"Si abres tu corazón, será recompensado tarde o temprano"
Al día siguiente, no paraba de pensar en el hecho de que mi padre y el Sr. William se conocían.
¿Por qué actuaban tan misteriosos? ¿Era algo malo? Por la expresión que colocaron en cuanto se vieron, no cabía duda. Algo no estaba bien.
La luz de la mañana entraba por la ventana de mi oficina, iluminando los papeles dispersos sobre mi escritorio, pero mi mente estaba completamente ocupada en esa pregunta que me rondaba sin cesar.
—El Sr. Evans solicita tu presencia en la oficina —dijo Olivia, con un tono indiferente, casi despectivo, desde la puerta de mi despacho. Su voz se deslizaba como hielo, mientras me miraba desde lo alto.
—¿Por qué? —arrugué las cejas, sin entender.
—A mí qué me importa —respondió con una leve sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos.
Un suspiro involuntario escapó de mis labios mientras la observaba. Estaba al tanto de su actitud hacia mí, pero eso no cambiaba el hecho de que yo tenía más poder aquí que ella. Aun así, su tono mordaz me molestaba. Intenté ignorarlo, pero sabía que era una batalla perdida.
Me levanté de mi silla, mi mente dando vueltas sobre qué podría estar pasando. ¿Quizás algo relacionado con los niños? No hacía mucho que nos habíamos visto, pero las cosas nunca parecían estar realmente claras.
Al caminar hacia la oficina de Evans, una sensación extraña me invadió, como si algo estuviera a punto de ocurrir, aunque no pudiera definir exactamente qué era. El pasillo estaba desierto, las luces fluorescentes sobre mí zumbaban con una insistencia inquietante.
Al llegar a la puerta de su oficina, una corriente de aire frío me recorrió la espalda. De repente, el ambiente se sintió más denso, como si el aire estuviera cargado de electricidad. No estaba preparada para lo que encontraría dentro. Abrí la puerta con cautela y, al verlo, algo cambió en el aire.
Evans estaba de pie junto a su escritorio, su mirada fija en mí con esa intensidad que siempre me hacía sentir en casa y a la vez vulnerable. La mezcla de ser su novia y su empleada nunca dejaba de enredarme los pensamientos, pero su presencia, siempre dominante y cálida, disipaba cualquier duda que tuviera. El ambiente en la oficina, usualmente tan frío y profesional, parecía transformarse cada vez que estábamos solos.
El silencio entre nosotros era absoluto, denso. Nos conocíamos lo suficiente como para saber que las palabras no siempre eran necesarias, pero algo había en el aire que no dejaba de alterar la calma habitual. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y me pregunté si él también lo sentía.
Antes de que pudiera abrir la boca, sin previo aviso, comenzó a acercarse. La sensación fue tan inesperada que mis pensamientos se desvanecieron. La cercanía de su cuerpo me invadió, y cuando sus labios encontraron los míos, el mundo entero pareció detenerse.
Era un beso apasionado, pero también lleno de una ternura inconfundible. Algo dentro de mí, ese miedo de mezclar lo personal con lo profesional, se desvaneció. Solo estábamos él y yo, en ese pequeño espacio. El roce de sus labios me hizo olvidar que estábamos en su oficina, que él era mi jefe y que había tantas cosas que no podíamos hacer a la vista de los demás. Todo desapareció.
Solo importaba el latido de mi corazón y el calor de su cercanía. El aire a nuestro alrededor parecía no existir, y por un momento, el tiempo se extendió hasta volverse eterno.
Pero no podía quedarme allí para siempre. De repente, la realidad me golpeó con fuerza, como una ráfaga de aire frío, y un escalofrío recorrió mi espalda. Me separé rápidamente, retrocediendo un paso, mis ojos muy abiertos mientras luchaba por recuperar el control. Cada parte de mi cuerpo parecía gritar que había cruzado una línea, y, aunque el deseo seguía ardiendo en mi interior, la razón me decía que tenía que frenar.
—Evans... —dije, mi voz sonando más temblorosa de lo que quería—. No... no podemos hacer esto.
Él me miró fijamente, sin apartar la mirada, como si esperara que lo invitara a continuar, que le diera alguna señal de que todo estaba bien. Pero yo solo sentía un torrente de confusión y nerviosismo. Mi respiración era más agitada de lo que me gustaría admitir.
—¿Por qué no? —su voz era profunda, suave, como si esa respuesta realmente lo sorprendiera. No había juicio en sus palabras, solo una curiosidad silenciosa, como si no entendiera del todo lo que me estaba ocurriendo.
Miré hacia el suelo, luchando por encontrar las palabras correctas. Mis manos estaban frías, y el aire en la oficina parecía más espeso de lo normal. Sabía que él lo veía de una manera diferente, pero yo... yo solo podía pensar en las repercusiones, en cómo todo esto podría cambiarlo todo.
—Estamos en tu oficina... —respondí, con la garganta seca, forzándome a pensar con claridad. Cada palabra que salía de mi boca se sentía como una excusa, pero era lo único que lograba ordenar en mi mente. Él debía entenderlo. Tenía que entenderlo. — Esto no está bien, Evans. No podemos hacer esto aquí.
Un suspiro bajo escapó de él, pero no retrocedió. En lugar de eso, dio un paso hacia mí, más cerca, su presencia tan imponente que casi podía sentir su calor envolviéndome. Me hizo querer dar un paso atrás, pero mi cuerpo no respondía con tanta rapidez como mi mente. Mis pensamientos se arremolinaban mientras él permanecía cerca, mirándome como si no entendiera por qué no podía ser tan simple como parecía. Su cercanía, su intensidad... me mareaba.