Como legado de seres anónimos los cuentos han de perdurar como saberes de los pueblos. Saberes que son relatos; relatos que iluminan la sonrisa de los niños, la añoranza de los ancianos y la curiosidad del visitante. Son mitos, son leyendas; historias que en forma de cantos cual «Ali», serán serenatas de protesta para acompañar las veladas en noches frías e iluminadas por la luna. Protestas a hechos mal contados u ocultos por quienes escriben la historia.
La experiencia del baquiano, conocedor de los más ocultos rincones del pueblo y de su historia, se hace leyenda al fluir del viejo al niño, del pueblo a la ciudad y, los abuelos contadores de cuentos los representa como el cuentista del pueblo.
Ese cúmulo de hechos forjan la cultura de aquellos rincones del país, que la hace suya como identidad y, De la laguna (tierra amada del abuelo Chucho) representa a uno de esos rincones.
Cuentos de amor y miedo revivido por el viejo cuentista (Mitos por su apariencia); realidad o ficción, verdad o mentira, de lo acontecido o lo inventado. Hechos que se entrelazan para formar el marco de referencia a una época; donde el padre se imponía ante la esperanza de los hijos; donde el hombre mujeriego, parrandero y jugador era el galán perfecto para la joven doncella; donde la mujer debía obedecer ciegamente al marido; donde la traición de la amante se pagaba con la muerte.
Sentados alrededor de una fogata y a orilla de la playa, se hallaban, inmersos en la arena, un grupo de personas (entre baquianos y visitantes), todos ellos se hallaban atentos e inquietos. Chucho, quien recién había interpretado una de sus canciones abandonó su cuatro a un lado de la fogata para continuar la velada. Llegó la hora de los primeros relatos…
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Editado: 06.03.2022