Misterio en la mansión Santana

Martina

Allí estábamos, muertos de miedo ante lo desconocido acechando desde la oscuridad y quién sabe desde qué rincón de la casa. En medio de nuestra desesperación, en lugar de permanecer juntos, nos separamos buscando otra salida y quien encontrara alguna le avisaba al resto.

Para ello, Analía creó un grupo de divulgación para que todos estuviéramos en contacto.

Recuerdo que corrí hacia la segunda planta, no sé por qué demonios hice eso, pero me arrepentí sobremanera cuando comencé a tener esa horrible sensación de ser observada o perseguida desde las sombras.

Por cada paso que daba y de manera inerte, miraba hacia atrás para ver si lograba ver a alguien siguiéndome. De pronto, sentí pasos pesados a varios metros de distancia y tuve que desviarme hacia un cuarto que había al fondo del pasillo.

Aquel cuarto estaba lleno de muebles cubiertos por mantos blancos y rojo escarlata. Rápidamente me escondí en un clóset estilo victoriano y permanecí allí por casi media hora.

Quien sea que estaba siguiéndome había entrado al cuarto justo cuando cerré el clóset y lo escuché recorrer el interior del lugar. Sentí como sus pasos se acercaban y alejaban dependiendo de su ubicación, por lo que tuve que calmarme y permanecer quieta para evitar delatar mi escondite.

Mentalmente recé todo lo que sabía, con la esperanza de que algún ser celestial o mis compañeros llegaran en mi rescate. No me atrevía a usar el teléfono, el cuál estaba en silencioso, no entiendo por qué no pedí ayuda. Quizá fue porque pensé que tal vez ese súbdito de satanás podía ver la luz de mi teléfono en ese momento.

De pronto sentí que todo estaba en completa calma, por lo que rápidamente salí corriendo lo más rápido que pude. Sujeté el gas pimienta con fuerza por si las cosas se salían de control, grité pidiendo auxilio y pude escuchar a mis dos compañeras subir por las escaleras; Analía y Vanessa.

Ambas vieron la sombra de aquel sujeto huir del pasillo ocultándose en la habitación de donde salí.

—¿Quién era? —cuestionó Vanessa —¿pudiste verlo?

—No, pero es enorme —respondí —más de lo que recuerdo. Tiene más o menos la estatura de Jose Eduardo.

Cuando bajamos, nos cansamos de llamar a los chicos, solo aparecieron Leonel y Junior, pero Omar y Jose Eduardo no estaban.

Les conté mi experiencia y allí todo cambió cuando Omar apareció. Minutos después llegó Jose Eduardo, pero ahora nadie confiaba en nadie y las cosas se complicaron para todos. Solo pude confiar en Vanessa y Analía, pero no me sentía segura con los muchachos a pesar de todo lo que estábamos padeciendo.

—Casualmente mide lo mismo que ustedes dos y tardaron en responder a mi llamado. —juzgué —¿Se puede saber en dónde estaban?

—Por si lo olvidas, mira el tamaño de esta mansión. —respondió Omar enojado ante mi acusación —¿qué estás insinuando?

—Ustedes desaparecen y aparece el intruso persiguiendo a Martina. —intervino Analía —es sospechoso que tardaron en regresar aun cuando Leonel y Junior estaban incluso más lejos que ustedes dos.

—Estábamos juntos la primera vez que ella lo vió —habló José Eduardo —¿De verdad creen que puede ser alguno de nosotros? ¿por qué razón querríamos hacerle daño a Martina?

—Venganza, tal vez —respondí —por lo que pasó en la fiesta de año nuevo de la empresa.

—¿De qué hablas? —cuestionó José Eduardo —¿de aquel rumor? ¿Es eso?

Me quedé anonadada al ver que no tenía idea de lo que hablaba, pero pasaron tantas cosas que pensé que tal vez quería vengarse de mí al interior de la casa de los Santana.

Ya no me sentía segura con nadie a mi alrededor, así que nuevamente, armados hasta los dientes nos separamos y cada quien buscaría la forma de salir con vida de aquel lugar.

Olvidé por completo el significado de compañerismo y solo pensé en mí. Busqué la salida desesperadamente, pues la puerta principal seguía sellada y nadie hallaba la forma de abrirla. Fue entonces que, se me ocurrió salir por la cocina, pero para ello debía romper el enorme ventanal que apuntaba hacia el patio.

Me armé de valor y me dispuse a llegar hasta aquel rincón de la casa en donde, con un extintor en mis manos, corrí para hacer trizas el vidrio, levanté el extintor y de pronto sentí un fuerte dolor en la espalda.

Caí al suelo agonizando y gimiendo de dolor, mi vista comenzó a nublarse y sentí como la humedad se esparcía por mi cuerpo. Poco a poco, mi respiración fue cortándose hasta que, estando rodeada por un charco de sangre, y a pesar de ver borroso, logré vislumbrar el rostro pálido de aquel hombre.

—Maldito seas —dije con mi último aliento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.