Moda de amor

CAPÍTULO 31

"Aunque me odies ahora, sigues siendo lo único que no quiero perder"

La mañana comenzó con un ambiente que pesaba como una nube oscura. El aire tenso en la oficina me aplastaba, y Evans seguía sin dirigirme una sola palabra. Ni siquiera un vistazo rápido. La incomodidad me consumía.

Mi teléfono vibró con un mensaje. Al ver su nombre en la pantalla, una chispa de emoción se encendió en mi pecho, pero se apagó tan rápido como llegó.

Evans: Deberás diseñar un vestido para el Sr. Lawrence. Él tomará la decisión final.

Fruncí el ceño, mi corazón dando un vuelco.

Yo: ¿No lo tenía ya decidido?

Evans: No.

Yo: Evans...

Silencio. Ni una respuesta.

Solté un suspiro frustrado, pasando una mano por mi cara. La tensión entre nosotros me estaba destrozando, más de lo que quería admitir. Lo odiaba. Odiaba estar así con él, como si un muro invisible nos separara. Sentí las lágrimas arder en mis ojos, amenazando con caer.

No. No iba a llorar aquí.

Casi corrí al baño, cerrando la puerta tras de mí con fuerza. Me apoyé contra la fría pared de cerámica, intentando recuperar el control de mi respiración.

¿Por qué tenía que ser así? No quería elegir. Jamás había dudado de mis sentimientos por Evans. Lo elegía a él sobre todo, pero su ultimátum era injusto. Tag era mi amigo, alguien que había estado allí cuando no tenía nada ni a nadie. ¿Acaso no podía entenderlo?

Me limpié las lágrimas apresuradamente y me obligué a enderezarme. No podía seguir así. Si quería arreglar esto, debía enfrentarlo.

—Bien, Anne. Tú puedes hacerlo.

Caminé decidida hacia su oficina, ignorando el nudo en mi garganta. Al llegar, noté que la secretaria no estaba en su puesto. Miré a ambos lados del pasillo. Silencio total. Sin dudarlo, giré el pomo de la puerta, dejando escapar un suspiro para prepararme.

Pero lo que vi al abrirla me detuvo en seco.

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo.

Evans estaba demasiado cerca de Diana, su postura inclinada hacia ella, mientras ella sonreía con una confianza que me revolvió el estómago. Su mano descansaba casualmente sobre el brazo de él, como si ese lugar le perteneciera.

—No es lo que crees —dijo Evans de inmediato, su tono firme, pero había algo en sus ojos... algo que me hizo retroceder un paso.

—¿Ah, no? —espeté con voz rota, sintiendo el calor de la rabia y la decepción apoderarse de mí. Mis ojos se encontraron con los de Diana, quien no se molestó en ocultar su sonrisa, como si estuviera disfrutando del espectáculo.

—Anne, déjame explicarte...

—¿Explicarme qué? —interrumpí, mi voz cargada de dolor—. ¿Qué justo después de darme un ultimátum te encuentro así con ella?

—No es lo que parece, Anne.

—Oh, claro, porque todo siempre tiene una justificación contigo, ¿verdad, Evans?

Mi mirada se deslizó hacia Diana, quien no había movido un solo músculo, su sonrisa inmutable como si supiera algo que yo no. Eso fue suficiente para encenderme aún más.

—¿Sabes qué? No necesito escuchar nada. Ya vi suficiente.

Mi respiración se detuvo. Mis ojos parpadearon varias veces, esperando que la imagen frente a mí desapareciera como si fuera una alucinación, pero no ocurrió.

Diana abrió la boca para hablar, pero le lancé una mirada que podría haberla matado.

—Tú cállate —dije con un tono helado, sin apartar mi atención de Evans.

—No es lo que parece —insistió Evans, alzando las manos como si intentara calmarme.

—¿Ah, no? Entonces, por favor, ilumíname. Porque lo que veo es bastante claro.

—Estábamos discutiendo —respondió él, con el ceño fruncido.

—¿Discutiendo? ¿Así de cerca? ¿Con ella tocándote? —repliqué, señalándolos con una mezcla de dolor y rabia.

—Anne, ella se acercó. Yo no...

—¡Siempre tienes una excusa, Evans! —grité, mi voz quebrándose. —Pero esta vez no voy a quedarme a escucharlas.

Me giré con la intención de marcharme, pero su voz profunda y cargada de desesperación me detuvo.

—¡Anne, no fue nada! ¿De verdad crees que sería tan idiota? —preguntó, casi implorando.

Mis pasos se frenaron en seco, y giré lentamente hacia él, sintiendo cómo las lágrimas ardían en mis ojos mientras mi pecho se apretaba con cada palabra.

—¿Sabes qué, Evans? —murmuré, mi voz quebrada pero firme. —Ya no sé qué creer.

Lo vi tensarse, su frustración palpable, pero no me quedé para escuchar más. Me di la vuelta, dispuesta a salir de ese lugar que se sentía más pequeño y asfixiante con cada segundo.

Antes de cruzar la puerta, no pude evitar mirar de reojo a Diana, quien seguía ahí, inmóvil, con esa expresión maliciosa que encendía en mí un fuego que luchaba por controlar.

Evans se quedó detrás, con la frustración y el dolor grabados en su rostro, mientras yo me alejaba con el corazón destrozado y el peso de una duda que no dejaba de crecer.

Cuando llegamos a casa, todo estaba en silencio, como si el aire mismo estuviera tenso, esperando a que alguien hiciera el primer movimiento. Evans caminó directamente hacia la sala, se dejó caer en el sofá con la laptop entre las manos.

Yo, por mi parte, me fui a la mesa de la cocina. Tenía que preparar el diseño para el vestido del Sr. Lawrence, y aunque mi mente estaba lejos de eso, era lo único en lo que podía concentrarme.

Mis dedos recorrían el papel, pero las líneas que dibujaba no tenían sentido. Era como si mis pensamientos estuvieran atrapados en el vacío entre Evans y yo, un vacío que ni siquiera mis dibujos podían llenar.

Mientras tanto, los niños nos observaban desde el pasillo. Rachel me miró con el ceño fruncido, luego miró a Reese. Sabía lo que pensaba. Ella no entendía por qué estábamos así, ni por qué la casa estaba tan callada. Los dos siempre habían estado acostumbrados a la risa, a la complicidad entre Evans y yo, pero ahora parecía que algo se había roto y no sabían cómo repararlo.



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 22.12.2024

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