Moda de amor

CAPÍTULO 4

Dos pequeños no parecen ser multitud

 

Llegó el día de mudarse a la gran mansión del Sr. Evans.

Decir que estaba bien sería mentir, estaba aterrada por llevar a mi hijo con la mentira acechando nuestras cabezas.

El Sr. Evans mandó un gran personal para transportar las cosas, habíamos pasado casi toda la noche empacando. Reese actuó de manera indiferente ante el hecho de que nos mudaríamos a una gran casa, tan solo bastó el hecho de escuchar que tendría su propia habitación, se puso muy feliz.

Me dolió el pecho al saber que algo tan básico podría hacerlo tan feliz. Me preguntaba si había estado haciendo lo correcto con Reese.

Si no fuese por haber sido acusada de plagio, ahora mismo sería diseñadora a tiempo completo con un sueldo estable y darle a Reese otra calidad de vida. Sin embargo, es pasado, no puedo hacer nada, queda seguir adelante.

De algún modo, haría todo lo posible por convencer al Sr. Evans de que viera mis diseños y me contrate como diseñadora.

Finalmente, habían terminado de bajar todas las cosas de la casa, Reese y yo nos quedamos un rato en silencio. Al mirar alrededor, no me había dado cuenta de lo pequeña que era la casa, pero nos albergó por mucho tiempo.

—Extrañaré este lugar, mami —dijo Reese, tomando mi mano.

—Yo también, pequeño —no pude evitar sonreír, me agaché poniéndome a la altura de Reese —. Así como tenemos recuerdos hermosos aquí, vamos a crear hermosos recuerdos en la casa que vamos a ir.

Reese asintió.

Aparte a un lado todos los pensamientos negativos, le tenía que mentir a Reese para que lograra entender.

Me sentía incómoda por estar mintiéndole a tantas personas, al parecer al único que no le he mentido es a Tag.

—Escucha, Reese. Tengo que ser sincera contigo —Reese me miró intrigado —. No estoy trabajando como diseñadora, sino como niñera.

—¿Por qué?

Porque tu madre es una confiada.

—Es temporal, solo unos meses.

O años.

¿Qué pasa?, ¿qué pasa?

—Está bien —se limitó a decir.

Tenía al niño más comprensivo y maravilloso.

Dios mío, puedo llorar de alegría.

Intente no mostrarme tan seria para decir lo más importante —. Haremos un pequeño juego mientras estemos en esa casa. Jugaremos a que eres mi sobrino y yo soy tu tía.

Ladeo su cabeza confundido, —Pero ¿eres mi mami?

—Toda la vida, mi amor, pero lo seremos cuando no esté la pequeña Rachel que estoy cuidando y cualquier persona de esa casa, podemos dejar de jugar cuando estemos los dos solos.

—No quiero —se cruzó de brazos, irritado. Giro su cabeza a un lado haciendo pucheros.

Mierda.

—Vamos —agarre sus dos brazos con suavidad —. Será temporal, cariño, te prometo que será divertido.

—¿Por qué me tienes que negar, mami?

La pregunta me tomó por sorpresa, él tenía razón, solo por un trabajo, no era una excusa para negar a Reese. No pensé en como se sentiría al decir que soy su tía.

Guarde silencio unos instantes. Debía decirle la verdad, a medias, pero la verdad.

—Es muy difícil para tu madre conseguir un trabajo de diseñadora ahora mismo, es la única opción para seguir viviendo, cariño. Solo te pido eso, por favor.

Reese paso sus brazos por mi cuerpo al terminar de hablar. No pude evitar que una lágrima saliera, para mí era difícil esta situación, pero para Reese también lo era.

—Te quiero, mami. Lo haré por ti.

Correspondí a su abrazo con fuerza.

—Eres mi vida, cariño. Siempre y para siempre.

***

Todos los empleados nos recibieron con mucha cortesía, agradecí eso, sobre todo para Reese, al llegar todos se encontraban en fila, de un lado las empleadas de servicio y por el otro, un grupo de hombres de traje. Solo pude reconocer al mayordomo Alfred, con el rostro muy serio.

Reese jaló mi falda beige, para llamar mi atención, de inmediato me giré para verlo, parecía un poco asustado.

—¿Por qué hay tantas personas aquí, mami?

—Yo también quiero saber eso, pequeño —cargue a Reese, no imaginaba lo inquieto que se podía sentir.

Como si fuera obra del destino para responder la pregunta, apareció Rachel tomada de la mano del Sr. Evans.

—Bienvenida señorita Anne —comentó el Sr. Evans —, estas personas trabajan en esta casa, cualquier cosa que necesiten pueden decirle.

Me sentía como perro en agua, era la primera vez que veía tantos empleados para atender a solo dos personas.

—No creo que sea necesario.

Me ignoró, por supuesto.

—Si no hay más que decir...

Lo corté, acordándome, —Creo que aún no los he presentado —el Sr. Evans miró con interés a Reese —. Él es Reese, mi... —dudé unos instantes, sin embargo, Reese me miró con ojos brillantes, pero sonrió, sentí un poco de alivio —. Mi sobrino.

—Gusto en conocerte, Reese. Ella es mi hija Rachel —inquirió el Sr. Evans.

Rachel inclinó la cabeza a un lado, al igual que Reese. Me causó ternura verlos a los dos.

—Reese. Él es el Sr. Evans, dueño de la casa.

Baje a Reese y el de inmediato le tendió la mano al Sr. Evans. Mi corazón casi salta al ver lo tierno del acto.

—Hola, Sr. Evans, me llamo Reese —por primera vez vi una pequeña sonrisa en los labios del Sr. Evans, correspondió a la pequeña mano de Reese.

—Eres un pequeño adulto, ¿no? —dijo mientras revolvía el cabello rubio de Reese.

Al verlos tan cerca, eran algo similares.

Nunca, no era posible. El padre de Reese murió en un accidente.

Aparte esos pensamientos en cuanto Reese corrió, poniéndose detrás de mí.

—Alfred les mostrará las habitaciones —el Sr. Evans dispuso a irse —. Siéntete como en casa, Reese.

—Solo necesito una habitación —debatí.

—Yo le dije que tendrán dos habitaciones.



#2973 en Novela romántica
#913 en Chick lit

En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 28.04.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.