"Al final todo vuelve a su sitio, al final si eres fuerte puedes liberarte, puedes ser feliz, puedes elegir liberarte de aquello que te ata y te hace miserable"
Finalmente, había llegado el día esperado.
La cirugía de Reese.
Estaba muy preocupada por él. Reese sonreía sin saber lo que le esperaba. No era riesgo de muerte, sin embargo, sé las complicaciones que pueden surgir en una operación.
Mis nervios estaban a mil. Afortunadamente, me había reconciliado con Evans. Lo necesito, sobre todo hoy.
Siento una mezcla abrumadora de ansiedad y esperanza. Mientras lo preparo, mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
—Todo va a salir bien, cariño—le dije, tratando de infundirle confianza, aunque en el fondo sentía un nudo en el estómago. Su mirada refleja miedo, pero también una chispa de valentía que me llenaba de orgullo.
Cuando finalmente lo llevaron al quirófano, me senté en la sala de espera, sintiendo cómo el tiempo se estiraba interminablemente. La preocupación me envolvía como una manta pesada. ¿Y si algo salía mal? Me preguntaba cada segundo. Fue en ese momento que Evans apareció, como un rayo de luz en medio de la tormenta.
Se sentó a mi lado y tomó mi mano con firmeza.
—Estoy aquí contigo, bebé—me dijo con esa voz cálida. —Reese es fuerte y los médicos saben lo que hacen.
Agradecí su presencia más de lo que podía expresar.
—No puedo evitar preocuparme— confesé, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con salir. —Es mi hijo... no puedo imaginar lo que podría pasar. No puedo vivir sin él, Evans.
Evans sonrió con comprensión.
—Es normal sentir así. Pero tienes que recordar que esto es solo un paso más hacia su recuperación —Sus palabras eran un bálsamo para mi alma inquieta.
Recosté mi cabeza en su pecho, respirando su agradable aroma. El aroma de Evans me envuelve como un abrazo cálido. Al acercarme más, respiro profundamente y siento una mezcla de notas amaderadas y especiadas que me resulta irresistible.
A medida que los minutos pasaban, él comenzó a contarme historias divertidas sobre Rachel; momentos graciosos y recuerdos entrañables que nos hacían reír juntos. Poco a poco, las risas comenzaron a reemplazar las lágrimas y la ansiedad se fue desvaneciendo un poco.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, vi al médico salir del quirófano con una expresión tranquila en su rostro. Mi corazón se detuvo por un instante mientras él se acercaba a nosotros. Ambos nos paramos para escuchar lo que tenía que decir el médico. Evans, al ver mi ansiedad, agarro mi mano, entrelazándolas.
—La operación ha salido muy bien— anunció con una sonrisa.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios; era como si una piedra enorme cayera de mis hombros. En ese momento comprendí lo fuerte que había sido Reese.
—¿Ves? Te lo dije —inquirió Evans, sonriendo.
Después de pasar por momentos tan angustiosos, al fin sentí un rayo de esperanza. La noticia de que Reese estaba bien me hizo querer compartir mi alivio con alguien que había estado a mi lado en cada paso del camino.
Miré a Evans, cuya presencia siempre me había brindado consuelo, y algo en su mirada me hizo sentir que todo iba a estar bien.
Sin pensarlo dos veces, me lancé hacia él. Lo abracé con todas mis fuerzas, como si pudiera transferirle todo el peso que había estado llevando en mi corazón. Evans puso ambas manos en mi cintura envolviéndome en su cuerpo.
Su calidez me envolvió y, por un instante, el mundo exterior se desvaneció. Era solo él y yo, en ese abrazo encontré la tranquilidad que tanto necesitaba.
—Gracias por estar aquí— dije entre susurros, sintiendo cómo las lágrimas de felicidad comenzaban a asomarse en mis ojos. Su apoyo incondicional significaba más de lo que podía expresar con palabras.
Mientras lo abrazaba, podía sentir su respiración tranquila y su energía calmante fluyendo hacia mí.
Me separé un poco para mirarlo a los ojos y no pude evitar sonreírle con alegría.
—Te ves hermosa cuando sonríes —su confesión me hizo sonrojarme.
Evans poco a poco empezaba a soltarse. Y me encantaba esa faceta de él. Libre, sincero y tierno.
Sin pensarlo demasiado, le di un beso suave en la mejilla. Fue un gesto simple, pero lleno de significado; una forma de mostrarle cuánto valoraba su presencia en mi vida.
—Eres increíble —le dije mientras mis palabras flotaban en el aire entre nosotros. —No sé qué haría sin ti.
La sonrisa en su rostro era contagiosa, iluminaba el espacio a nuestro alrededor y hacía que todo pareciera más brillante. En ese momento perfecto, sentí cómo todo el peso de la angustia se desvanecía poco a poco.
Con él a mi lado, todo parecía posible. La conexión entre nosotros era tan fuerte que podía casi tocarla; era un lazo tejido con confianza y amistad.
En medio de esa felicidad compartida, empecé a pensar en todos los momentos difíciles que habíamos superado juntos y cómo cada uno de ellos nos había acercado más. Esa sensación de complicidad me llenó de energía positiva y una renovada esperanza para lo que vendría.
Cuando finalmente pude ver a mi hijo en la sala de recuperación, me acerqué rápidamente a su lado, acariciando su frente mientras él abría los ojos lentamente.
—Hola, campeón— le dije con ternura, sintiendo una oleada de amor y alivio.
—¿Mamá?—murmuró él con voz adormecida.
—Estoy aquí—respondí emocionada.— Todo ha salido bien.
Agradecí cada segundo junto a él mientras comenzaba su camino hacia la recuperación. Con el apoyo constante de Evans y el amor incondicional entre madre e hijo, sabía que juntos superaríamos cualquier obstáculo.
Luego de eso, trasladaron a Reese a una habitación del hospital que tiene un aire monótono, con sus paredes blancas y ese olor característico a desinfectante que nunca se puede evitar. Cuando Evans entró a la habitación del hospital, su expresión era mezcla de preocupación y determinación.