"Eres la única mujer que me ha hecho sentir que puedo hacer todo. Quiero estar en tus días felices y en los grises."
La duda no me deja dormir en toda la noche. Pienso en Evans. En lo que tiene preparado para hoy, en cada palabra que dijo ayer, y en cómo logró hacerme sentir especial y vulnerable al mismo tiempo.
Cuando la alarma suena, confirmo lo evidente: no he pegado un ojo. Me siento como una niña emocionada y ansiosa, pero también exhausta. ¿Será la menopausia? No encuentro otra explicación más racional para justificar este torbellino emocional.
Me obligo a ponerme en marcha y llevo a los niños a la escuela. Reese y Rachel no paran de hablar entre ellos, emocionados por sus propios temas. Rachel habla sobre su vestido y cómo todas las niñas de su clase están ilusionadas con verlo. Mientras tanto, Reese comparte que quiere impresionar a su nuevo maestro con su habilidad para tocar el piano. Sonrío, pero mi cabeza golpea suavemente contra el respaldo del asiento mientras intento mantener los ojos abiertos.
—¿Se encuentra bien, señorita Anne? —pregunta Jasper desde el asiento delantero, con el ceño ligeramente fruncido al observarme por el retrovisor.
—Estoy un poco cansada, pero estoy bien —respondo, intentando sonar tranquila, aunque mi tono no lo logra del todo.
Reese, siempre observador, se acerca para tomarme la mano con preocupación.
—¿Qué te pasa, mami?
Lo miro, dejando escapar un suspiro mientras sonrío y lo atraigo a mis brazos.
—No pasa nada, cariño. Anda, cuéntame más sobre el piano y tu profesor.
Él sonríe, satisfecho con mi respuesta, y continúa hablando con entusiasmo. Me alegra que esté adaptándose bien a su nueva escuela, aunque mi mente sigue vagando, atrapada entre el presente y la constante presencia de Evans en mis pensamientos.
Dejo a los niños en la escuela y me dirijo a la oficina. Apenas me recuesto en el asiento del auto, cierro los ojos, y lo que parecen segundos se convierten en minutos robados por un sueño involuntario.
El sonido de una garganta carraspeando me saca abruptamente de mi letargo. Parpadeo, aún medio dormida, y noto a Jasper esperándome con paciencia mientras me señala la entrada del edificio.
—Gracias, Jasper. Ya voy —murmuro, frotándome la cara para espabilarme.
Entro al edificio sintiendo las miradas de la gente. Hoy parece haber un ambiente especialmente tenso. Las miradas furtivas y los susurros me siguen mientras camino, pero estoy demasiado agotada para darles importancia. Mi cabeza late con un dolor persistente que amenaza con empeorar.
Me acerco a Olivia y Max, quienes me miran con una mezcla de desprecio y curiosidad mal disimulada.
—¿Qué sucede aquí? —pregunto con tono cansado, deseando que no se trate de algo importante.
—¿Te has quejado con el jefe de nosotros? —chilla Olivia, con los brazos cruzados y una mirada acusadora.
Hago una mueca, masajeándome las sienes.
—¿De qué estás hablando?
—Nos han bajado el salario y, además, recibimos un mensaje de advertencia por correo —interviene Max, cruzando los brazos con una expresión agria.
Frunzo el ceño, confundida.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—El CEO nos ha citado en su oficina para darnos un sermón —responde Max, con evidente enfado—. Nos advirtió que si volvemos a meternos contigo, nos despedirá.
Mis ojos se abren de par en par. Las palabras de Max resuenan en mi cabeza mientras noto cómo todos los demás empleados me miran. Es fácil deducir que un CEO no haría algo así por una simple empleada, y puedo ver cómo las mentes de todos empiezan a conectar los puntos.
Decido hacer lo que mejor sé hacer: actuar.
—¡Anda ya! —exclamo exagerando mi reacción, agitando los brazos con indignación fingida—. ¿Qué le pasa al Sr. Evans? Definitivamente es un capullo.
Un capullo muy mío. Pero eso, por supuesto, no puedo decirlo.
Olivia y Max me miran con los ojos entrecerrados, como si intentaran decidir si burlarse de mí o jactarse la mentira que les he lanzado. Finalmente, Olivia no puede evitar soltar la pregunta que todos se están haciendo.
—¿Estás saliendo con el jefe?
Entre otras cosas. Pero me limito a alzar una ceja y responder con un tono sarcástico:
—No. —emití sin mover un solo músculo.
Max susurra algo al oído de Olivia, y ella asiente, visiblemente más relajada. Por un segundo pienso que dejarán el tema, pero mi alivio dura poco.
—Está bien —dijo Olivia con voz tensa—. Si es cierto, ve a decirle que nosotros no te intimidamos.
¿Esto tiene que ser una broma?
—¿Quieren que vaya y le diga eso? —repliqué incrédula, arqueando una ceja.
Ambos asienten con tal seriedad que casi me hace reír.
—Y que no nos baje el salario. Contamos con eso para cubrir nuestras necesidades —añade Max, como si estuviera pidiendo un favor justo y razonable.