Moda de amor

CAPÍTULO 35

ADVERTENCIA: ESCENA +18

"No sé qué es más peligroso: la forma en que me miras o la forma en que me haces sentir."

Evans Collins

Siento el calor de su cuerpo, cálido y firme, contra el mío, y aunque no la toco de forma directa, cada centímetro de su piel parece estar grabado en mí. Está sentada en mi regazo, su espalda contra mi pecho, y no puedo evitar que cada respiración suya me atraviese, como si no hubiese pasado un solo día desde la última vez que estuvimos tan cerca.

El roce de su cuerpo me está matando. ¿Cómo no me di cuenta de cuánto te necesitaba hasta ahora? La distancia que tanto tiempo nos separó parece desvanecerse, y con ella, todo lo que creí que había olvidado.

Anne no se queda quieta, se retuerce levemente en mi regazo, un movimiento pequeño, pero suficiente para encender algo dentro de mí. Cada movimiento suyo es una tortura. Y lo peor es que ella lo sabe. Lo sabe y lo hace a propósito.

—Aún sigo cabreada contigo— dice, su voz grave y llena de un resentimiento que, por alguna razón, me resulta fascinante. Es como si aún estuviera reteniendo todo lo que no me ha dicho, y ahora está a punto de estallarlo.

—Ya hasta se me olvidó el motivo —respondo, aunque es una mentira.

No lo he olvidado. Todo eso sigue grabado en mi memoria. Pero ahora, ahora solo puedo pensar en lo cerca que está. Dios, ¿por qué tiene que estar tan cerca?

Ella se estira un poco, como si intentara encontrar una posición más cómoda, pero lo que en realidad está haciendo es acercarse más, presionando su espalda contra mi pecho de una manera que me destroza. Mis manos tiemblan, pero me esfuerzo por no tocarlas. No quiero que sepa lo mucho que me está afectando.

—Evans —murmura, y es como si sus labios estuvieran marcando una sentencia, arrastrándome a un lugar del que no quiero salir.

—¿Aún estás pensando? Debo estar haciendo algo mal — murmuro, y aunque mi voz suene relajada, sé que no lo está.

Lo siento en mi cuerpo, en la manera en que cada fibra de mí reacciona ante su cercanía. Cada palabra suya me hace perder el control un poco más. Pero sigo allí, inmóvil, deseando que no se aleje, esperando que, al menos por un momento, este juego, este tira y afloja, dure un poco más.

Anne se mueve nuevamente, pero esta vez no es un simple gesto, es como si estuviera probando hasta dónde puedo llegar. ¿Hasta dónde vas a empujarme, Anne? Sus caderas presionan contra mis piernas de una manera que me sacude, el calor de su cuerpo se filtra a través de la tela, haciéndome perder por completo la noción del espacio.

Mi respiración se hace más irregular, más dificultosa, y noto cómo mi piel reacciona, cómo mis dedos se clavan sin querer en la curva de su cintura, como si fueran imanes atraídos por la cercanía de su cuerpo.

Su voz, temblorosa, me alcanza de nuevo, y la forma en que dice mi nombre... Es como si me estuviera exigiendo algo, pero sin decirlo abiertamente. El aire entre nosotros está cargado de promesas no dichas, de deseos enterrados. Pero no puedo permitir que todo esto explote aún. No sé si quiero que explote, o si prefiero seguir así, jugándonos la cuerda floja.

—Evans —susurra, de nuevo con esa misma mezcla de desafío y vulnerabilidad. Pero ahora hay algo más. ¿Lo noto solo yo o ella también está a punto de perderse en esto?

—¿Qué? — respondo, más bajo que antes, casi un susurro.

—Lo sabes, ¿verdad? — dice ella, y sus palabras me cortan como un cuchillo afilado. —Lo sabes... no lo olvido. No te lo voy a perdonar.

Mis dedos se tensan a su alrededor, y en ese momento, la necesidad de tocarla, de apretarla más fuerte, de no dejarla escapar, se vuelve insoportable. ¿Cómo no me había dado cuenta de cuánto te necesitaba, Anne? La provocación en su voz, el desprecio que intento esconder, se convierte en una llamarada que me consume. Lo que más me quema ahora no es lo que me has dicho, sino lo que no has dicho.

—No tienes que perdonarme, — mi voz casi ronca. —Lo sé, he cruzado una línea.

Mi aliento se mezcla con el suyo, siento su respiración acelerada, y eso solo me alimenta, me empuja a la locura. Si tan solo me dejaras hacer lo que quiero...

De repente, se mueve más rápido, un giro sutil de su cadera que me derrumba. Maldita sea. Mi mano se desliza por su muslo, recorriendo la tela de su ropa con una intensidad que me sorprende, pero no me detengo. Mi pulso late desbocado. No puedo dejar de tocarla, de desearla, y ella lo sabe. Siento la tensión de su cuerpo contra el mío, la forma en que se arquea.

Cada segundo a su lado se siente como una eternidad en la que me estoy quemando vivo. El calor de su cuerpo sigue envolviéndome, y cada movimiento suyo es una tentación, una invitación al abismo.

Anne sigue retorciéndose en mi regazo, y yo, yo ya no puedo soportarlo más. El roce de su piel, la forma en que sus caderas presionan contra mis muslos, la suavidad de su espalda contra mi pecho, todo me está matando lentamente.

Lo peor de todo es que sé que está jugando conmigo. Y odio que lo haga. Pero no puedo evitarlo. No puedo dejarla ir, no mientras esté tan cerca. Mis dedos se tensan alrededor de su cintura, y en un impulso, la acerco más a mí, la siento pegada a mi cuerpo. No hay suficiente espacio entre nosotros.



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 10.01.2025

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