Moab

1.- Moab

El capitán observaba la inmensidad del espacio. Por un momento, se sintió como los primeros exploradores frente al mar: una emoción profunda, mezcla de miedo y anticipación, con el deseo de descubrir lo que había más allá del horizonte. Pero aquí ya no existía horizonte alguno.

Una enorme pantalla de cristal lo separaba de esa vastedad infinita. Veinte centímetros de materiales que ignoraba —y no necesitaba conocer— lo protegían del vacío. Moab había pasado más de la mitad de su vida en naves. Desde cadete hasta su puesto actual, había recorrido todos los rangos uno por uno, con paciencia y disciplina. Había sido el mejor piloto de cazas, llegó a ser el capitán del crucero de guerra más avanzado de Unión Pangea, amado por su tripulación leal desde el inicio de la guerra.

La guerra contra los exomorfos había sido brutal. Aquellos invasores habían llegado buscando recursos humanos: agua, tierra, aire y minerales, elementos que ya tenían dueño y eran escasos. Para entonces, las naciones habían desaparecido; solo existía Unión Pangea, una corporación que controlaba todo, incluso los nacimientos.

Pero eso ya no importaba. Los exomorfos respondieron a la pregunta que durante siglos atormentó a la humanidad: “¿Estamos solos en el universo?”

—No, claro que no —podrían haber agregado—. Y además… los vamos a matar a todos.

Unión Pangea actuó con lo que consideraron sensato: evacuar la Tierra y destruirla después. Tras diez años de guerra, nadie tenía energía para cuestionar órdenes.

Moab ajustó sus implantes metálicos: brazo derecho, piernas, articulaciones. Dolían, pero era soportable. Lo habían convertido en una máquina, un capitán sin fuerza propia, aunque aún disfrutaba de las bromas de la tripulación: “Nuestro capitán, Moab, el pirata pata de acero”.

No se reía de esas bromas. Todos estaban igual, con partes de carne, de metal o híbridas, marcadas con el sello de Unión Pangea, una advertencia cruel como la empresa: “te apagare si es necesario”. La tripulación era criminal; solo tenían dos opciones: morir o ser transformados en ciborgs para transportar la carga más preciada del universo durante noventa años. La mayoría eligió la segunda opción, por amor a Moab, sobre todo su segundo al mando, el delgado y alto señor Nib, un hombre de lentes innecesarios pero aún usados, sonrisa amplia y absoluta eficacia.

Todos respetaban a Nib, tanto como a Moab. Nadie preguntaba su nombre completo. Tampoco cuestionaban al estoico capitán sobre la terrible decisión que los había condenado, ni sobre la misteriosa carga que transportaban.

Moab reajustó sus implantes y, observando el espacio, pensó:
—Lo más hermoso del universo es que todo lo demás se ve pequeño en él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.