Hoy, he de vivir el día como el último de mi vida. Ese sol radiante, como ningún otro día se esmera en mostrarme toda la belleza de lo que alcanza mi mirada. Torres muy altas, altivas y ostentosas revelan su opulencia ante los árboles de aquel temeroso parque vegetal (ejemplo de lucha ante la acción avasallante de la sociedad moderna). Trazas blancas en el pavimento muestra la presencia de una civilización moderna. Niños correteando por las calles, algunos en improvisados campos de juegos pateando unas bolas de papel; otros golpeando con una vara de madera unas rocas envueltas en trapos; hay parejas que agarraditos de las manos saltan por esos campos; otros tantos, juntitos, emprenden un nuevo día de alabanza a Dios, un día como hoy domingo, ¡día de mi redención!
Una multitud bulliciosa pasa frente a la ventana de mi prisión, un pequeño orificio en la pared con cinco barrotes firmes y serenos. Todas aquellas gentes alzan sus brazos con sus puños cerrados, como en señal de amenaza, no entiendo lo que gritan; pero les honro, por venir a presenciar mi despedida.
Es todo lo que puedo ver desde esta ventana; sin embargo, mi imaginación se eleva hacia el cielo donde veo a una nube consolando a otra nube sollozante. Inquieta niña, aquella nube, que anuncia con sus lágrimas mi ascenso al cielo. Al pasar por allí deberé abrazarla, besarla y alabar su esplendor. Dios es grandioso al usar los colores de arcoíris para anunciar el preámbulo de mi tormenta. Tormentoso día para mi cuerpo, regocijo para mi alma; ya que he de regresar al padre, al lado de mi amado esposo, en nombre de quien he sembrado la semilla de su amor.
Que maravilloso día, el cual inicio con un buen y nutritivo desayuno; bendigo a quienes prepararon este alimento y, doy gracias a Dios quien doto al cocinero de sabios conocimiento.
Aquí está el párroco del pueblo, quien llego temprano, también a despedirme; él insiste en que mienta durante mi confesión. El dice que es la única manera de espiar mis culpas. Sé que no estoy exenta de pecado.
Hoy no es el día para hablar de mis pecados; pues, estoy redimida ante Dios mi señor. Hoy prefiero hablarle de los hechos que me trajeron hasta el día de hoy
¡Padre!, representante de Dios en la tierra, ¡no le miento!, usted deberá entender que la historia de la humanidad es como un espiral que pasa y pasa por hechos similares aun siendo más complejos. Usted sabe que si un hecho sucedió una vez, ¿por qué no podria suceder de nuevo; Acaso no soy una mujer santamente casada con el ser que amo? Casada en un acto solemne donde usted estuvo presente. Usted, ¡padre!, ha de entenderme, aun que sus jefes en la tierra me hayan acusado de hereje.
Orgullosa, ¡padre!, estoy por mi decisión de ser madre... y he de repetir una y mil veces que si ocurrió una vez, y usted lo creyó, ¿por qué no creerlo ahora? Si un nacimiento dio origen a su fe. ¿por qué negarse a que otro hecho similar le consolidaría o, acaso teme que un nuevo nacimiento aclare las dudas olvidadas por aquel gran hombre?
Sabe usted padre que el monarca del reino donde residimos palideció de preocupación al enterarse de tal increíble acontecimiento. Él cree que este nacimiento viene a usurpar su puesto. El rey al verificar este hecho cubrió su rostro con sus manos y luego de un rato ordenó reunirse uno a uno con sus consejeros. El rey temía no ser asertivo en su trato hacia mi persona.
«De tomar una decisión deberá ser sin que perjudique mi reinado; no vaya a repetirse la historia, y estar en presencia de un posible usurpador de mi corona o el salvador de mi pueblo», pensó nuestro monarca.
El primer ministro le aconsejó al rey: —No es posible engañar a tanta gente por mucho tiempo, algún día la verdad ha de relucir. Si usted adoptara al niño, que de esa mentira saliese; podría aprovechar ese acontecimiento para incrementar su poder. Mi señor, usted quedaría, no como engañado sino como un rey compasivo.
El mago del reino también opinó: —Despreocúpese mi señor, si bien esa mujer podría convencer a sus súbditos; engañar al mundo sería imposible; así que, trátela como una loca y enciérrala en la torre más alta, como hacen con las princesas desobedientes y luego de la llegada del niño, déjela libre con su criatura. El niño vivirá colmado de riqueza bajo su protección. Cualquiera, así tratado, estará eternamente agradecido con usted y su reino.
La reina, aconsejó: — Déjelo de parte de las voces del pueblo, mi rey, un rumor repetido varias veces, aun siendo mentira, en verdad se ha de convertir; así, todos creerán en esa mujer y, de ser así, usted será el monarca que dio cobijo a llegada de un nuevo rey.
Todo marchaba a mi favor, ¡padre!; sin embargo, el general del ejército cambio la visión de todo al señalar: —Intuyo, mi rey, de alguna maniobra malvada en contra de su poder por parte de nuestros enemigos. Haga confesar a la farsante mujer, dejadme torturarla sin piedad y la hare hablar. Y si, por desgracia muere, ocultaremos lo sucedido aduciendo un suicidio.
Sabrá usted, padre… que el rey no podía dormir todas aquellas noches después de mi confesión; sus pensamientos lo abrumaban y a cada momento pensaba: «si apoyo a la mujer y resulta un fiasco, seré el rey que fue engañado; si la castigo y resultara verdad, seré odiado de por vida»
Y llegó la decisión final; el rey ha de dejar mi suerte al jefe de nuestras iglesia, ¡padre!, la cual decidimos honrar. La decisión está tomada; pasaron mi caso a un tribunal de inquisición.
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Editado: 06.03.2022