Moda de amor

CAPÍTULO 49

"Nuestro amor es el mejor outfit: elegante, único y hecho a medida."

Anne Hill

Desperté antes que ellos. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por los primeros rayos del sol que se colaban por la cortina entreabierta. Me giré con cuidado, sin hacer ruido, y los vi: Rachel abrazada a su hermano, ambos profundamente dormidos. Me quedé mirándolos por un momento, sintiendo cómo algo tibio me llenaba el pecho.

La noche anterior había sido un torbellino. Evans había traído a Rachel… y cuando lo vi en la puerta, con ella en brazos, mi corazón casi se detuvo. Tuve que morderme el labio para no correr hacia él, para no aferrarme a su cuello, para no dejar que las lágrimas me delataran. En su lugar, me obligué a mantenerme firme, fría, con el rostro endurecido.

Me levanté y, con suavidad, sacudí a los niños.

—Arriba, dormilones —susurré, acariciando el cabello de Rachel.

Ellos se revolvieron entre las sábanas, protestando un poco, pero finalmente se incorporaron. Los llevé al baño, los ayudé a cambiarse, y cuando estuvieron limpios y con el uniforme puesto, nos sentamos frente al espejo. Tomé el cepillo y empecé a peinar a Rachel con cuidado, como si cada hebra de su cabello fuera algo precioso.

—Rachel… —comencé, con voz baja—. Lo siento. De verdad.

Ella me miró por el espejo, frunciendo un poco el ceño. Después se encogió de hombros y soltó:

—Te perdono solo porque eres bonita.

No pude evitar reír. La risa me salió como un suspiro, como un alivio que no sabía que necesitaba.

—Vaya razón —murmuré, besándole la coronilla.

Ella guardó silencio unos segundos. Sus manitas jugueteaban con el dobladillo de su camisa, y luego dijo, sin mirarme:

—Mi papi ha estado bebiendo mucho. Desde que llegamos. Mucho, mucho.

El cepillo se detuvo en seco.

—¿Qué…?

—Eso me asustó —dijo de golpe, con voz bajita—. Por eso me desmayé, creo. Me dio miedo que volviera a ser como antes. El papi que no sonríe y solo da una sonrisa fingida. El papi que no es feliz, porque no tiene a Anne.

La miré por el espejo, intentando mantener la compostura. Mi pecho se apretó. ¿Cuánto daño podía soportar una niña tan pequeña?

—Deberías perdonarlo, Anne. Para que vuelva a ser feliz otra vez —añadió, con una sencillez que me partió en dos.

No dije nada. El silencio cayó entre nosotras como un manto pesado. Mis manos temblaban un poco mientras terminaba de trenzarle el cabello.

Las palabras de Rachel me habían dejado inmóvil. ¿Podía perdonarlo? ¿Podía volver a confiar en él después de todo? ¿Era tan simple como eso?

La miré. Esa niña, tan valiente, tan frágil y llena de esperanza… ¿Cómo podía decirle que no?

Pero no podía mentirle. No aún.

Así que solo me quedé callada, dejando que el silencio respondiera por mí, mientras el día comenzaba a levantarse detrás de la ventana.

Ya había dejado a los niños en la escuela y me dirigía a la oficina cuando sonó mi teléfono. El semáforo estaba en rojo, así que aproveché para ver la pantalla.

Evans: "Necesito hablar contigo. En la cafetería de la calle Biarritz. La que tiene sillas rojas”

Me quedé mirando el mensaje con el corazón latiéndome en la garganta. Sabía perfectamente cuál era ese lugar, aunque no recordaba por qué. El nombre me provocó un vuelco en el pecho, como si algo en mi interior despertara de golpe.

No lo pensé demasiado. Aplacé las reuniones, dejé todo listo para que recogieran a los niños y tomé un taxi. El trayecto fue un suspiro tenso y largo a la vez. Al llegar, lo vi desde la ventana.

Impecable. Traje oscuro, camisa blanca, corbata perfectamente ajustada. Su postura recta, su mirada fría, su mandíbula apretada. Se veía como el CEO exitoso que había leído en revistas, como el hombre inalcanzable que todos respetaban y que conocí. Pero sus ojos… estaban vacíos. No había rastro del Evans que había visto arrodillado junto a Rachel la noche anterior. Este era otro.

Entré con el corazón en la mano. Él se puso de pie al verme y asintió apenas, como un saludo mecánico. Yo asentí también, tragando saliva, y me senté frente a él. El camarero se acercó y ambos pedimos café. Lo hizo sin azúcar, como siempre. Yo, con leche y una pizca de vainilla.

Hubo unos segundos de silencio. Y entonces, él habló.

—Este lugar... fue donde nos conocimos por segunda vez.

Mi corazón dio un salto.

—¿Qué…?

—Lo recordé todo —dijo, sin rodeos—. Todo volvió de golpe. Supongo que escuchar a Rachel, verte a ti… mi cabeza hizo clic.

Lo miré con los ojos muy abiertos, sin atreverme a interrumpir.

Evans bajó la mirada hacia su taza, luego se apoyó en el respaldo de la silla, como si el peso de la verdad fuera más grande de lo que podía sostener.

—Nuestro amor comenzó en París —dijo con voz baja—. Me fui para escapar de mis padres. Querían que me casara con alguien que no amaba. Quería desaparecer. Y tú…



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En el texto hay: destino, niños, romance

Editado: 25.05.2025

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