- Nunca diré adiós - cantaba un chico mientras caminaba por un pasillo en penumbra en unas ruinas apenas iluminadas por la luna - las mareas romperé; el cielo rasgaré, pero mi amor nunca decaerá.
A su paso él ignoraba los esqueletos secos y cubiertos de polvo de múltiples hombres y mujeres que estuvieron antes que él no solo porque son ruinas antiguas, sino porque nadie había vuelto de ellas, aun así pese a que cada ciertos pasos se caía por el miedo de ver cuadros demonios salidos del mismísimo infierno e incluso algunos de los “cadáveres” aún pataleaban débilmente buscando su mirada, el solo seguía con lágrimas en sus ojos pero con una sonrisa en su cara y caminando sin detenerse pese a todo.
- En la más siniestra de las noches - seguía cantando pero un gemido que provocó un eco en el lugar le interrumpió a lo que cambió la dirección a donde se dirigía siguiendo el sonido lo que provocó que algunas manos de los montones muertos que se apilaban en el piso y las paredes del lugar le intentarán tomar de la ropa pero el solo continuaba caminando dejando un rastro de lágrimas y manos lánguidas semisecas de cadáveres que intentaban frenarlo meneandose como ramas al viento - mi corazon, mi corazon se ahoga con las lágrimas que he derramado… oh pero aun si debo sollozar por siempre mi amor no decaerá. Mi amor, mi amor mi impávido amor…
El chico se detuvo en una amplia estancia que al contrario del resto del lugar estaba iluminada y apenas puso un pie una voz femenina continuó la canción que él había estado cantando con un tono melancólico mientras algo en la paredes se movía a gran velocidad siempre fuera de su vista no importa cuánto intentara verlo incluso llegando a caer al suelo aún más asustado ya que en al caer noto con su manos que el piso estaba hecho de solo las caras de cráneos de múltiples tamaños muchos de ellos aun con sangre tibia deslizándose por las grietas de los huesos.
- No te diré nunca más adiós - cantaba la voz femenina que el chico seguía - con sangre los ahogare, al cielo caerá, mi amor nunca perderá….
Y en un instante un antebrazo rojizo con garras alargadas e irregulares le atravesó el tórax por la espalda al joven absorbiendo su sangre dejándolo como un cadáver seco igual que todos los demás que se había encontrado en el camino y lentamente aún con vida era arrastrado y se hacía parte de las ruinas, la mujer que le había quitado la sangre caminaba sobre él mientras la sangre que absorbió parecía recuperar algo de vitalidad en su cuerpo dándole una agradable vista hasta que la mujer volteó a verlo de reojo y donde deberían estar sus ojos habían seis ojos y su boca eran colmillos externos que goteaban veneno y gritó con todas sus fuertes sonando como un chirrido gutural estridente que puso en marcha el edificio; una catedral que con un sismo y largas patas de ave de corral hechas de cráneos y huesos humanos se desenterraban del suelo removiendo la tierra con facilidad y avanzando hacia donde percibiese seres vivos, y así cumplir su promesa.
Mito sobre la Diosa Maligna narrado en las costas del mar Ceniciento, año 1200, Romulganth.