Misterio en la mansión Santana

Junior

Corría por la planta alta buscando salir de aquel maldito lugar hasta que pensé en salir por la cocina. De camino, encontré un barrote de metal de unos cinco centímetros de grosor y un metro de largo. Era un barrote de aluminio bastante pesado, pero me serviría para defenderme en caso de encontrarme con el lunático que estaba con nosotros en casa.

Ahora no tenía idea de quién podía ser, si se trataba de alguno de mis compañeros, o si de verdad era alguien ajeno a nosotros. Bajé por la escalera y vi una enorme sombra correr por la sala perdiéndose entre las paredes en medio de la oscuridad.

—¡Hey! —grité en mi intento por alcanzarlo y detenerlo con un fuerte porrazo.

Al perderlo de vista por completo, lo ignoré y entré a la cocina encontrándome con el cadáver de Martina en el piso. Rápidamente escribí en el grupo y solo respondió Vanessa.

Dos minutos después estaban las dos mujeres allí mirando a Martina, muertas de miedo y llorando desconsoladas al verla, se preguntaban quién había cometido semejante atrocidad.

Alumbrando con la linterna para ver si podía encontrar algo, me percaté que hacía falta un cuchillo y que pudo ser el arma homicida.

—Tenemos que salir de aquí lo antes posible. —dije.

—¿Qué hay de los demás? —preguntó Analía

—Al demonio, vámonos de aquí.

Los tres salimos luego de romper el ventanal, pero no sin antes tomar objetos para defendernos por si nos encontrábamos con el asesino afuera. Por las acusaciones de Martina, comencé a sospechar de Omar o Jose Eduardo, pero debía ser muy cuidadoso con cada paso que daba o cada palabra que pronunciaba.

A lo lejos, Analía pudo ver a José Eduardo corriendo desesperado entre los arbustos pidiendo ayuda. Un hombre de estatura similar lo perseguía. De pronto, José nos vio y corrió hacia nosotros buscando refugio.

—¿Dónde está Omar? —preguntó horrorizado.

—No lo sabemos, ¿qué no estaba contigo todo este tiempo? —dije.

Fue entonces que todos miramos hacia la casa, pensando en que Omar podría ser el asesino, así que, propuse entrar para enfrentarlo.

—No creo que esa sea una buena idea —manifestó Vanessa —¿y si no es él?

—Entonces vamos a buscarlo, su vida corre peligro —comentó José Eduardo.

Claro que seguíamos un poco desconfiados, pero esta vez acordamos no separarnos y así cuidarnos entre nosotros.

Llenos de incertidumbre, entramos nuevamente a la casa. La oscuridad era indescriptible y solo la tenue luz de la luna entraba por la ventana que estaba a un costado de la escalera, casi en la planta alta.

En ese momento, comenzamos a llamar a Omar para ver si tal vez respondía. De pronto, mi teléfono vibró y vi que era un mensaje de Omar en el grupo diciendo que un hombre lo perseguía y que estaba escondido en el cine subterráneo.

Con mucha ligereza bajamos hasta el lugar. La puerta estaba sellada por lo que le avisamos a Omar que nos abriera.

Nuestro compañero tardó en abrirnos, rápidamente entramos y nos quedamos allí. Fue entonces que le contamos que Martina estaba muerta en la cocina y que un hombre perseguía a José. Omitimos describirlo físicamente para comprobar si él coincidía con las descripciones del sujeto luego de decirnos que lo había visto.

—El hijo de puta parece un albino poseído por el demonio —habló con desdén —es pálido, como si nunca viera la luz del sol. —Luego de un suspiro, añadió —pobre Martina, de haber salido de aquí desde un principio, ella seguiría con vida.

—Por suerte Marlene está lejos y a salvo junto a su familia —dije.

—Pudo ser ella —dijo Analía.

—O cualquiera de nosotros —habló José.

De pronto, unos fuertes golpes captaron nuestra atención.

—¡Ayuda! ¡Abran rápido!

Omar se levantó y rápidamente abrió la puerta —¡Leo!

Leonel entró con ligereza y Omar cerró la puerta al ver que aquel sujeto pálido venía tras él.

—¿Dónde estabas? —quise saber.

—Me oculté en el jardín delantero, el maldito cara pálida me encontró y corrió detrás de mí. Tiene un enorme cuchillo ensangrentado y casi me atrapa. —Luego de analizar al grupo, Leonel se dio cuenta de que no estábamos completos. —¿Y Martina?

Al ver nuestras caras largas, Leonel supo la respuesta.

—¡Maldita sea! —exclamó —¡Hijo de perra!

Una vez más, los fuertes golpes captaron nuestra atención, pero esta vez no provenían de la puerta sino que, provenían de las paredes. Una risa diabólica surgió de la nada y paralizados del miedo no sabíamos qué hacer.

De pronto, la electricidad regresó y el proyector del cine se encendió mostrando escenas aleatorias de clásicos del cine de terror.

—¿Qué carajos está pasando? —pregunté.

Era obvio que el asesino jugaba con nosotros y quería desestabilizarnos mentalmente. Por mi parte no lo estaba logrando, pero el compañero Omar parecía estar perdiendo la pelea.

Cegado del miedo, Omar abandonó el cine. Corrimos detrás de él para alcanzarlo y calmarlo, pero una vez más, la electricidad se fue dejando la mansión sumida en aquella horrible oscuridad.




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