De la laguna era un caserío costero con una nutrida cultura, la cual enriquecía sus días festivos de tradiciones, donde el mito y la leyenda se conjugaban con las actividades religiosas ofreciendo momentos placenteros a residentes y visitantes. La Feria del pez, el paseo de la Madre de Dios por las aguas de la laguna, el encuentro entre los Santos Niños o el Día de los Muertos eran celebraciones cargadas de flores, cantos, velas, parrandas y la adoración a lo divino.
Gracias a estas festividades, según creencia de los moradores, las aguas de la laguna eran bendecidas con una variedad de peces, recurso alimenticio para el sustento de los moradores de la región.
Nunca ha de faltar aquel anciano o anciana contador o contadora de cuentos, cuyo único sacerdocio era mantener vivo el legado cultural de los pueblos. Como era el caso del viejo Chucho, quien vivía al otro lado del cementerio. En su hogar se aglomeraban grupos de jóvenes, todos los fines de semana, para escuchar sus historias, principalmente, esos cuentos de miedo colmados de dudas sobre si son hechos reales o imaginados.
Los caños, la playa, el cementerio, los cocotales, el entramado de las raíces de los mangles y las ocurrencias de nativos y visitantes eran motivos de esas historias, las cuales Chucho las sazonaba con su genialidad.
De seis de la tarde a diez de la noche, una vez cada fin de semana, era el permiso de los padres para asistir a estas tertulias, las cuales eran consideradas como premio a los jóvenes por cumplir sus labores durante la semana. Esos permisos, bien controlados, alejaban a estos jóvenes de los vicios presentes en las cantinas, galleras y minitecas; lugar de algunos enfrentamientos con heridos y muertos.
Luis y Gabriel eran dos primos, quienes vivían en el extremo contrario a la casa del viejo cuentista. Ellos acostumbraban a quedarse un rato más para ordenar el desorden dejado por los otros jóvenes y, algunas veces pernoctaban, por ser nietos de chucho.
Aconteció una noche, la presencia de un nuevo cuentista (a quienes apodaron el forastero). Larga se hizo la historia contada por el forastero que la noche avanzó más allá del permiso dado por los padres de estos dos jovenes.
Era la media noche cuando Luis y Gabriel concluyeron sus tareas y decidieron marcharse; ellos no se imaginaron que al emprender el camino de regreso a sus casas han de vivir una de las tantas historias contadas por Chucho, el viejo cuentista…
La luna se esmeraba aquella noche por iluminar las huellas impresas por los otros muchachos (seguidores de los cuentos de Chucho); mientras las olas se empecinaban en borrarlas para que otros caminantes pudieran escribir sus andanzas.
—Nos vamos por el mismo camino de siempre— propuso Luis a Gabriel mientras señalaba la orilla del mar.
—Pero alejadito del cementerio… ¡Acuérdate de la historia del perro desenterrador de huesos! —señaló Gabriel.
—Mejor no hables de eso o me vas a pasar tu susto.
—¡Susto!, susto es lo que vamos a pasar cuando lleguemos a casa.
—Ya vámonos que el abuelo debe dormir.
Chucho, tal vez abrumado por las historias de esa noche, se había retirado a su recamara, mientras Bobby (su perro) correteaba por el pequeño patio de la casa del viejo dando algunos mordisco al aire en un intento de espantar algunos mosquitos.
Era pasada la media noche cuando Luís y Gabriel emprendieron su marcha. La fuerte brisa y la falta de abrigo hizo tiritar de frío a los dos niños; pero ese era el camino más corto y seguro, el cual debían atravesar apresuradamente para evitar la fuerte reprimenda de sus padres.
Mientras caminaban discutían sobre a qué casa llegarían primero y cuál sería la mejor excusa para evitar un castigo mayor.
¡Repentinamente!, los jóvenes vieron brotar del mar a centenares de seres vestidos con prendas blancas: algunos usaban pantalones, otros faldas largas; algunos portaban gorras y otros amplios sombreros anchos; todos, sin embargo, portaban velas de llamas vivas sobre un platillo. Las velas no se apagaban a pesar de la fuerte y fría brisa. Uno de los seres exhibía una larga cadena formada por hueso y semillas, la cual mecía de un lado para otro. A ambos lados del grupo surgieron, como de la nada, otros seres semidesnudos con pequeños tambores y campanas. Estos seres hacían sonar esos instrumentos como latidos del corazón. Los seres marcharon bien alineados; mientras entonaban cánticos inentendibles para los jóvenes, aunque sí reconocieron la palabra Satán. Estos canticos alusivos a Satán acrecentaron el miedo de los dos muchachos.
—Son muchos los demonios comedores de niños—exclamó Gabriel temblando de miedo; haciendo alusión a uno de los cuentos recién contado por el viejo cuentista…
—Pasaremos frente a ellos como si nada. —Propuso Luís.
—¿Cómo si nada?, y ¿mañana amanecer en sus estómagos?
En esto Luis señaló un elevado terraplén de arena y dijo:
—Mantengámonos escondidos allí mientras pasen esos demonios.
Ambos jóvenes se escondieron en el terraplén resguardándose de ser atrapados por esos seres…
Luís y Gabriel, aterrados, comenzaron a invocar a su ángel de la guarda, éste les brindaría protección ante los demonios, cada vez más cerca.
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Editado: 06.03.2022