Después de decirle al jefe su edad, veintidós años, y él al mismo tiempo decir la suya, veintisiete años, sentada en esa silla, Annabelle no podía estar más nerviosa. Ese hombre que tenía delante era impresionante, algo tenía que desde la primera vez que lo vio no podía quitarle la vista de encima. Y es que la atracción seguía ahí, flotando en el aire que respiraba. Cada vez que él la sorprendía mirándolo, el aludido sonreía levemente y ella desviaba la mirada. Annabelle se aseguraba que él ya estaría acostumbrado y le estaría divirtiendo sobremanera que ella estuviera actuando de esa forma.
—¿Está de acuerdo con el sueldo ofrecido? —preguntó el hombre de exquisitos ojos azules. Bien, la muchacha se rendía con sus pensamientos. La jodida atracción estaba arruinando su presentación. ¿Por qué sentía eso? Había visto en su vida muchos hombres demasiado atractivos e imponentes, y con ninguno se había sentido tan ensimismada, tan perdida y, mucho menos, atraída. Ni siquiera sus antiguos novios alcanzaban ese nivel de atracción que hervía en ella. Estaba tan preocupada que olvidó lo que le había preguntado. ¡Dios! No estaba actuando con normalidad. No era ella. Ese vértigo de emociones nublaba su atención.
—Disculpe, no volverá a pasar. ¿Qué fue lo que me preguntó? —reaccionó Annabelle sin dejar entrever ninguna emoción, hasta donde fue capaz. Esperaba que el hombre no se molestara y ella le diera una mala impresión y, así, acabara rechazándola. La chica apretó los labios en una fina línea, y él alzó una ceja. De nuevo, el hombre posó su mirada en ella, y Ann pudo captar otra vez el brillo que había en sus ojos al mirarla. Pero no era un brillo como de una atracción emergente. Era más especial, como si no la estuviera mirando a ella solamente.
—¿Se encuentra bien, señorita? No la veo muy concentrada —musitó él con la voz aterciopelada.
—Eh, nada, solo que usted no es lo que esperaba, bueno yo... Lo vi en la cafetería hace algunos días, por eso estoy un poco sorprendida —comentó ella... ¡Cállate de una buena vez, Annabelle! ¡Vas a echar a perder la oportunidad de trabajar aquí como su asistente!, le gritó su fuero interno. Peter Brown no quitaba su mirada azul de ella y, en realidad, eso no le estaba ayudando demasiado.
—Entiendo. Tampoco usted es precisamente lo que esperaba... —musitó desviando la mirada. Ella no quería seguir con el tema ya que lo más seguro era que le terminaría diciendo todo lo que pensaba sobre él y sus ojos y la atracción que sentía cerca de él. Annabelle ladeó la cabeza, intentando recordar lo que él le había preguntado al principio, lo tenía en la punta de la lengua.
—Bueno, yo... —de repente lo recordó—. ¿Me había preguntado sobre el sueldo? —preguntó cambiando drásticamente el tema. Él abrió un poco más los ojos y sacudió la cabeza ligeramente. Parecía de pronto un tanto distraído. Se había perdido unos instantes en sus pensamientos.
—Sí, sobre eso, Annabelle —aclaró el señor Brown acariciando el nombre de ella con la lengua. Ann se reprendió a sí misma, ya hasta se estaba creando alucinaciones con ese hombre.
—Estoy de acuerdo, señor Brown.
De nuevo, pudo reconocer en los ojos azules del hombre lo especial que parecía mirarla. Se levantó de la silla. No sabía si eran imaginaciones suyas, pero sin duda sentía que la estaba viendo de una forma intensa y nostálgica, sí. Se sentía expuesta.
—Su oficina es la primera puerta a la derecha. Si necesita algo, llámeme desde el teléfono que está en el escritorio, y cuando yo la necesite, igualmente coja el teléfono con rapidez. Por ahora, tiene pequeños trabajos indicados en su ordenador, trate de hacerlos bien —le explicó con cordialidad. El hombre se levantó también y de nuevo ella se contuvo para no soltar un suspiro delatador. ¿Pero qué tiene ese hombre? ¿Qué come para ser tan jodidamente sexi? Intentó detener sus pensamientos ante la incoherencia de estos. ¿Acaso la comida te hace sexi?
Haciendo caso omiso de esas ideas, Ann se dio la vuelta mirándolo por última vez y, antes de que abriera la puerta para salir de aquella oficina, él habló.
—Le deseo suerte, señorita Jones —dijo con una sonrisa en los labios y con las manos metidas en los bolsillos.
—Gracias —murmuró ella sin aliento antes de salir.
Llegó a la pequeña oficina con el corazón desbocado. Abrió la puerta y la cerró tras de sí rápidamente. Annabelle recostó su espalda contra la puerta y se llevó las manos a la cabeza. ¿En verdad estaba sintiendo todo eso? Parecía irreal la atracción que surgía en ella, pero era real. Desde aquel segundo en la cafetería ya estaba perdida. Seguramente era un sueño de ella, ese hombre no podía ser real. Intentó pellizcarse, pero nada. Todo era real.
Con sus palpitaciones más tranquilas, se sentó en la silla y contempló por primera vez su nueva oficina. Era elegante y muy bonita. Las paredes eran de un blanco cremoso, además tenía una enorme vista a la ciudad gracias al ventanal que había en una esquina.
La computadora que utilizaría estaba encendida y ya tenía todas las instrucciones de lo que debía hacer. Recordó que ese era su día de prueba, por lo cual no podía permitirse ningún fallo. Intentó quitarse del pensamiento a ese hombre y concentrarse en el trabajo, pero no resultó tan fácil como hubiera querido.
La joven estaba tan concentrada tratando con un texto que no escuchó la puerta abrirse. Cuando sintió la presencia de alguien levantó la vista y volvió a encontrarse con esos irresistibles ojos azules que, otra vez, parecían estar viendo en ella algo más. Era una sensación bastante extraña.
—Señorita Jones, necesito que envíe este archivo a esta cuenta con estos datos —dijo su jefe extendiéndole un sobre que ella recibió; después apoyó su peso con los brazos en el escritorio.
—Por supuesto, señor Brown, solo hubiera llamado, no se moleste en levantarse —ella trató de ser amable y profesional. No seguía mirándole a los ojos, así podía ser mucho más coherente.