Mitades imperfectas

CAPÍTULO 1. Distinta

La entrevista en la empresa Brown había sido todo un éxito. Annabelle estaba viviendo un total sueño, jamás hubiera pensado que trabajaría en aquella constructora apenas después de terminar sus estudios. El logro era para alegrarse.

Por otro lado, todavía no superaba lo que había experimentado en la cafetería en la tarde anterior, ni consideraba superarlo. Lo recordaba y podía sentir su piel estremecerse. Era jodidamente indescriptible lo que había sentido por un total desconocido. Y, sin embargo, quería verlo. Ansiaba verlo de nuevo. ¿Sería de Illinois o un extranjero? Había infinidad de respuestas.

Probablemente ese fuera el amor de su vida, su alma gemela, y el momento se lo había revelado. Ahora ella tenía que buscarlo. Lo que había experimentado se parecía mucho a un relato que había escrito hacía tiempo.

Un segundo en que te miré y tú me miraste bastó para que te amara, y estoy segura de que mil siglos no serán suficientes para olvidarte.

Te reconocí cuando nos miramos; cuando te toqué, vinieron a mi mente recuerdos —sentimientos, sensaciones— olvidados, como fulgores y chispazos de otras vidas.

En su tiempo libre disfrutaba de los versos; leer y escribir poesía era una de sus aficiones favoritas. Pero tal vez estaba exagerando. Lo que había sentido con aquel desconocido no podía ser comparado con lo que escribía, tal vez era una atracción, la atracción más potente de todas. Siempre le había gustado sentirse dueña de sí misma, de sus sentimientos, de su destino; por ello en muy raras ocasiones aceptaba que estaba enamorada, porque, al estar enamorada, ya no era tan dueña de sí misma, mucho menos, de sus sentimientos. Y eso era algo que no pensaba cambiar. Sus sueños más reveladores solo se plasmaban en sus poemas, y ahí los encerraba.

Ann soltó un suspiro y decidió concentrarse en la realidad, si es que quería actuar con coherencia y sentirse todavía dueña de sus pensamientos.

Su tía Amanda y su prima Marie estaban reunidas en su casa, como regularmente lo hacían, aunque en ese momento su nuevo trabajo era el motivo de su visita.

Ann se sentía muy orgullosa por lo conseguido y, por supuesto, muy agradecida con su prima y con su hermano. Aunque tenía que admitir que estaba bastante nerviosa al respecto; sin embargo, se sentía capaz de cualquier cosa. Una de sus cualidades era la confianza que tenía en sí misma en el ámbito laboral.

—Muchas felicidades, Ann, esta es una gran oportunidad en tu vida, debes aprovecharla al máximo —dijo su tía Amanda, la hermana mayor de las Jones. Su madre, Alejandra, era la menor.

—Gracias, tía, así será; no defraudaré a nadie —respondió Ann. Y en verdad que haría que se sintieran orgullosos. Ese nuevo empleo constituía mucho más de lo que su familia pensaba. Estaba dispuesta a ser distinta. Como antes, antes de que la muerte de su padre cambiara drásticamente su vida y su entorno. Ya había pasado así muchos años, era hora de cambiar. Tenía ganas de vivir con intensidad. Y ese nuevo trabajo le daba el impulso necesario. A las personas les costaba hacer un cambio drásticamente, pero ella ya lo había hecho, y ahora lo haría de nuevo. Pensaba que cuando se tiene el suficiente coraje y la ambición de hacer algo, todo es posible.

En su familia todos trabajaban. Alejandra, su madre, laboraba como doctora en un hospital, y Jeremy, su hermano, como abogado en su despacho personal. Tenían un estilo de vida de calidad, no les faltaba nada, al contrario, su vida era acomodada, pero ella jamás lo aparentaba. Con sus ahorros había comprado una vieja camioneta, a pesar de la insistencia de su madre y su hermano en comprarle un auto moderno. Nunca lo aceptaba. Le gustaba ser autosuficiente, ganarse las cosas por ella misma y gracias a su esfuerzo.

Annabelle no conocía al dueño de la empresa, había escuchado que el empresario era hostil y frío con todos sus empleados —un amigo cercano de Jeremy había trabajado en aquella empresa por algún tiempo—. Si su jefe resultaba ser como le habían contado, tendría que controlar su temperamento, si es que quería permanecer dentro de la compañía.

—Me pregunto si el dueño estará tan bueno como dicen... —murmuró Marie lamiéndose los labios. Ann escondió una sonrisa. Ella no era cotilla, y por ello no veía en revistas, foros o periódicos a las personas más importantes de la ciudad. Ella vivía en su propio mundo. Además, apenas había regresado de Colorado y casi sentía todo como nuevo.

—¿Lo has visto? —preguntó. Su prima sonrió de lado y asintió levemente con la cabeza.

—Por lo que he visto en revistas podría decir que sí, efectivamente, aunque… bueno… Ya lo conocerás tú misma —musitó Marie antes de tomar un trago de agua.

—Cierto —aseguró Ann.

—¿Saben cuál es su nombre? —intervino Amanda con interés en la conversación de las muchachas.

—Peter Brown —respondió Annabelle con recelo. Se lo había dicho su prima. Su tía asintió y siguió comiendo. Durante los siguientes segundos, Ann miró de soslayo a su hermano Jeremy, que parecía el único que no estaba disfrutando de la reunión. De hecho, mantenía una mueca desagradable en el rostro.

—¿Por qué tan serio, Jeremy? —preguntó Amanda frunciendo el ceño. El aludido se revolvió en su asiento incómodo. Se sabía que a él no le gustaban las reuniones familiares, aunque su hermana dudaba que ese fuera el motivo de su actitud.

—Por nada —refunfuñó Jeremy desviando la vista.

Annabelle insinuó por qué estaba así, al recordar que ese mismo día él tendría una cita. Su hermano mayor era todo un rompecorazones que podía conquistar a cualquier chica que se propusiera. Y el muy idiota —según el parecer de su hermana— prefería estar saliendo con chicas al por mayor que convivir con su familia.

—¿No te alegra, hermanito? —preguntó Ann inocentemente. La joven se rio entre dientes al ver la expresión malhumorada de su hermano. Ellos tenían una relación bastante cercana, a decir verdad, por lo que se hacían bromas la mayor parte del tiempo.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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