¿Sabían ustedes, que por estos lares, para escoger el lugar donde enterrarían a los muertos, se buscaba el sitio más alejado de la iglesia para evitar que los muertos salieran a suplicar por sus almas?; pues bien, el cementerio de este pueblo se halla ubicado ¡porallaota!, muy lejos del caserío, alejado de la playa y muy pegadito al fangoso caño; en el cual vivía un enorme y viejo caimán.
Cuentan que luego de un funeral, el caimán salía de su cueva para cavar la blanda arena de la recién tapada sepultura y comerse al muerto. Engullendo todo lo que fuera metal, así que debe haber prendas de oro por todo ese pantanal…
Debo aclararles que antes no se usaban ataúdes; los difuntos eran enterrados envueltos en sus chinchorros, situación que favorecía al hambriento caimán.
Una noche, unos turistas montaron su campamento en la empalizada trasera del cementerio. En ese sitio los turistas recibían el frio del viento, haciendo que las parejitas se acurrucaran más apretaditos… ¡quién sabe las cosas que podrían hacer para vencer el frio!
Esa noche, el caimán se equivocó de empalizada y visitó a los turistas. Al otro día faltaba uno de los turistas. Sus compañeros pensaron que había ido al pueblo por provisiones; pero pasó el día y no regresó.
Al día siguiente, desapareció la novia del desaparecido en la noche anterior. El resto de los turistas pensaron que era una broma de aquella pareja: —Quizás estén apretaditos bajo algunos de esos matorrales, ¡compartiendo el frio! —comentaban los otros turistas. Al otro día, un tercer turista desapareció.
—¡Ah!, esta vez la cosa se puso seria,—dijo uno de los turista.
Alarmados piden ayuda a un espiritista del pueblo, quien leyó las marcas dejadas en las cenizas de su tabaco y comentó:
Los tres jóvenes felices están,
ya que, un encanto los hechizó,
algún día regresaran,
con los favores de Dios.
No desafíen estos designios.
Se me van tranquilos a otro lugar
o el encanto, como a sus amigos,
uno a uno se los llevará.
Los turistas inconformes con aquella explicación, solicitaron la ayuda de una tarotista; pensando que las cartas los podían ayudar (como se sabe la superchería gana fuerza cada vez que la desesperanza crece: ¡Una manera de saber que las cosas andan mal!, es cuando abundan: brujos que leen cartas, tabacos, huesos, la palma de la mano y hasta las estrellas)… Lo cierto es que la tarotita señaló:
Con estas…
Con estas divinizadas cartas
Que me dispongo a leer,
voy a decir lo que el mañana
les ha de proveer;
veamos que les depara en el amor:
Si son jóvenes:
disfruten hoy, el momento.
lo que las estrellas, les dé
y si van más hacia adentro
saben que se deben proteger.
A los recién casados:
se les ha de abrir un nuevo camino…
y si ella, no quieres más explorar;
paciencia, ¡amigo!, es cosa de motivos,
así que no se me vaya a molestar.
Si son viejitos:
y él quiere con fervor amar…
tendrán que moverse rapidito;
antes que la energía del cosmos
al tronco del árbol viejo, vaya a doblegar…
Resulta que las cartas no lograron dar con el paradero de los turistas, por lo ello, los turistas se marcharon del lugar.
Para algunos del pueblo aquellas desapariciones eran productos de los encantos que enamoraban a las víctimas y los hacían caminar mar adentro hasta perderse en sus profundidades o los llevaban a la laguna donde, bajo las aguas, tenían sus hogares.
Con el tiempo algunos caños se secaron; y habitantes del lugar poblaron aquellas zonas. Durante las excavaciones encontraron huesos de caimanes mezclados con huesos humanos. Y, ¡nada de tesoro u oro alguno!
Los invasores de aquellos terrenos tuvieron que abandonar esos lugares porque en algunas noches, se escuchaban chasquidos de los dientes del caimán y gritos de las indefensas víctimas.
También se cuenta que en noche de luna llena, ruidos misteriosos se escuchaban en el cementerio. La gente decía que era el viejo caimán hambriento, que en su afán de conseguir comida, perpetraba las tumbas de los indefensos muertos.
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Editado: 06.03.2022