¿Sabían ustedes que en este pueblo vivió un viejo muy tacaño elegido por un muerto para desenterrar un tesoro ante que cumpliera los cien años bajo tierra?
Este viejo tacaño, a pesar de tener la bodega más grande y surtida del pueblo, siempre buscaba la manera de quitarle unas cuantas monedas a los demás.
Para ello… Se había inventado varios trucos: uno de ellos consistía en colocar los precios de las mercancía con números muy grandes y en pequeñito escribía: «el medio kilo»…los compradores siempre pedían el kilo y, protestaban cuando el viejo avaro les cobraba el doble, ante lo cual, el muy deshonesto comerciante les leía las letras pequeñitas; el vuelto siempre los daba mocho y si los muchachos regresaban a reclamar, los embobaba con un caramelo.
¡Gueno!, aquel tramposo, tenía que desenterrar la botija y evitar que dicho tesoro pasara a manos del demonio. El muerto fue un pirata dueño de un pequeño barco quien huyendo de la ley trató de esconderse por estos caños; pero… al tratar de pasar del mar a la laguna, su nave encalló y comenzó a hundirse dándole al pirata poco tiempo para sacar la plata. En compañía de dos ayudantes, el pirata busco el árbol más grande, encontrando una mata de acacia, y enterró al pie de ese árbol su tesoro. ¡ah!, también enterró allí a sus dos ayudantes…
Luego, el pirata trató de atravesar el caño a nado; pero… antes de llegar a la orilla fue el almuerzo de un enorme caimán. Ese mismito caimán que anda por estos caños buscando nuevas presas…
Con el tiempo, el viejo avaro compró el terreno donde se hizo el entierro para construir su negocio y colocó la mesa de billar en el mismito sitio del entierro.
Lo cierto fue, que el espíritu del pirata adentro en los sueños del viejo, dándole la orden de desenterrar la botija entes que ésta cumplieran los cien años y evitar que pase a manos del Diablo; si eso pasara, el alma del muerto jamás encontraría la paz eterna y vagarían en pena asustando a todos los andantes por estos caminos oscuros; de ser el diablo el nuevo dueño del tesoro, este demonio atormentaría a quien osara desenterrarlo, obligándole a vagar por los cementerios desenterrando muertos.
La única condición para que el viejo avaro se adueñara de esa fortuna era compartiendo la mitad con algún necesitado; por ello, el viejo avaro escogió a un molestoso mendigo que siempre lo buscaba para pedirle comidas y tragos de aguardiente.
La noche del desentierro, el viejo contrato al mendigo para que cavara la zanja, pagándole con muchos tragos de ron, lo cual hizo dormir al mendigo: —el que se duerme pierde—dijo el viejo avaro; luego tomó la pala y continúo la fosa. Con voz desafinada el viejo avaro canto:
Con todo este tesoro
seré el más rico de la región
y todos lo que por aquí viven
tendrán que llamarme “Don señor”.
Si este mendigo cree
que voy a darle la mitad
tendrá que “bailar parejito”
porque me lo tendrá que quitar.
Luego de poco cavar el viejo avaro encontró una pequeña caja de madera. Contento por el hallazgo, el viejo con sus manos temblorosas abrió la botija para ver su contenido; pero… encontró tan sólo cenizas mezcladas con huesos humanos.
En ese momento escuchó la voz del mendigo, quien dijo:
—¿Sabes qué hora es?; pasadas las doce… el diablo acaba de apoderarse de esa riqueza y, usted viejo avaro está intentando robarle su tesoro. Así que prepárese para vaga por estos caminos desenterrando muertos, en busca de ese tesoro perdido.
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Editado: 06.03.2022