en defendernos así destruyeramos todo a nuestro paso. Por fin Marlene salió del lugar, me sentía muy aliviado de que su esposo llegara por ella justo a tiempo.

Esperamos ansiosos por la noche, ya que a eso de las once era que el intruso comenzaba a atormentarnos con más frecuencia si así se puede decir. Recuerdo que por primera vez no sentíamos ganas de ver películas ni de hacer nada más. Solo sonaba “Put your head on my shoulders” de Paul Anka en toda la casa.

Aquella canción era nuestra única compañía y por muy extraño que parezca, le daba un toque aterrador al entorno. Tal vez era por la melodía, pero nada podíamos hacer. De algún modo debíamos calmarnos y llenarnos de valor al mismo tiempo.

Nos esparcimos por toda la casa para buscar al imbécil que nos vigilaba. Nunca me sentí tan enojado como aquella noche porque de verdad, estaba harto de todo.

La hora de la verdad estaba cerca y a su vez, la tragedia que estaba por cambiar todo al interior de la casa. La muerte nos respiraba en la nuca, uno de nosotros iba a perecer esa noche, pero ¿quién? ¿Cómo?

Las paredes parecían reírse de nosotros, es como si el diablo estuviera presente en el lugar jugando al gato y al ratón con nosotros. Me sentía como quien juega a la ruleta rusa, dominado por el suspenso, el terror, la zozobra.

Desde lejos escuchaba a mis compañeros; algunos hablaban para dar señales de vida, otros pisaban fuerte, se hablaban entre sí por medio de los teléfonos para saber en donde estaban los demás y qué habían visto u encontrado.

—¡Aparece, infeliz! —exclamé —¡Vamos! ¡Pelea como hombre!

La adrenalina y las ganas de golpearlo me dominaban sobremanera. Le hablaba a las paredes porque sabía que me escuchaba y por eso lo retaba a dar la cara.

De pronto, la casa se sumergió en una oscuridad absoluta. Todos gritamos aterrados por el repentino apagón en la mansión. Así anduvimos por casi cuarenta minutos. Todos nos reunimos nuevamente en la sala de estar para asegurarnos de estar completos, sanos y salvos.

Afortunadamente, todos estábamos allí.

—¿Alguien encontró algo? —pregunté.

Todos negaron haber visto al intruso, pero acordaron sentirse observados todo el tiempo desde el interior de las paredes.

Los cuadros parecían cobrar vida, los ojos parecían cambiar de posición como si nos estuvieran mirando. Nuevamente, las paredes parecían cobrar vida y desde el interior se escuchaban pequeños golpes como si algo se desplazara del otro lado.

—¡Maldita sea! ¡Estoy perdiendo la cordura! —gritó José Eduardo.

—¡Silencio! —susurró Martina —¿Escuchan eso?

Todos guardamos silencio para escuchar aquel sonido perceptible ante los oídos de nuestra compañera. De pronto, la melodía de una caja musical recorría el interior de la mansión. Era tan infernal que me aterraba escuchar esa cosa.

—¿Qué carajos pasa en esta casa? —cuestionó Leonel —ya esto no me agrada.

—Tienes razón, vámonos de este maldito lugar —dijo José Eduardo y añadió —que se jodan los Santana y su mansión embrujada.

Fuimos en grupo de cuarto en cuarto recogiendo nuestras pertenencias y cuando nos dirigimos a la entrada principal, un fuerte golpe detrás de nosotros nos asustó. De pronto, los jarrones chinos que adornaban la sala comenzaron a caer sin motivo aparente. No había viento, las ventanas estaban cerradas y la puerta principal no quería abrir. Alguien la cerró desde afuera y ahora estábamos en serios problemas por no haber salido de allí cuando tuvimos la oportunidad.

—¡Joder! ¡Mierda! —grité cegado del miedo y a la vez de rabia —¿Qué quieres de nosotros? Si te molesta que estemos aquí, pues bien, ganaste. Nos largamos.

Una extraña risa diabólica emanaba de las paredes lo que nos hizo estremecer. Parecía un demonio al acecho queriendo hacernos daño, y pensar que tratamos a nuestra compañera de loca cuando nos habló de que cosas paranormales pasaban dentro de la casa.




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