"El amor es complicado, pero nadie dijo que no valiera la pena."
Tengo miedo.
Por primera vez en toda mi vida, siento que no sé lo que debo hacer. ¿Contarle toda la verdad a Evans? ¿Decirle que soy posiblemente la madre de su hija y que él es el padre de Reese?
Las palabras retumban en mi cabeza, y no puedo dejar de pensar en ellas. La historia de Elisabeth no ha dejado de atormentarme, pero a pesar de la versión que me contó, no puedo evitar seguir preguntándome si es verdad. Es absurdo, ¿verdad? Los dos hemos perdido la memoria, y la idea de que haya sido intencional me da vueltas. Pero no puedo pensar en otra razón. No puedo. Todo esto está tan enredado que me asusta.
Mis piernas se mueven inquietas bajo la mesa, y mis manos tiemblan mientras las aprieto en mi regazo. Intento calmarme, pero la ansiedad me consume. Tengo el estómago revuelto, como si algo pesado se estuviera acumulando dentro de mí. Respirar profundamente no parece suficiente para tranquilizarme. Solo quiero que todo esto pase, pero sé que la única manera de hacerlo es enfrentar la verdad.
Hoy debía ir a recoger el resultado de las pruebas. Dijeron que podía hacerlo en la tarde, pero el tiempo se arrastra como una eternidad. El reloj parece burlarse de mí. Cada minuto es una condena.
Intento distraerme. Miro por la ventana, observando cómo la luz se filtra entre las hojas de los árboles, pero mi mente sigue atrapada en la misma espiral. La verdad pesa, y aún no sé si puedo compartirla. Si debo compartirla. Evans... No puedo seguir ocultándole esto, pero ¿y si su reacción es más de lo que puedo soportar? ¿Y si me odia por no haberle contado antes?
Mi móvil vibra en mi bolsillo, y por un momento me sobresalto, casi con miedo de ver quién es. Tomo una respiración profunda, mi mano temblorosa acaricia la pantalla sin mirarla y contesto con un hilo de voz.
—¿Hola? —Mi tono suena más nervioso de lo que querría admitir.
—¿Anne Bennett? —La voz de la enfermera es clara, pero lleva consigo una mezcla de formalidad y algo que no logro identificar, quizás algo de impaciencia.
—Sí, soy yo. —Mi garganta se aprieta al escuchar mi nombre, como si todo el peso del mundo cayera sobre mí en ese instante.
—Solo quería informarle que los resultados de las pruebas de ADN ya están listos para que los recoja.
El aire se me escapa de los pulmones, y por un segundo siento como si todo mi cuerpo se hubiera quedado congelado en el tiempo. Los resultados. Están listos. Ya. Mis pensamientos se atropellan, y un nudo se forma en mi estómago.
—¿Puedo ir a recogerlos ahora? —mi voz tiembla, más de lo que me gustaría. Trato de sonar serena, pero el pánico se cuela entre mis palabras.
—Sí, por supuesto. Puede pasar cuando desee. —La enfermera responde con tono relajado, casi distante, pero algo en su voz me deja una extraña sensación. Pero no me atrevo a preguntarle más. Necesito ir. Ahora.
—Gracias —respondo rápidamente, y sin esperar más, cuelgo el teléfono. Un suspiro de incertidumbre se me escapa. La ansiedad me consume, y el único impulso que tengo es levantarme e ir directamente al hospital.
Mi respiración es rápida y poco profunda, pero apenas lo noto. Todo lo que quiero es enfrentar lo que está por venir.
Al llegar al hospital, la recepcionista me recibe con una sonrisa que no llega a sus ojos. Es una sonrisa forzada, como si estuviera acostumbrada a mantener una fachada ante todo. Pero cuando me ve, sus labios se fruncen apenas, una ligera tensión en su rostro, como si estuviera a punto de decir algo, pero lo reprime.
—Vengo a recoger los resultados de las pruebas de ADN. —Mi voz suena firme, aunque por dentro me siento temblorosa. No tengo tiempo para más explicaciones. Estoy aquí por una razón.
La recepcionista me observa con una leve sorpresa, pero no dice nada, solo vacila un segundo. Toma el sobre con los resultados de ADN, lo revisa de nuevo, y, con un suspiro, me lo pasa sin decir más. El gesto es extraño, como si quisiera advertirme de algo. No me importa. Mi mente está puesta en lo que está por venir. Tomo el sobre, mi mano ligeramente temblorosa al rozarlo.
—Gracias. —Mi voz es baja, casi inaudible, pero no miro atrás. Estoy demasiado centrada en lo que tengo en mis manos. Tomo el sobre con rapidez, lo guardo en mi bolso sin pensarlo dos veces, y me doy la vuelta.
Salgo del hospital a paso rápido, el sonido de mis tacones resonando en el pasillo. El aire frío me golpea la cara al salir, pero no lo siento. Estoy en piloto automático, caminando sin rumbo fijo, pero solo quiero llegar a un lugar donde pueda estar sola con estos malditos resultados.
Mi mano va directamente al bolso, y con dedos que parecen no ser los míos, saco el sobre. Lo abro de manera torpe, casi desesperada, y en cuanto los papeles caen sobre mis manos, siento como si el mundo entero me hubiera dado un golpe.
Cuando leo los resultados, el golpe de la realidad es tan fuerte que mi corazón parece detenerse.
El pánico se apodera de mí.
Negativos.
Las palabras me golpean en la cara como una marea. Negativos. No puedo creerlo. ¿Todo lo que dijo Elisabeth era una mentira?
Siento que mis piernas fallan por un momento, y me apoyo contra la pared más cercana, incapaz de sostenerme. El sobre resbala de mis manos y cae al suelo, pero no me importa. Estoy vacía. Pasmada. No lo entiendo. No hay palabras que puedan describir lo que siento ahora.
El sonido del sobre al caer es lo único que oigo, mientras mi mente sigue dando vueltas, sin encontrar sentido a nada.
Todo resultó ser una broma, y aun así, no puedo dejar de pensar en lo que sucedió esa noche en el cuarto de Evans. Es como si esa escena estuviera grabada en mi mente, repitiéndose una y otra vez. Estoy segura de que nos conocemos, de que hay algo más entre nosotros, algo que no puedo descifrar, pero los resultados arrojaron negativos. Negativos. El golpe es frío, tajante. Nada tiene sentido ahora.