Moda de amor

CAPÍTULO 40

¿Será cierto eso que dicen que el pasado nunca se va?

Unos días después llegó el tan esperado evento al que Evans me había invitado. Aunque su entusiasmo era contagioso, no podía evitar sentir una ligera apatía. Estos eventos nunca han sido lo mío. Me gusta el arte, sí, pero eso de quedarme horas frente a una pintura tratando de descifrar significados ocultos me resulta... agotador.

Durante el trayecto, me quedo mirando por la ventana, siguiendo con la vista las luces parpadeantes de los edificios al pasar. Mi mente vuela lejos, perdida en pensamientos sin rumbo fijo, hasta que la voz de Evans me trae de vuelta.

—Pareces un poco aburrida, Anne, —dice. Su mano busca la mía y la lleva a su regazo, dándole un apretón suave. Sus ojos, llenos de calidez, se clavan en los míos—. Será divertido, nena. No lo pienses tanto.

Le sonrío, aunque algo cansada. Es difícil no contagiarse de su entusiasmo cuando me mira de esa forma, como si todo el mundo desapareciera a nuestro alrededor.

—Está bien, —respondo finalmente, apretando su mano en señal de apoyo. Decido, en ese instante, quitarme el desgano de encima y disfrutar simplemente de estar con él.

Las calles pasan rápidamente hasta que el coche se detiene frente a un edificio imponente. El museo, con su fachada iluminada y su aire solemne, parece casi desafiarme a que cambie de opinión sobre este tipo de eventos. Al bajar del coche, Evans se toma un momento para ajustar su traje y luego me ofrece su brazo con un gesto elegante.

—¿Lista? —pregunta con una sonrisa que denota pura confianza.

—Siempre, —respondo, entrelazando mi brazo con el suyo.

Al cruzar las puertas del museo, el aire cálido nos envuelve. Hay un aroma peculiar flotando en el ambiente, una mezcla de especias y madera antigua que resulta sorprendentemente agradable. Las paredes están adornadas con cuadros y esculturas que parecen cobrar vida bajo la luz tenue. Personas elegantemente vestidas caminan despacio, deteniéndose frente a las obras, algunas murmurando en voz baja, otras completamente absortas.

Mientras avanzamos, una escultura en particular capta la atención de Evans. Se detiene de inmediato, tirando ligeramente de mi brazo para que me detenga también.

—Mira esto, —dice en voz baja, señalando una figura tallada en mármol. Es la silueta de una mujer inclinada hacia adelante, con el cuello estirado y un aire casi desafiante, aunque perturbador.

Evans observa cada detalle con una intensidad que me resulta fascinante, como si pudiera desentrañar los secretos más profundos de la obra solo con mirarla.

—¿Ves ese quiebre en la postura de la mujer? —me pregunta sin apartar los ojos de la escultura.

Asiento, aunque sin entender del todo a qué se refiere.

—Demuestra que tiene un poder oculto, —continúa con una seguridad que me deja sin palabras.

Observo la figura detenidamente, tratando de ver lo que él ve, pero lo único que noto es algo completamente diferente.

—Yo solo veo a una mujer sentada, con el cuello estirado y las piernas llenas de sangre, —digo con franqueza. Mi tono es un poco más frío de lo que pretendía, pero no puedo evitarlo—. Es bastante turbio, para ser honesta. Si tuviera que adivinar, diría que fue abusada.

Evans se gira hacia mí, con una media sonrisa que mezcla sorpresa y diversión.

—Es ahí donde te equivocas, —me acusa suavemente. Lleva su mano libre a la barbilla, adoptando una postura pensativa que lo hace ver como un crítico de arte profesional—. La pintura o la escultura tiene distintas formas de verse, pero en realidad solo hay una verdad.

—¿Y cuál es esa verdad? —pregunto, cruzándome de brazos, divertida por su repentina intensidad.

—Esa mujer no es víctima de nada, —responde, señalando el cuello extendido de la figura—. Si te fijas en su postura, no hay sumisión, solo desafío. Es una mujer que busca control, que quiere dejar atrás el dolor que simboliza la sangre en sus piernas. Puede significar muchas cosas: tristeza, cambio, pérdida... Pero todo conduce a lo mismo: quiere dominar su vida. Simple, ¿no es así?

Me quedo mirándolo por un momento, intentando procesar su explicación.

—Claro, maestro, —le digo finalmente con una sonrisa que denota algo de admiración.

Evans sonríe con suficiencia y vuelve a mirar la escultura, como si hubiera ganado alguna especie de competencia invisible.

—Algún día lo entenderás, amor, —me dice con confianza—. Algún día.

Evans revisa su reloj y su expresión se endurece ligeramente, algo que solo yo puedo notar.

—Tengo que atender a unos empresarios. No tardo, nena, —dice, inclinándose para besar mi frente con rapidez—. Quédate cerca, ¿de acuerdo?

Asiento, sonriendo, mientras él se aleja hacia un pequeño grupo de hombres con trajes oscuros.

Ahora sola, decidió vagar un poco por la sala, observando los cuadros con más atención. Me detengo frente a una pintura que me resulta extrañamente familiar. Es un paisaje oscuro, con una casa solitaria en medio de un campo cubierto de niebla. Hay algo en la composición que me hace sentir incómoda.

—Impactante, ¿verdad? —dice una voz masculina a mi lado.

Me giro para encontrarme con un hombre joven, probablemente de unos treinta años. Su cabello castaño oscuro está ligeramente despeinado, como si acabara de pasar sus dedos por él, y sus ojos azules parecen analizarme tanto a mí como al cuadro. Es guapo, pero de una manera más relajada, menos pulida que Evans.

—Sí, —respondo con cautela, volviendo mi mirada al cuadro—. Aunque también es... inquietante.

Él sonríe, mostrando una hilera de dientes perfectos.

—Definitivamente lo es. Es como si estuviera contándonos una historia, pero dejando fuera las partes más importantes, ¿no crees?

Asiento, intrigada por sus palabras.

—Es cierto. Parece... incompleto.

Él se gira completamente hacia mí, con una curiosidad evidente en sus ojos.



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 21.02.2025

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