"No imagino a nadie más con quien pasar el resto de mi vida"
Alzo la mirada al escuchar un golpecito en la mesa y me encuentro con Selena, apoyada en el escritorio, con ese aire de superioridad que parece llevar siempre como una segunda piel. Su mirada me atraviesa con desdén, como si ya hubiera ganado la competencia.
—¿Se te ofrece algo, Selena? —pregunto con un tono de falsa cortesía, apartando la vista de ella para centrarme en mis papeles.
Hoy es el día de la reunión con el señor Lawrence. Vendrá a revisar los diseños y a elegir el mejor. No siento nervios, porque estoy segura de mi trabajo. Más segura que de cualquier otra cosa, especialmente más segura que de las habilidades de Selena.
—No —responde con una sonrisa torcida, su mirada cayendo casualmente hacia mis diseños. Instintivamente, coloco mi mano sobre ellos para cubrirlos.
—¿Preparada para perder? —su tono gotea veneno.
Mis labios se curvan en una sonrisa, una mezcla de confianza y desafío.
—Eso debería preguntártelo yo a ti, Selena.
Ella tuerce los ojos y deja escapar un resoplido, claramente irritada. Su actitud es tan irritante como su presencia.
—Siempre has sido tan arrogante, Anne —escupe, con ese tono cargado de malicia que utiliza cuando intenta intimidar.
Alzo la cabeza y la miro con calma, mi expresión completamente estoica.
—¿Me tienes envidia? —suelto, cada palabra perfectamente afilada. Me pongo de pie, enfrentándola. La ventaja de altura está de mi lado, y Selena da un paso atrás, aunque intenta ocultarlo.
Su mueca de desagrado es evidente, pero no responde. En su lugar, se da media vuelta, agitándose como un tornado frustrado y marchándose sin decir más.
"Qué perra", pienso, mientras dejo escapar un suspiro. Me dejo caer de nuevo en la silla, alisando los papeles que había protegido de su mirada curiosa.
Mi atención se desvía un momento hacia mi anillo, brillando bajo la luz de la lámpara. Recuerdo la noche anterior, y una oleada de emoción cálida sube desde mi estómago. Un suave aleteo de mariposas me invade, y una sonrisa genuina, imposible de reprimir, se asoma en mis labios.
Nunca pensé que estaría aquí, comprometida de nuevo, con la esperanza de un futuro brillante. Había cerrado esa puerta hace años, convencida de que amar otra vez era un lujo que no podía permitirme. Pero Evans... él destrozó esa barrera con su paciencia, su amor, y su forma de demostrar que la vida puede ser dulce incluso después de tanto dolor.
Miro mi reloj. Es casi la hora de la reunión. Respiro hondo y cierro los ojos un instante, permitiéndome un último momento de tranquilidad antes de enfrentar el resto del día. Esto es mío. Y nada ni nadie —ni siquiera Selena— podrá arrebatármelo.
Reviso los últimos ajustes en mis diseños cuando una voz suave me interrumpe.
—Disculpe, ¿Anne Bennett? —Alzo la vista y veo a una chica joven, tal vez una nueva pasante. Tiene una expresión seria, casi nerviosa.
—Sí, soy yo. ¿Puedo ayudarte?
Ella me ofrece una sonrisa tímida y un gesto hacia la puerta.
—El señor Evans la está esperando en su oficina. Me pidió que viniera a buscarla.
Frunzo el ceño, sorprendida. No tenía ninguna reunión programada con él, al menos no hoy. Pero, considerando que es Evans, cualquier cosa puede ser posible. Él es un hombre impredecible, algo que amo y, al mismo tiempo, me exaspera.
—Gracias. —Recojo mis cosas rápidamente y me levanto, preguntándome de qué se tratará. Camino por el pasillo, con el eco de mis tacones resonando en el suelo. La oficina de Evans está al fondo del pasillo, una puerta de cristal que siempre parece imponente.
Abro la puerta con cuidado, pero no veo a nadie detrás del escritorio.
—¿Evans? —pregunto, mi voz ligeramente dudosa. La habitación está vacía, y siento que algo no cuadra. Justo cuando doy un paso hacia adelante, un par de brazos fuertes me envuelven por la cintura desde atrás.
—¿Qué demonios...? —comienzo a exclamar, pero me detengo cuando reconozco su olor, una mezcla de madera y especias que siempre lo acompaña.
—Hola, prometida —susurra Evans en mi oído, con un tono que hace que mi corazón dé un vuelco.
Me giro en sus brazos, y ahí está él, mirándome con esa sonrisa traviesa que siempre logra desarmarme. Su cabello está un poco desordenado, como si hubiera estado corriendo o… esperando el momento perfecto para sorprenderme.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, intentando mantener un semblante serio, pero la sonrisa que amenaza con aparecer en mis labios traiciona mi fachada.
—Robándome un momento contigo. He estado encerrado en reuniones toda la mañana, y necesitaba un descanso. —Sus manos permanecen en mi cintura, firmes pero cálidas, mientras me atrae más cerca.
—¿Así que decidiste tenderme una trampa? —alzo una ceja, entre divertida y exasperada.
Evans sonríe aún más, como un niño al que acaban de descubrir haciendo travesuras.
—No fui yo.
Mis quejas se evaporan, reemplazadas por una oleada de calidez que se extiende desde mis labios hasta cada rincón de mi cuerpo. Me rindo, dejando que el peso del día se disuelva en el contacto de sus labios.
Cuando finalmente se aparta, me mira con esos ojos que siempre parecen ver más allá de lo que muestro.
—¿Estás molesta? —pregunta en un susurro, aunque parece bastante seguro de la respuesta.
—No puedo enojarme contigo... pero alguien me debe una explicación. —Sonrío, colocando mis manos en su pecho, sintiendo el latido constante de su corazón bajo la tela de su camisa.
—La reprendere de que deje de jugar contigo, lo prometo. Pero... —Evans me mira con una expresión que es mitad travesura, mitad ternura—, no puedo prometer que yo deje de hacerlo.
—Sabes que me estoy perdiendo la reunión de diseño, ¿verdad? —le digo, aunque no hago ningún esfuerzo por soltarme de sus brazos.