“El amor puede hacerte sentir la persona más grande del mundo, pero también la más pequeña.”
—¿Ustedes se van a… casar? —preguntó mi padre, incrédulo, su voz cargada de una mezcla de sorpresa y desaprobación.
Evans y yo estábamos sentados frente a ambas familias, en la gran mesa del comedor. La tensión en la habitación era palpable, como si hubiéramos lanzado una bomba y ahora todos esperaran a ver quién recogía los pedazos.
Yo ya sabía que esta era una idea terrible. Evans, en su eterna confianza, pensó que anunciar nuestro compromiso en una cena familiar sería lo mejor, pero claramente no había considerado lo insoportables que podían ser nuestros padres.
—No pueden hacer eso —dijo Elisabeth, la madre de Evans, con el rostro endurecido y la mirada afilada como un cuchillo.
Evans frunció el ceño, claramente molesto por la reacción de su madre.
—¿Por qué? —preguntó, su tono firme y desafiante.
—Porque simplemente no pueden —repitió ella, como si eso fuera una razón válida.
Mi madre suspiró pesadamente, llevándose una mano a la sien como si de repente le hubiera dado un dolor de cabeza.
—Querida, deberías pensarlo mejor —dijo, mirándome con ojos preocupados.
—No hay nada que pensar —intervine, tratando de mantener la calma.
Sabía que esto iba a pasar. Mis padres y los de Evans jamás han estado de acuerdo en nada, pero en este preciso momento parecían unirse en una causa común: impedir nuestro matrimonio.
—Anne, no seas impulsiva —continuó mi madre—. No quiero que cometas un error.
—¿Un error? —pregunté, sintiendo cómo la rabia comenzaba a subir por mi pecho—. Mamá, amo a Evans.
—Eso no está en discusión —intervino mi padre con su voz grave—. El problema es que esto no tiene sentido.
—Estoy totalmente de acuerdo —dijo el padre de Evans.
Evans soltó un suspiro, claramente perdiendo la paciencia.
—Con todo respeto, padre, el hecho de que no lo entiendas no significa que no tenga sentido.
Su padre lo miró fijamente, sus ojos oscuros llenos de desconfianza.
—Eres joven, Evans. Crees que lo tienes todo bajo control, pero el amor no es suficiente para sostener un matrimonio.
—Entonces, ¿qué lo es? ¿El dinero? ¿Las conexiones? —Evans sonrió, pero era una sonrisa dura—. No me sorprende que lo veas así.
Elisabeth golpeó la mesa con la palma de la mano, furiosa.
—¡No te atrevas a hablarle así a tu padre!
Evans ni siquiera se inmutó. En cambio, su agarre en mi mano se fortaleció, como si quisiera recordarme que estaba conmigo en esto.
—Mamá, con todo respeto, no necesito tu permiso para casarme. Ni el de nadie aquí. Anne y yo tomamos esta decisión juntos.
—¿De verdad, Anne? —preguntó mi padre, clavándome la mirada—. ¿Tú quieres esto?
—Sí —respondí sin dudar.
Pero mi seguridad no cambió nada.
Mi padre soltó un bufido y se inclinó hacia adelante.
—No confío en él. No me gusta cómo te mira.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo me mira?
—Como si fueras de su propiedad. Como si tuviera derecho sobre ti.
Evans soltó una risa seca.
—Claro, porque usted jamás ha tratado a Anne como si pudiera decidir por ella, ¿verdad?
Elisabeth se llevó una mano al pecho, indignada.
—¡Esto es absurdo! Esta relación no tiene futuro. ¡Tienen que terminar con esta locura antes de que sea demasiado tarde!
—Es demasiado tarde —respondí, mirando a Evans con firmeza—. Ya tomamos nuestra decisión.
Él me sonrió, con esa expresión segura que siempre lograba calmarme, incluso en el peor de los escenarios.
Mi padre se levantó de la mesa bruscamente.
—No cuenten conmigo para esto.
Elisabeth hizo lo mismo.
—Ni conmigo.
—Esto es un gran error —dijo el padre de Evans.
La tensión se hizo insoportable. Mi madre solo suspiró, agotada, y miró a mi padre con desaprobación antes de dirigirse a mí.
—Hagas lo que hagas, piénsalo bien, Anne.
—Ya lo hice —contesté, tomando la mano de Evans con más fuerza.
Y así, con nuestros padres marchándose indignados, supe que no solo nos habíamos comprometido el uno con el otro. También nos habíamos declarado la guerra contra nuestras familias.
***
El centro comercial estaba abarrotado de gente. Caminaba entre los pasillos con varias bolsas en la mano, eligiendo con cuidado los regalos para Evans. Su cumpleaños era mañana, y aunque sabía que a él no le importaban mucho estas cosas, yo quería darle algo especial.
Me detuve frente a una vitrina, indecisa entre dos relojes cuando mi teléfono vibró en mi bolso. Lo saqué y vi un número desconocido. Fruncí el ceño antes de contestar.
—¿Hola?
—Señorita Anne, soy Julia… del hospital.
Me tensé al instante.
—¿Qué sucede?
—Acaban de revisar los resultados del ADN que solicito la semana pasada... y nos dimos cuenta de que alguien los alteró.
El aire se me atascó en la garganta.
—¿Cómo que los alteraron?
—No lo sé, pero los verdaderos resultados son diferentes a los que te entregaron. Acaban de descubrirlo y… despidieron a la mujer.
—¡¿Qué?! —exclamé, sintiendo que la sangre me abandonaba el rostro—. ¡Eso no tiene sentido!
—Yo tampoco lo entiendo, Señora Anne, pero… creo que debe venir. Hay algo que debe ver.
El pánico se instaló en mi pecho. Miré las bolsas en mis manos y, sin pensarlo dos veces, corrí hacia la salida del centro comercial.
—Voy para allá —dije antes de colgar.
Agarré las bolsas con fuerza y me precipité hacia la calle, levantando la mano para detener un taxi.
—¡Al hospital general, rápido!
El auto arrancó y yo intenté calmar mi respiración. Mi mente iba a mil por hora. ¿Quién demonios había alterado los resultados? ¿Y por qué?
Cuando llegué al hospital, apenas di mi nombre en recepción, Julia apareció a toda prisa y me llevó a una sala privada.