Aconteció, hace muchos años, que Juan Pistola (el padre de un amigo), quien vivía en un ranchito retirado de este pueblo, notó una pequeña luz moviéndose alrededor de un gran árbol de cedro plantado a varios pasos de la empalizada trasera de su casa. La luz después de dar varias vueltas al árbol se posaba en uno de sus lados, para mantenerse inmóvil por un rato y luego levantarse y desaparecer.
Pistola espero todo un día para observar aquella luz de nuevo, percatando que ocurría a la misma hora (como a la media noche)… y en el mismo árbol. Intrigado, Pistola pidió ayuda al curandero del pueblo:
—Es una luz amarillita como la luz de una lámpara de pila eléctrica; subía, bajaba, bajaba y subía, al rato se detenía. Luego de desaparecer la luz, un aire muy frio me envolvía, haciendo que temblara de miedo.
—Esa luz que ves —, señaló el curandero— puede ser el alma de un solitario difunto, ¡alma pecadora que no encuentra consuelo a su tormentosa situación!; quizás te esté avisando que al pie del árbol se halla una botija llena de monedas. Y desea que tú tomes ese tesoro para él poder encontrar la paz eterna— sonriente por la noticia, Pistola preguntó:
— ¿Qué debo hacer para desenterrar ese tesoro?, sin que el muerto se ofenda y me vaya a hace daño.
—La próxima vez que veas la luz, deberás acercarte muy despacito a ella; para que el muerto no se vaya o se trasforme en otra cosa (una horrible demonio, por ejemplo) —señaló el curandero—, y estando muy cerca, deberás, preguntarle al muerto lo que él quiere que tú hagas para dejar su pena. El te lo dirá, ya que le interesa que el tesoro sea desenterrado y poder logra la liberta que le eleve a la paz eterna.
Pistola regresó inquieto y preocupado a su casa, la idea de hablar con un muerto no era cosa de juego; pero la oportunidad que le da el destino de hacerse de una platita, era cuestión que le agradaba.
«La ocasión la pintan calva», pensaba pistola cada vez que se asomaba a la ventana del patio trasero de su casa.
Y así… pasaron varias noches; a Pistola no le agradaba la idea de hablar con un muerto. Pero temeroso de que el muerto buscara a otro y motivado por el deseo de riqueza, decidió hablar con este…
Esa noche Pistola se acercó a la luz arrastrándose pegadito al suelo y muy lentamente como le indico el curandero; cuando estaba cerca de la luz, se persignó apresuradamente y con voz temblorosa, dijo:
— ¡Muerto… muerto!, dime, ¿Qué quieres?, ¿Qué puedo hacer para aliviar tu sufrimiento? — No hubo respuesta del muerto, pero las ramas cercanas a él se estremecieron; por lo que Juan Pistola, aterrorizado, se acercó más. Pistola se volvió a persignar para preguntar de nuevo— ¡Muerto… muerto!, dime, ¿Qué quieres?, ¿Qué puedo hacer para aliviar tu sufrimiento? — Aun sin respuesta tuvo que acercarse aun mas y alzar la voz— ¡Muerto, muerto, dime ¿Qué quieres?, ¿Qué puedo hacer para aliviar tu sufrimiento?, cuéntame tu pesar que yo estoy aquí para socorrerte.
En esto, Juan Pistola escuchó una voz de ultratumba que le respondió:
— ¡Tu vida! ¡Quiero tu vida para yo vivir! Y dejar este sufrimiento.
Juan Pistola aterrorizado regresó gateando velozmente a su casa y jamás trató de acercarse a la luz al pie del árbol.
(…) Con el tiempo la luz dejo de aparecer, hay quienes dicen que el tesoro aun se halla enterrado al pie de ese árbol.
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Editado: 06.03.2022