Moda de amor

CAPÍTULO 43

"El destino está escrito, solo falta que lo vivas"

Empezar de cero. Todo lo que había construido se derrumbó en un instante. Creí, con ingenuidad, que esta vez la felicidad sería mía, que la vida me daría un respiro. Pero una vez más, el destino se burló de mis planes.

Lo último que vi fue cómo el rostro de la persona que amo se desmoronaba. No fui a casa de mis padres. No podía soportar escucharlos confirmar lo que ya sabía: que no era la hija biológica de papá. Tampoco fui con Tag. Él, que siempre ha sido mi protector, carga ahora con su propio duelo tras la muerte de su madre. No quería añadir más peso a su espalda.

Así que me refugié en un hotel con Reese. Cuando llegamos, él dormía profundamente. No tuve fuerzas para explicarle nada. Me ardía el pecho con cada recuerdo. Debería estar celebrando el cumpleaños de Evans en este momento. Debería estar con Rachel, esa pequeña demonio de sonrisa encantadora. En cambio, estoy aquí, ahogada en mi propio dolor.

Paso la noche en vela, observando el rostro sereno de Reese mientras duerme. Cuando la luz del amanecer se cuela por las cortinas, mi rostro hinchado delata todas las lágrimas derramadas.

Antes de que despierte, me cubro con una gruesa capa de maquillaje. No quiero que me vea así. No quiero que se preocupe.

Pero nada puede cubrir el dolor. Me arde el pecho al recordar las últimas palabras de Evans. ¿De verdad cree que voy a entregarle a mi hijo? Podrá ser su padre biológico, pero fui yo quien lo llevó en el vientre durante nueve meses. No puede quitármelo solo porque así lo quiere.

Intento aplicar rímel, pero las lágrimas traicioneras brotan sin control. Respiro hondo y vuelvo a maquillarme, ignorando la opresión en mi pecho.

No sé qué rumbo seguir. Perdí mi trabajo. Perdí a Evans. Me acostumbré tanto a él, a su presencia, que jamás imaginé volver a sentirme tan sola.

Pero ya lo decidí. Tengo que irme. Mientras estemos cerca, él intentará arrebatarme a Reese. Y eso sería como arrancarme la vida.

Compro boletos para París. La hermana de mi madre vive allá. Tal vez ella pueda ayudarme. O eso espero.

Despierto a Reese y lo ayudo a vestirse. Apenas se fija en su ropa informal hasta que, de pronto, frunce el ceño.

—¿No voy a la escuela, mami? —pregunta con inocencia.

Contengo las lágrimas. ¿En qué clase de madre me estoy convirtiendo?

—No, cariño. Te tomarás un descanso. Ya hablé con la escuela, podrás mandar tus trabajos en línea.

—Pero quiero ver a Rachel.

Mis manos se detienen en los botones de su camisa. Rachel. Mi hija. Su hermana.

¿Cómo reaccionarán cuando la verdad salga a la luz?

Fuerzo una sonrisa, aunque no me llega a los ojos.

—Iremos al bar de Tag y luego tomaremos unas pequeñas vacaciones, ¿vale?

Reese asiente, pero la tristeza oscurece su pequeño rostro. Le tomo los brazos con suavidad.

—Escucha, amor. Sé que esto es difícil para ti. Sé que estás triste. Pero te necesito. Eres lo más importante para mí.

—Mami… —murmura él, y sus deditos acarician mis párpados hinchados—. ¿El señor Evans te hizo llorar?

Reese es inteligente. No hace falta ser un genio para entender lo que está pasando. Pero no quiero que odie a su padre. Algún día, la verdad saldrá a la luz.

—Son cosas de adultos, cariño. No funcionó y decidimos terminar.

Él no dice nada más. Solo me abraza con fuerza.

—No te preocupes, mami. Yo seré tu roca. Nadie puede hacerte daño.

Me desmorono en sus brazos. Pero no puedo llorar. No ahora.

Cuando llegamos al bar de Tag, él me estrecha en un abrazo tan fuerte que me deja sin aliento. Luego, al separarse, toma mi rostro entre sus manos y lo inspecciona con preocupación.

—Todo ese maquillaje no puede ocultar la tristeza que llevas dentro, Annie.

Las emociones me asfixian. Tag se da cuenta y le pide a uno de sus empleados que cuide de Reese. Luego me toma de la mano y me guía hasta la cocina. En cuanto estamos solos, las fuerzas me abandonan y me desplomo en el suelo, sollozando con toda la desesperación que había contenido.

—¡Dios mío, Anne! —exclama Tag, arrodillándose a mi lado y envolviéndome en un abrazo protector.

Tiemblo entre sus brazos como una niña indefensa.

—Él me mintió, Tag.

Las palabras salen entrecortadas. Mi corazón parece hecho pedazos.

—¿Qué hizo? —pregunta, con la mandíbula tensa—. Siempre supe que ese tipo no era bueno para ti. Mírate… te ha destrozado.

—Él es el padre biológico de Reese.

Tag se aparta bruscamente. Me mira con incredulidad, los ojos desorbitados.

—¡¿Qué?! —exclama.

Asiento. Me llevo una mano temblorosa a la cabeza. Tag sigue procesando lo que acabo de decir.

—Eso quiere decir que tú eres la madre de…

—Rachel —susurro, con la voz quebrada—. Son gemelos, Tag.

Él se lleva una mano a la boca, como si intentara contener un sollozo.

Mis lágrimas siguen cayendo, imparables. Me pregunto cuántas más podré derramar antes de que mi alma se vacíe por completo.

—Todo estará bien, Annie —susurra Tag, con los ojos empañados—. Estás a salvo. Vas a estar bien.

—No tengo fuerzas —murmuro con la voz desgarrada.

Mis párpados se sienten pesados. Y antes de poder decir algo más, el mundo se apaga.

Cuando despierto, estoy recostada en un sofá en la oficina de Tag. Me incorporo de golpe y miro la hora. Han pasado dos horas.

Entonces recuerdo el vuelo. Me pongo los zapatos en tiempo récord y salgo corriendo del bar.

Me despido de Tag con el corazón en la mano. No quiere que me vaya, y verlo así hace que la despedida sea aún más difícil. Al final, consigo convencerlo de que lo llamaré tan pronto como pueda.

El avión estaba más silencioso de lo que esperaba, pero mi mente no dejaba de hacer ruido. Cada pensamiento era una tormenta de emociones. Miro de reojo a Reese, profundamente dormido con la cabeza apoyada en mi brazo. Su respiración era tranquila, ajena al caos que nos rodeaba.



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 25.05.2025

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