"Aquel abrazo no solo unió dos personas, sino también dos almas que el destino había separado demasiado tiempo"
Las luces de la ciudad destellan contra el parabrisas, tiñendo el interior del auto con reflejos anaranjados y azulados mientras avanzamos hacia un destino incierto. El rugido suave del motor llena el silencio entre nosotros. Miro de reojo a mi nuevo hermano. Sus manos están firmes en el volante, los nudillos relajados, como si estuviera acostumbrado a controlar cada situación. Sus facciones son algo menos rústicas que las de Evans, pero igualmente atractivas. Hay algo en su expresión que me recuerda a él: una determinación tranquila, una confianza inquebrantable.
Hace poco descubrí que el hombre que me crió los últimos veinticincos años no era realmente mi padre. Aún no sé cómo procesarlo. Y aunque nunca esperé encontrar a mi verdadera familia tan rápido, aquí estoy, compartiendo un viaje con un hermano que hasta hace poco ni siquiera sabía que existía.
El interior del auto de Wyatt huele a cuero nuevo y a un perfume caro que no logro identificar. El vehículo, un deportivo de alto rendimiento, se desliza por las calles con una suavidad impecable. No hace falta ser experta para saber que costó una fortuna.
En el asiento trasero, Reese duerme con la cabeza ladeada, su pequeño pecho subiendo y bajando en un ritmo sereno. El cinturón de seguridad está bien ajustado sobre su diminuto cuerpo. Trago saliva y desvío la mirada. No sé cuánto tiempo podré hacer esto…
Tal vez Evans tenía razón. Tal vez estaría mejor con él.
No.
Aprieto los labios y cierro los ojos un instante. Yo soy su madre. No puedo pensar así.
—¿Estás nerviosa? —pregunta Wyatt de repente.
Su voz me saca de mis pensamientos. El auto se detiene en un semáforo y aprovecho para apoyar el codo contra la puerta, observando los otros coches frenar en perfecta sincronía bajo las luces rojas.
—Más que nervios, es incertidumbre —respondo en voz baja—. Mi vida se está cayendo a pedazos.
Wyatt suelta un leve suspiro antes de replicar con calma:
—Siempre puedes volver a construirla.
El semáforo cambia y el auto vuelve a moverse.
Eso espero.
Cuando llegamos a nuestro destino, bajo del coche y, sin querer, contengo el aliento. Frente a mí se alza una mansión imponente. Las luces exteriores bañan la fachada con un resplandor dorado, resaltando los detalles arquitectónicos con un lujo abrumador.
Es incluso más grande que la casa de los padres de Evans… incluso más grande que la mansión de Evans.
Mi boca se entreabre en un gesto de incredulidad.
Un ruido a mi lado me hace girar y veo a Wyatt sacando a Reese con cuidado del auto. Sujeta su pequeño cuerpo contra su pecho con la misma facilidad con la que alguien cargaría una pluma.
—¿Este conocido o conocida es millonario? —pregunto, aún en shock.
Wyatt sonríe de lado, pero en lugar de darme una respuesta directa, dice simplemente:
—Sígueme.
Lo sigo en silencio, subiendo las largas escaleras que conducen a la entrada. A cada paso, el jardín perfectamente podado y los árboles esculpidos con precisión milimétrica refuerzan la sensación de estar en un mundo completamente ajeno al mío.
Creo que nada más podría sorprenderme… hasta que entro.
El interior es un espectáculo de lujo opulento: techos altísimos, lámparas de cristal titilando como constelaciones, pisos de mármol que reflejan la luz con un resplandor etéreo. Siento que mis zapatos hacen demasiado ruido contra la superficie pulida.
Este no es solo un hogar de ricos. Es otro universo.
A medida que avanzamos, varios empleados nos observan con curiosidad. Algunos inclinan la cabeza en señal de respeto y saludan a Wyatt con familiaridad. Él devuelve cada saludo con cortesía antes de llamar con voz firme:
—Amaia.
Una mujer mayor aparece al instante, su rostro iluminado por una sonrisa cálida. Sus ojos se posan en Wyatt primero, pero luego se desvían hacia mí y hacia el niño dormido en sus brazos.
El aire en la habitación cambia.
—¡Señor Wyatt, me alegra verlo de nuevo! —su tono es afectuoso, pero al fijarse mejor en mí, su expresión se transforma. Su mirada se agranda, sus labios se separan en un jadeo ahogado. Da un paso atrás, llevándose ambas manos a la boca, como si no pudiera creer lo que ve.
—Dios mío… —su voz se quiebra—. ¿Ella es…?
Wyatt asiente sin decir nada.
Antes de que pueda procesar lo que está ocurriendo, Amaia acorta la distancia entre nosotras y me envuelve en un abrazo firme, sus brazos cálidos y temblorosos rodeándome con una mezcla de incredulidad y emoción contenida.
No entiendo por qué, pero siento un nudo en la garganta.
Y, por alguna razón, no me aparto.
—El señor se pondrá tan feliz de verte aquí. No sabes lo mucho que hemos querido conocerte —me abraza con tanta fuerza que siento su cariño sin conocerla.