Moda de amor

CAPÍTULO 30

"Podemos herir a quienes más amamos, porque incluso en el amor más profundo, las acciones equivocadas a veces nos superan."

Todo fue un caos.

La madre de Rachel, Diana, se había quedado en un hotel con la ayuda de Evans. Sí, Evans. Él se estaba solidarizando con ella, incluso cuando yo no entendía cómo podía ser tan amable con una mujer que apareció de la nada, después de tantos años. ¿Por qué lo hacía? ¿Acaso todo se reducía a su bondad? O quizás... ¿Había algo más? Mi cabeza no paraba de dar vueltas, pero no era el momento para cuestionarlo.

Tag estaba destruido. No salía, no comía, ni siquiera quería abrir el bar. Estaba tan sumido en su dolor que ni siquiera yo sabía qué hacer con él. Nunca lo había visto tan... quebrado. Siempre había sido tan fuerte, tan capaz de sobreponerse, pero ahora parecía una sombra de sí mismo. Había momentos en los que se quedaba mirando al vacío, como si ya no tuviera fuerzas para seguir adelante.

Yo también me sentía perdida. La madre de Tag, Susan, había sido una de las personas que más me había dado cuando todo parecía estar en ruinas. Y ahora... no sabía cómo podía consolarlo, cómo podía devolverle la luz que había perdido. No había respuestas, solo días grises.

Era el día del velorio.

Evans y los niños iban a acompañarme. Cuando llegamos al velorio, el aire estaba pesado. La sala llena de personas que venían a despedir a Susan, pero para mí, todo parecía un sueño del que no podía despertar. Las lágrimas de Tag se habían detenido, pero su dolor seguía tan presente que lo sentía en el aire. Caminaba como si su alma estuviera rota, y sus ojos, esos ojos que siempre habían estado llenos de vida, ahora se veían vacíos, perdidos.

Los niños caminaban cerca de mí, observando el ambiente sombrío que no comprendían del todo. Rachel no decía nada, pero su mirada decía todo. Estaba asustada, tan confundida. El peso de todo aquello le estaba alcanzando, y aunque intentaba ser valiente, sus ojos no mentían. Mi corazón se rompía un poco más por ella.

Evans caminaba a mi lado, en silencio, pero su presencia era todo el apoyo que necesitaba en ese momento. No decía nada, pero me miraba con unos ojos que entendían lo que no podía decir con palabras. De alguna manera, él era el único que entendía el abismo en el que estábamos, el que me daba la fuerza para seguir adelante.

Tag no hablaba, no reaccionaba. No había ni un solo gesto que indicara que el hombre que conocía estaba todavía allí. Era como si estuviera atrapado en una burbuja de dolor que no lo dejaba moverse, ni respirar. Su madre, su gran amor, su luz, había partido, y ahora parecía que él también se iba con ella, aunque su cuerpo estuviera aquí.

Yo sabía lo que tenía que hacer. No iba a dejar que Tag se hundiera en esa oscuridad. No importaba lo que tuviera que hacer o lo que tuviera que enfrentar, yo iba a levantarlo. Levantaría a Tag del dolor, porque él había sido mi roca cuando yo más lo necesitaba. Y ahora era mi turno.

Mi mirada se encontró con la de Evans, que asintió suavemente, comprendiendo mi determinación. De alguna manera, lo que más temía era perder a Tag en este proceso. Pero no lo haría. No lo dejaría caer.

Una semana después, llegué a casa, tras otro intento fallido de hacer que Tag comiera algo. Cinco días habían pasado desde que Susan murió, y parecía que nada lograba sacarlo de ese estado. Estaba preocupado, frustrada... y aterrada. Había prometido a su madre que lo cuidaría, que lo levantaría del dolor, pero en ese momento sentía que estaba fallando.

Cuando entré a la casa, la tensión en el aire era casi palpable. El silencio reinaba, y la sensación de pérdida estaba presente en cada rincón, en cada sombra. Tag seguía encerrado en su mundo, negándose a enfrentar la realidad, como si la simple acción de comer lo arrastrara más hacia la oscuridad de su dolor. Necesitaba encontrar una forma de hacerlo, de que al menos pudiera comer algo. Pero no sabía cómo.

Así que tomé el coche y fui directo a casa, y subí hasta la oficina de Evans. Al llegar a su oficina, lo encontré en su silla, completamente absorto en la pantalla de su laptop, como siempre. Era como si el mundo a su alrededor no existiera. Me recosté en la puerta, observándolo por un momento. Me sentí tan pequeña frente a su calma, como si sus problemas y el caos de su vida no lo afectaran en absoluto. Pero sabía que él también tenía sus propios demonios.

Evans levantó la mirada, notando mi presencia inmediatamente. Su rostro se suavizó al verme, como si mi llegada fuera una especie de ancla, un respiro que necesitaba. Pero yo no lo miraba con ojos de complicidad, sino con la desesperación de alguien que estaba al límite.

—¿Anne? —dijo con su tono suave, pero que reflejaba cierta preocupación al verme tan callada.

Me acerqué a él, dejando escapar un suspiro largo. Mi cabeza estaba llena de pensamientos contradictorios, pero el simple hecho de estar cerca de él me daba algo de paz, aunque fuera por un instante. Sin decir palabra, me deslicé a su lado, dejando que él girara la silla hacia atrás, como si supiera exactamente lo que necesitaba.

Me acomodé en su regazo, sintiendo su calor, y descansé mi cabeza en su hombro. El roce de su cuerpo, el olor familiar, me tranquilizó por un segundo, como si el mundo exterior dejara de importar. Solo quería estar cerca de él, necesitaba sentir que había algo más allá del caos, algo constante y seguro en medio de tanto dolor.

Sin poder evitarlo, dejé que mis labios se encontraran con los de Evans en un beso largo, profundo, como si de esa manera pudiera transmitirle todo lo que no podía decir con palabras. La desesperación, el miedo, la necesidad de aferrarme a algo, a alguien.

Evans me respondió con igual intensidad, apretándome más contra su cuerpo, sus manos explorando mi espalda como si quisiera asegurar que estábamos realmente juntos, aquí, en este momento. Me removí ligeramente en su entrepierna, buscando el contacto, buscando más de lo que me estaba ofreciendo. Necesitaba más. Necesitaba sentirme viva de nuevo, aunque fuera por unos momentos.



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 22.12.2024

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