Les contaré el caso de un curandero, vecino mío, a quien le serví de asistente en sus consultas y pude observar sus trances; el aguardiente, el tabaco o alguna poción mágica, era la clave pa’ quelespiritu dentrara en su cuerpo.
— Mi cuerpo es como una caja para recibir el espíritu que invoco y, cualquier dolencia presente en mis pacientes tendrá solución—, siempre decía el curandero a sus clientes.
Con cara de borracho y los ojos bien pelao el vecino bailaba, cantaba y hablaba en una lengua extraña; y, a pesar de haber tomado mucho aguardiente, al salir del trance parecía como si no hubiese bebido. El curandero era tan bueno que con un poquito de orina o una foto del paciente, podía contar toda la historia de su la vida y sus padecimientos.
—A los enfermos siempre se les dice lo que ellos quieren oír—repetía el curandero con fervor:
¡Umm! Tanawel soy yo asina pa’ usted
A usted, señora, la envidian por ser bonita.
y su fiel marido buen mozo, también lo es
Por eso, un trabajito montado esta…
Por una envidiosa y perversa mujé.
El desgano que usted sientes ante su esposo.
El dolor de cabeza que en esas noches le dá
Se lo voy a quitar muy prontito
Con este preparado Tanawel será
Úntese sobre su cuerpo esta cremita
Póngase esta ropita, que no le tapa ná
Vera que sus dolores desaparecen prontito
y su marido de contento va a salta,
va salta, va salta, Tanawel será…
La paciente muy convencida, por lo que el astuto curandero le dijo y el tratamiento que este le dio, salía del consultorio totalmente animada, silbando y cantando; con la esperanza de complacer a su marido esos días venideros:
—Ya verá esa mujer malvada lo que le va a pasar. Después que atienda a mi marido, le pediré al curandero que revierta ese mal.
Yo había asumido la tarea de ser el muchacho de mandado del curandero y, aunque no me gustaba naita esa tarea, lo hacía con la esperanza de recibir alguna recompensa por parte de él. Y como en mi pueblo no se pierden la oportunidad pa’ darle a uno un apodo, me llamaron ‘El monaguillo del brujo’.
El curandero también lo entendió así y, cuando estaba a su servicio me obligaba a usar una vestimenta morada como el nazareno y me hacía sonar una cadena de caracoles cuando hacia la colecta del dinero, como si estuviera en misa dominguera.
Nunca recibí el premio esperado del susodicho curandero; por ello, una tarde se me ocurrió jugarle una broma; por curiosidad o por travesura, mezclé el aguardiente que usaba el curandero con agua bendita.
Agazapado atrás de la pared de palma esperé para ver la reacción del curandero al beber mi preparado. Tuve que esperar un buen rato, pero la espera dio sus resultados. El curandero bebía y bebía, y no entraba en trance, por lo que decía:
— ¡Pero no me entra!; espíritu de Tanawel, ven a mí, adentra en este cuerpo que tu templo es, espíritu de Tanawel. Hay fieles esperando que salud les dé; ¡ay que no me entra! Entra espíritu de Tanawel— el curandero tomó unas campanas y las hizo repicar, mientras repetía incesantemente — ¡pero no me entra; bruuuu, ajiii, necesito más ron!
Luego el curandero desesperado comenzó a llamarme a gritos; aquello me asustó tanto, que me fui de tooeso. Como pude salí de mi escondite y corrí sin parar hasta llegar a mi casa. Mi madre al verme tan agitado me preguntó sobre lo que había hecho; por lo que le conté lo sucedido. Mi madre, sin mediar palabras, me dio unos cuantos azotes y me prohibió visitar al curandero por el temor a algún maleficio en mi contra.
Resultó, que aquella noche el curandero se emborrachó tanto que vomito el menjunje que se había tomado. El espíritu de Tanawel no entró en su cuerpo aquella noche.
Los pacientes se quedaron sin la receta que salud les daría. Todos ellos se marcharon insultando al curandero por hacerle perder el tiempo y aumentar sus dolencias.
¡No sé cómo!, pero el curandero se entero de mi travesura y… el puesto del monaguillo del brujo, paso a otra persona. Aunque no lo crea eso me pasó a mí por estos lares y si no me creen… pregúntenle a mi perro Bobby.
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Editado: 06.03.2022