En una región muy remota, en los confines del tiempo; la fantasía y las creencias se confundían con la realidad y modo de vida de sus habitantes.
En esa región existía un paraíso oculto entre grandes montañas, en la cual vivían familias de enormes riquezas quienes gozaban de los mayores privilegios de la región y ejercían el dominio sobre los habitantes de las aldeas circundantes a esas montañas; esos habitantes consideraban Dioses a las familias que vivían en aquel paraíso, a los cuales les rendían cultos y pagaban tributos. Esos Dioses evitaban relacionarse con los pobladores de aquellas aldeas para no mostrar sus condiciones de ser humano a igual que los aldeanos; a pesar de ello, algunos de esos Dioses (llamados ángeles traviesos), bajaban a las aldeas en horas de la noche y validos de su bella apariencia y gran carisma tomaban las tierras vírgenes y fértiles para sembrar algunas de sus semillas. Los arboles que brotaban de dichas semillas eran atendidas por jóvenes doncellas hasta ser árboles frondosos. Tales arboles al crecer darían sombra a los altares construidos para adorar a esos Dioses.
Todas aquellas aldeas circundantes a las altas montañas, conformaban una nación, cuya autoridad la ejercía los sacerdotes congregados en torno al culto de esos Dioses. Esos sacerdotes eran los responsables de ungir al encargado de recaudar, distribuir las riquezas y comandar al ejército. Los sacerdotes, también, eran los únicos autorizados para hablar con los Dioses y una vez, cada finales de año, visitaban el paraíso de los Dioses para llevar las ofrendas y traer las leyes o algunas solicitudes de los Dioses para ser obedecido por los aldeanos.
Todos eran felices, a pesar de algunas diferencias sociales: nadie era dueño de las tierras ni de las riquezas y tenían que pagar por cualquier bien o servicio que consumieran; los que no podían cumplir con esa obligación eran aislados y sometidos a duros trabajos hasta cancelar las deudas con los Dioses.
Según las leyes de aquella nación, el cargo de ungido eran de por vida y era nombrado por una congregación de sacerdotes ante la ausencia de ese cargo. Los aspirantes a ser ungidos eran escogidos entre los habitantes más carismáticos de las aldeas, las cuales seleccionaban un representante luego de una ardua campaña. La ausencia del ungido se daba si este abandonase el cargo, renunciase o muriese.
El ungido debía hacer cumplir las leyes dictada por los Dioses y garantizar la recaudación de los tributos.
Aconteció, que fue ungido un habitante con ideas muy extrañas:
«No hay que pagar más tributo a los Dioses ni rendirles cultos. Un bien que es de todos, se debe repartir equitativamente entre todos. Tenemos derecho de ser dueño del bien por la cual trabajamos. Si los Dioses desean bienes y riquezas, ¡que trabajen!», esa idea era parte del mensaje de aquel ungido. Casos como ese había sucedido en otras ocasiones; pero los ungidos, al verse rodeado de privilegios y riquezas, cambiaban de parecer; por ello, ese ungido no representaba un peligro para la estabilidad de aquella sociedad. Situación que no sucedió así, ya que el nuevo ungido comenzó a poner en práctica sus ideas. Convirtió los altares en escuelas donde se comenzó a adoctrinar a los jóvenes en esas ideas extrañas y los tributos eran invertidos en servicios y empresas fuera de la jurisdicción de aquella nación, por lo cual creció la economía de aquella nación generando envidias en las naciones vecinas.
Aquellos hechos crearon una gran conmoción tanto en las naciones de la región como en el paraíso de los Dioses; así que los Dioses alarmados condenaron tales acciones y ordenaron a uno de sus ángeles traviesos a ir las aldeas y restablecer el orden; para ello, el ángel travieso fue ungido por un grupo de sacerdotes.
A pesar de estar ungido, el ángel travieso no podía administrar la riqueza ni comandar el ejército, ya que existía otro ungido ocupando ese cargo: no había una declaración de ausencia y el ángel travieso, no había cumplido con un requisito importarte antes de ser ungido: “ser proclamado por las aldeas circundantes a las montañas”.
Una tarde, frente a un tumulto de aldeanos, el ángel travieso dio su primer discurso; pero era algo lerdo que no pudo terminarlo; por ello, uno de los sacerdotes tomó la palabra y señalando al ángel dijo:
—Este ser, aquí presente, bajó del paraíso (residencian de nuestros Dioses) para quejarse por los pocos tributos ofrendados, así que será el administrador de las riquezas y comandante del ejército hasta que se restablezca el orden.
Inmediatamente el orador, se acercó al ángel travieso y tomándole del hombro derecho dijo:
—Compañero, por mandato de la ley y ante la ausencia de un ungido, tú serás nuestro nuevo ungido y administraras las riquezas de todas la aldeas circundantes a las montañas y comandaras el ejército.
El ungido, quedo estupefacto, pues él no estaba seguro de tal ley, clave para su proclamación como gobernante ungido: «Honestamente que no lo entiendo—pensó el ungido— ¿Cómo es eso de la ausencia del gobernante ungido; si ese sujeto se encuentra mandando mas pegado al gobierno como una garrapata en cola’ e yegua?»
El orador, se dirigió a la multitud enardecida por el anuncio y preguntó:
—¿Ustedes están de acuerdo con que el ángel travieso, aquí presente, asuma la administración de la riqueza de todas las aldeas circundante a las montañas y sea el comandante del ejército? —sin esperar que el orador terminara sus palabras, los aldeanos presentes respondieron efusivamente: — ¡SI!, estamos de acuerdo. — En ese momento el ungido abrió su enorme boca en señal de asombro, intentó decir unas palabras pero su voz algo temblorosa mostraba temor, por lo cual, prefirió callar. El ángel travieso, observó a su alrededor, como un pajarito posado en una rama, en busca de algún funcionario del orden público, él temía ser arrestado. Por los alrededores de aquella concentración, habían muchos funcionarios del orden público, los cuales se reían a carcajada; ellos pensaban que era un comediante traído de otras tierras y no representaba un peligro para la estabilidad de aquella sociedad.
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Editado: 06.03.2022