Mentiras piadosas
Mi primer día de trabajo.
Era algo inquietante trabajar por primera vez como niñera. Aun así, me levante muy temprano para prepararme y llevar a Reese a la escuela.
La secretaria del Sr. Evans había mandado toda la documentación, alergias y comidas favoritas de Rachel, seguramente hasta le tenían horario para ir al baño a la pequeña.
—Te recogeré más tarde, ¿vale?—me envolví en su pequeño cuerpo —. Tan pronto sea hora del almuerzo, vendré.
—Está bien, mami, suerte en tu trabajo —Reese deposita un pequeño beso en mis mejillas.
—Te amo, cariño. Diviértete — grité, agitando la mano, mientras se alejaba.
Reese era un niño muy dulce, mi madre lo adoraba, mi padre no tanto. Ser madre ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida y un niño tan educado y maravilloso como ese pequeño.
Al llegar a la dirección, ni siquiera me sorprendí de que fuese una mansión, el tipo probablemente se limpiaba con dinero. Toque el timbre y un mayordomo muy sofisticado abrió.
—Buenos días, adelante.
—Buenos días —pasé por delante de él, maravillada con el espacio, el pequeño Reese se perdería aquí sin duda alguna.
—La acompaño a la habitación, sígame.
Seguí sus pasos, cegada por ver tanto lujo, subía las escaleras mirando a mi alrededor sin fijarme en las escaleras, hasta que mi zapato se enrosca y me hace perder el equilibrio, unos anchos brazos me sostienen.
—Lo siento mucho, yo... —alce la mirada hasta su rostro y pegue un brinco en cuanto vi al Sr. Evans muy serio. Me alejé de inmediato.
—Le recomiendo que esté atenta en cada paso que dé, no quiero que mi hija salga lastimada por su negligencia.
—Idiota — murmuré.
—¿Qué dijo?
—Estaremos bien —dije entre dientes, el hombre ponía mis nervios de punta.
—Te lo dejo a ti, Alfred. Señorita Anne, necesito que pase por mi oficina luego de dejar a Rachel en la escuela —me miro de arriba a abajo —. ¡Dios, que mal sentido de la moda!
Me miré a mí misma, nunca optaba por ponerme vestidos o ropa elegante, siempre vestía aburridos pantalones grises, toda mi ropa era beige.
Sin embargo, que vistiera de una forma aburrida, no significaba que la ropa que diseñaba era aburrida. Me había graduado con honores en la universidad y con una tesis sobresaliente, al parecer nada de eso importaba al momento de trabajar.
El Sr. Evans salió por la puerta sin mirar atrás, un hombre sumergido en su trabajo a simple vista.
—Por favor, señorita Anne —el mayordomo abrió la puerta de la habitación de Rachel, entré y la cerró dejándonos solas.
Su habitación era de una verdadera princesa, todo era rosa, había una enorme casa de Barbie al fondo. Sin duda alguna, era el sueño de cualquier chica de su edad.
Rachel estaba vestida con su uniforme, se encontraba peinándose, bueno, jalándose el cabello, parecía bastante frustrada.
—Hola —me acerqué a ella lentamente.
—Hola señorita Anne, ¿me puedes ayudar a peinarme?
Sonreí, agarré el peine y empecé a cepillar su cabellera rubia.
—Si no te molesta que pregunte, Rachel —ella me miró a través del espejo de su tocador —. ¿Dónde está tu madre?
La niña se tensó a mi alrededor, —Ella falleció cuando me dio a luz —casi me parte el corazón escucharla, su voz sonaba entrecortada.
—Seguramente debe estar orgullosa de ti.
—¿Por qué lo dices, señorita Anne?
—Porque eres una niña muy bonita —apreté uno de sus cachetes con cariño, ella sonrió al instante —. Bueno, listo, tu peinado está terminado.
Rachel giró para ver su peinado, una hermosa trenza decoraba su cabello, —Quiero que siempre me peines, señorita Anne. Papá no sabe hacerlo, solo me hala el cabello y no me gusta que extraños toquen mi cabello.
—Está bien, ya es hora de ir a la escuela, se hace tarde.
A pesar de que el Sr. Evans era un poco frío, a simple vista había criado a Rachel con mucho cariño.
Al llegar a la escuela todo parecía muy bonito, los árboles, el césped, me hubiese gustado que Reese estudiara en una escuela como esta, pero mis ingresos no me lo permiten. Quizás cuando pague las deudas pueda ahorrar para que estudie en un lugar como este.
Rachel parecía emocionada, no entendía por qué habían pasado diecinueve niñeras y todas habían renunciado, la niña era muy dulce.
Al dejar a Rachel en la escuela, me dirigí a la oficina, no entendía para que o porque, pero debía obedecer.
Antes de pasar a la oficina, la secretaría del Sr. Evans me miró de arriba a abajo masticando un chicle.
¿Podría ser el mismo chicle de ayer?
Hice una mueca de asco, un escalofrío me recorrió. Sacudí la cabeza apartando esos pensamientos.
—Buenas tardes, vine por...
—La está esperando —dijo mientras miraba su computadora. Parecía enojada.
Me iba a ir sin decir nada, pero no podía dejarlo pasar, —Por cierto —esta vez me miró, curiosa —, ¿la ha dejado su novio?
—¿Qué?
—Siempre parece estar enojada.
Me fulminó y me arrepentí de haber abierto la boca.
—Ocúpese de sus asuntos, señora.
—Señorita, por favor —sonreí inocente, pero cuando vi que levantaba la mirada enojada, salí corriendo con una sonrisa.
Anuncie mi llegada a la oficina del Sr. Evans y de inmediato escuche un pase.
Estaba recargado contra su silla y su mirada parecía perdida en algún lugar, ¿se habrá enterado de que tengo un hijo? No podía perder este trabajo en mi primer día.
—Investigue su currículum y ya lo sé todo.
—Mierda.
El Sr. Evans frunció el ceño, —¿Acaba de maldecir?
Negué con la cabeza, —No me atrevería, ¿hay algún problema?
—Quiero escucharlo de usted.
¿El que tengo un hijo? No, tal vez sea otra cosa.