Moda de amor

CAPÍTULO 32

"El pasado nunca se queda atrás; camina a nuestro lado, susurrando verdades que creíamos enterradas."

La imagen de Diana confesando que Rachel no era su hija me perseguía sin tregua. Cerraba los ojos y ahí estaba, como un eco interminable en mi mente. Mis pensamientos eran un torbellino de preguntas sin respuestas. ¿Cómo podía enfrentar esto? ¿Cómo podía mirar a Evans a los ojos y contarle algo así sin pruebas concretas?

Tomé aire profundamente y me dije que no podía precipitarme. Si iba corriendo a Evans con esto, probablemente se alteraría. Él y Diana ya estaban tensos, y lo último que quería era añadir gasolina al fuego. No entendía qué diablos estaba pasando, pero estaba decidida a averiguarlo.

Por eso le pedí a mamá que se reuniera conmigo en la cafetería más discreta que conocía. Al principio se rehusó, pero cuando mencioné a Reese como excusa, accedió rápidamente. Sabía que era una mentira vil, pero no veía otra forma de conseguir que hablara conmigo.

Cuando llegué, mamá ya estaba ahí, removiendo lentamente el azúcar en su café. Parecía tranquila, pero sus movimientos delataban un nerviosismo que intentaba disimular. Me senté frente a ella, sintiendo cómo la tensión llenaba el aire entre nosotras.

Ella tomó un sorbo de su café, sin levantar la vista.

—Mamá —comencé, intentando que mi voz sonara firme, aunque mi corazón latía descontrolado.

Mamá levantó las manos, como si intentara detener lo inevitable.

—No sé nada, hija.

Fruncí el ceño. Ni siquiera había empezado.

—Ni siquiera he hablado.

Ella soltó un suspiro cansado.

—Lo sé, pero...

—No te he llamado por Reese.

Su mirada se endureció, pero algo en sus ojos brilló con resignación.

—Sabía que era una trampa.

—Entonces, ¿por qué viniste?

Mamá dejó la taza sobre la mesa con un suave "clink". Su postura se relajó un poco, pero su expresión seguía siendo una mezcla de reticencia y derrota.

—Porque no puedo seguir huyendo de ti —emitió en un susurro que casi me rompió el corazón—. Dime, ¿qué quieres saber?

Me incliné un poco hacia adelante, sintiendo que estaba a punto de cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás.

—¿Cuál es la relación entre mi padre y el de Evans?

La pregunta pareció caer sobre ella como un peso insoportable. Mamá desvió la mirada y pasó una mano por su cabello, un gesto que hacía cuando estaba ansiosa.

—Ellos tienen mucha historia, querida.

No me iba a contentar con una respuesta tan vaga.

—¿Qué clase de historia?

—Anne... —Su tono era casi suplicante.

—Mamá —insistí, mi voz cargada de determinación—. Necesito saberlo.

Ella cerró los ojos un momento, como si buscara fuerzas para responderme. Finalmente, habló:

—Una complicada —dijo, arrastrando las palabras—. Una que nos destruiría a todos.

Mi corazón se hundió. ¿Qué podía ser tan devastador? Antes de que pudiera procesarlo, solté algo que ni siquiera había planeado decir.

—Me enteré que Rachel no es la hija de Diana.

Mamá abrió los ojos de golpe, y antes de que pudiera evitarlo, escupió un sorbo de café, salpicando la mesa. Busqué rápidamente una servilleta y se la pasé, observando cómo su rostro pasaba del asombro al pánico.

—¿Qué dijiste? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Lo que escuchaste —repliqué, intentando mantener la calma—. Diana no es la madre de Rachel, pero Evans cree que sí.

Mamá se quedó inmóvil, con la servilleta a medio camino entre la mesa y su boca. Finalmente, dejó caer las manos y me miró con una intensidad que me puso los nervios de punta. Luego, agarró mis manos con fuerza, como si temiera que me fuera a desmoronar en cualquier momento.

—Escucha, hija... —comenzó, pero su tono era tan solemne, tan cargado de algo que no podía descifrar, que sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

—Dímelo todo, mamá —susurré, con el corazón en un puño—. Ya no quiero vivir rodeada de secretos.

Ella apretó mis manos aún más fuerte, como si lo que estuviera a punto de decir fuera a cambiarlo todo. Y en el fondo, sabía que así sería.

—¿Por qué te pones tan nerviosa? —pregunté, observando cómo mamá jugaba con la servilleta entre sus dedos.

Ella dejó escapar un suspiro largo, cargado de una mezcla de miedo y resignación. Finalmente, levantó la mirada y habló.

—Anne... —hizo una pausa, como si las palabras le costaran salir—. Esa niña...

Sus manos temblaban mientras se pasaba la servilleta por los ojos, tratando de contener unas lágrimas que no entendía. Su tono era tan grave que me hizo enderezarme en mi asiento.

—¿Qué pasa con Rachel? —insistí, mi corazón empezando a latir con fuerza.

—Esa niña puede que sea tuya.

Solté una carcajada, una risa nerviosa e incrédula que llenó el silencio incómodo entre nosotras.

—¿Qué? —me reí aún más, inclinándome hacia adelante, incapaz de procesar lo que acababa de decir—. Mamá, por favor. Estás muy vieja para ese tipo de bromas.

Pero ella no se rió. Su rostro permanecía serio, sus ojos llenos de una tristeza que nunca antes había visto en ella.

—No es una broma, Anne —dijo, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente firme como para atravesarme como una flecha.

Mi risa se apagó al instante. La miré con incredulidad, buscando en su rostro algún indicio de que esto era solo un malentendido.

—Mamá... estás diciendo tonterías —murmuré, intentando mantener la calma.

—No son tonterías —insistió, su voz ganando fuerza.

El aire en la cafetería parecía haberse vuelto más denso, como si las palabras que acababa de pronunciar hubieran cambiado todo. Apreté los dientes, sintiendo cómo una oleada de furia e incredulidad comenzaba a apoderarse de mí.

—Esto no es una broma —espeté, mi voz cargada de advertencia—. No juegues con esto, madre. Estoy hablando en serio.



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 22.12.2024

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