“Nadie puede controlar el tiempo, solo queda aceptarlo y continuar”
El taxi avanzaba a toda velocidad por las calles iluminadas de la ciudad, pero mi mente estaba completamente atrapada en otro lugar. La madre de Rachel había regresado de repente con una historia que parecía sacada de una película, afirmando que se estaba muriendo. ¿Era cierto? ¿Era otra de sus manipulaciones? En mi mente no dejaba de dar vueltas la misma pregunta: ¿Por qué ahora? No podía dejar de pensar en lo peor, aunque lo intentara.
La idea de que esa mujer volviera a aparecer en nuestras vidas, justo cuando Evans y yo estábamos empezando a construir algo, me estaba destrozando. No es que pensara que ella pudiera interponerse entre nosotros, pero la imagen de Rachel, una niña tan pequeña y vulnerable, me destrozaba. La posibilidad de que sufriera nuevamente por una madre que parecía no saber qué quería era algo que no podía tolerar.
Cuando el taxi se detuvo frente al hospital, no perdí tiempo. Salí como una bomba de tiempo, con el corazón acelerado y la mente en caos. No me importó el tumulto que se armaba a mi alrededor. Mi única prioridad era Tag. De inmediato, me dirigí a urgencias.
La escena que me recibió fue tan desgarradora que, por un momento, todo lo que había sentido hasta ese instante se desvaneció. Allí estaba Tag, derrotado, con la cabeza metida entre sus rodillas. Su cuerpo tenso, como si el dolor lo hubiera paralizado.
Me acerqué con pasos lentos, tratando de no invadir su espacio, y cuando vio que era yo, no dijo palabra alguna. En su lugar, me tendió los brazos y me hundí en su abrazo, casi sin pensarlo. Me aferré a él, como si fuera la única forma de que el mundo no se desmoronara.
—Tag... —susurré, acariciando su cabello como solía hacer cuando éramos más jóvenes, cuando el dolor no era tan aplastante—. Todo va a estar bien.
Sus palabras me llegaron como una cuchillada directa al corazón.
—Está muy mal, Anne. Mi madre va a...
No, no quiero que hablemos de eso ahora. Tomé un respiro profundo, tratando de mantenerme tranquila.
—Shh... —murmuré, cerrando los ojos mientras trataba de calmarlo.
Lo único que sentía en ese momento era que el tiempo había dejado de existir. Cada segundo se estiraba hasta parecer interminable. No sabía cuánto tiempo había pasado abrazando a Tag, pero cuando me aparté de él, vi la desesperación en sus ojos hinchados.
Mi corazón se apretó en el pecho. Todo esto no era justo.
Lo miré con suavidad y tomé su rostro entre mis manos, tratando de que me mirara a los ojos.
—Escúchame, Tag —le dije, con un nudo en la garganta—. Ve a buscar algo de beber, ¿vale? Yo voy a entrar a ver a tu madre.
No esperé su respuesta, aunque su mirada era de desconcierto, como si realmente no supiera qué hacer. Era como si su mente estuviera en piloto automático, moviéndose sin pensar. Se levantó y salió, casi de manera automática, en busca de algo que no sabía qué era.
Suspiré profundamente, mi cuerpo tenso, pero había algo dentro de mí que me decía que debía seguir adelante. Avancé hacia la puerta. El aire estaba pesado, como si todo se hubiera detenido, y mis manos temblaban al tomar el picaporte.
El cuarto de hospital era pequeño, iluminado por una luz tenue que hacía todo parecer más frío de lo que ya era. Al entrar, la imagen de Susan me golpeó como un puñetazo en el pecho. Estaba recostada, conectada a máquinas que pitaban de manera rítmica, su cuerpo débil, casi irreconocible para la mujer fuerte que recordaba. Esa mujer que había sido como una madre para mí y una guía para Tag ahora parecía tan frágil.
Me acerqué a su lado, y al escuchar el leve crujir de mis pasos, abrió los ojos. Una sonrisa débil apareció en sus labios al verme. Quería ser fuerte, pero mis ojos se nublaron al instante. Susan había sido mi refugio en mis peores días, y verla así me rompía más de lo que podía admitir.
—Por favor, no te esfuerces, señora Susan. —Mi voz salió como un susurro quebrado mientras tomaba su mano fría entre las mías.
Ella me observó, su sonrisa ladeada manteniéndose a pesar de su evidente dolor.
—Anne... querida, no tienes que estar aquí llorando. Estoy feliz de verte... —Su voz era apenas un murmullo, pero suficiente para que la escuchara.
No pude evitarlo más, las lágrimas rodaron por mis mejillas sin control. Todo este tiempo, la culpa había estado escondida en algún rincón de mi corazón. Había pasado tanto tiempo sin visitarla, sin saber cómo estaba.
—Perdóname... —solté entre sollozos, tratando de mantener mi voz estable—. Perdóname por no haber venido antes.
Ella apretó mi mano con una fuerza que no pensé que tendría.
—No tienes nada que disculpar, querida. Siempre has sido como una hija para mí... —Su tono era cálido, pero me destrozaba oírlo tan débil—. ¿El pequeño está bien?
Un nudo enorme se formó en mi garganta. A pesar de su estado, Susan seguía preocupándose por los demás.
—Está bien, Susan. Él te recuerda con mucho cariño —le respondí, mi voz apenas un hilo.
Ella asintió con ternura, dejando escapar un suspiro que parecía llevarse el poco aliento que le quedaba.