"Te amo no solo por lo que eres, sino por lo que soy cuando estoy contigo."
Había llegado el día esperado: convencer a un viejo maniático que, por alguna razón incomprensible, prefería el café sin café.
Evans me lo había puesto difícil, como siempre. ¿Qué necesidad tenía de darme este trabajo sabiendo que iba a toparme con la odiosa cara de Selena? Admiraba mi autocontrol para no tirarle un café en la cabeza cada vez que abría la boca. Aunque, siendo honesta, hoy se sentía como una tentación peligrosa.
El dulce Evans. Sí, ahora era dulce, aunque nadie lo creería. Lo había convertido en un trozo de miel derretido. ¿Qué puedo decir? El poder del amor... Okay, me callo, eso sonó cursi. Nuestra relación era como la de dos adolescentes recién casados: pasión desbordante, peleas fugaces y esa chispa que siempre hacía que volviéramos a encontrarnos. Pero últimamente, todo se sentía demasiado perfecto. Como si la calma fuera la antesala de una tormenta.
Quizá solo era mi paranoia, pero en esta vida las sorpresas nunca son buenas.
Se me había hecho tarde porque llevé a los niños a la escuela. En cuanto los dejé, aceleré directo hacia donde Evans había dicho que estaría el señor Lawrence... y, por supuesto, Raquel. Solo su nombre ya era suficiente para tensarme los hombros.
El ambiente en la sala era un imán de incomodidad en cuanto entré. Una energía pesada, como si alguien hubiera dejado una tormenta eléctrica atrapada en las paredes. Esto iba a ser peor de lo que había imaginado.
—¡Dije deslactosado, no con leche! —rugió un hombre al fondo de la sala.
Era mayor, con la típica expresión agria de alguien que jamás había conocido la palabra "amabilidad". Su víctima, una chica que no parecía superar los 20, sostenía una bandeja con las manos temblorosas. Sus ojos estaban al borde del llanto. Definitivamente, era nueva.
—¿Eres sorda o qué? —continuó el hombre, lanzando un vaso vacío al suelo como si fuera un niño con berrinche—. ¡Muévete o muérete!
Vale... Esto ya era otro nivel de crueldad.
Selena estaba allí, por supuesto, con los brazos cruzados y una sonrisa maliciosa como si disfrutara el espectáculo. Su mirada se encontró con la mía, y su expresión dejó claro que estaba esperando que fracasara. Pero no hoy.
Inspiré profundo, ajusté mi chaqueta y me acerqué con paso firme. No iba a dejar que un viejo maniático ni una Selena venenosa arruinaran mi día... aunque claro, sabía que el verdadero desafío apenas estaba comenzando.
—Lo siento, señor. Ya mismo lo haré. —La chica salió disparada, casi chocando conmigo en su prisa. Ni siquiera levantó la vista para verme.
El salón era un caos organizado. Personas corriendo de un lado a otro, ajustando vestidos, maquillando modelos y gritando instrucciones como si el mundo se acabara en minutos. Las caras de todos reflejaban el estrés absoluto, como si respirar fuera un lujo.
Me quedé un momento observando. Era como si alguien hubiera soltado un tornado de tela, brochas y gritos. Pero lo que realmente captó mi atención fue el hombre en el centro de todo, el señor Lawrence, repartiendo órdenes como un dictador en su trono. Su mirada afilada hacía que incluso los más experimentados temblaran.
Esto iba a ser interesante... o un desastre épico.
Respiré profundo y avancé hacia el centro del caos, esquivando a una asistente que corría con una bandeja llena de cintas y alfileres. El señor Lawrence levantó la mirada en cuanto me acerqué, sus ojos evaluándome de arriba abajo con evidente impaciencia.
—¿Tú eres la representante de Evans? —preguntó con un tono cortante, como si ya hubiera decidido que no era lo suficientemente buena para estar allí.
—Así es. Anne, un gusto. —Sonreí, aunque sabía que eso no funcionaría con alguien como él.
Antes de que pudiera responder, Selena apareció por detrás, ajustándose su impecable blazer y con esa sonrisa que siempre parecía esconder dagas.
—Oh, Lawrence, no te preocupes, yo me encargaré de que todo salga bien. Anne, es un poco... novata en estas cosas. —Su tono era dulce, pero el veneno estaba claro.
No podía golpearla, pero sí podía demostrarle quién mandaba aquí. Miré a Lawrence directamente.
—Tranquilo, señor Lawrence, estoy más que preparada para esto. —Mi voz sonó firme, segura, y me aseguré de que Rachel lo notara.
Él arqueó una ceja, aparentemente sorprendido por mi actitud, pero antes de decir algo, un asistente irrumpió en la conversación.
—¡Señor Lawrence, las luces tienen un fallo en la pasarela!
Perfecto. El caos acababa de subir de nivel.
El señor Lawrence soltó un gruñido frustrado, girándose hacia el asistente como si fuera a devorarlo vivo.
—¡Entonces arréglalo, incompetente! ¿Qué clase de desfile crees que estamos haciendo aquí? ¿Una fiesta de barrio? —espetó, moviendo las manos con exageración.
Aproveché el momento para moverme y tomar el control. Miré a Selena de reojo, quien seguía con su sonrisa satisfecha, disfrutando del desastre. Si quería verme fallar, iba a decepcionarse.
—Señor Lawrence, si me permite, puedo coordinar con el equipo técnico para solucionar el problema rápidamente. Así usted puede enfocarse en las modelos y el vestuario —dije, manteniendo mi tono profesional pero decidido.
Él me lanzó una mirada desconfiada, pero tras unos segundos de vacilación, asintió.
—Bien. Pero si esto falla, se lo haré saber al Sr. Evans.
—No fallará —respondí sin dudar.
Mientras caminaba hacia el área técnica, Selena no pudo evitar lanzarme otra puñalada verbal.
—Qué valiente de tu parte intentar arreglar algo que claramente está fuera de tu alcance. Espero que no hagas el ridículo.
Me detuve un momento, lo justo para responder sin mirarla.
—Es curioso que te preocupe mi fracaso, Selena. Tal vez deberías enfocarte en no tropezar en la pasarela.