"Entre tantos estilos, contigo encontré el look que siempre quise llevar."
Evans
Estaba en mi oficina cuando el teléfono sonó.
Reconocí el número al instante. Mi mandíbula se tensó. Llevaba días esperando que lo hicieran. Días desde que Anne me miró con los ojos llenos de agua, desde que me pidió tiempo. Días que se sentían como años.
Tomé el teléfono con fuerza. No contesté de inmediato. Inspiré hondo. El cristal de la ventana reflejaba mi expresión: ceño fruncido, ojos oscuros, el mismo traje impecable que siempre, pero con el alma hecha trizas.
Finalmente, deslicé el dedo y atendí.
—¿Sí?
—Evans, cariño —la voz de mi madre, cálida, como si nunca hubiera destrozado nada—. Solo llamamos para recordarte la fiesta de Año Nuevo en París. Tu padre y yo ya hablamos con la familia Hill. Su hija estará allí… y creemos que es momento de que pienses en rehacer tu vida. Esa chica es hermosa, educada, proviene de una excelente familia, y—
—¿Perdón? —interrumpí, con la voz baja y peligrosa.
Me levanté de la silla lentamente. Mis dedos se crispaban alrededor del teléfono. Caminé hasta el ventanal, observando la ciudad cubierta por la primera nieve del invierno.
—No puedo creer que estén diciendo esto —musité con una risa incrédula y sin humor—. Después de todo lo que han hecho… ¿Todavía tienen el descaro?
—Evans… por favor. Solo queremos lo mejor para ti.
—¿Lo mejor? —me giré, como si pudiera verlos frente a mí—. ¿Lo mejor fue mandar a asesinar a la madre de mis hijos? ¿Lo mejor fue manipularme durante años, borrar a Anne de mi vida, hacerme creer que me había abandonado? ¿Eso fue lo mejor?
El silencio al otro lado de la línea fue brutal.
Mis pasos resonaron en la oficina mientras caminaba de un lado a otro, el pulso golpeándome en las sienes. El traje me quedaba perfecto, como siempre, pero me sentía como si algo ardiera por dentro.
—Anne… —mi voz bajó un tono, se volvió más íntima—. Anne es la única mujer a la que he amado. Y será la única.
Cerré los ojos un segundo. Su rostro vino a mi mente como una imagen grabada a fuego: su risa, sus ojos combatiendo las lágrimas, sus manos temblando cuando le pedí perdón.
—No existe otra, ¿lo entienden? No hay nadie más. Nunca la hubo.
—Evans … Estás siendo irracional —dijo mi padre con esa voz seca, calculadora.
—No. Estoy siendo claro. —Apreté la mandíbula, los dientes chirriaron—. Rachel. Reese. Anne. Son mi familia. Lo fueron antes y lo son ahora. Ustedes… ustedes son solo una sombra de lo que se supone que deberían ser. Y no tienen derecho a nada que involucre sus nombres.
No podía seguir conteniéndome. La rabia era lava por mis venas.
—Solo les respondo esta llamada porque, a pesar de todo, son mis padres. Pero escúchenme bien —me detuve en seco, mirando al vacío—: si vuelven a meterse. Si intentan manipularme. Si intentan aparecer en nuestras vidas para seguir jugando a ser dioses… no volverán a ver a Rachel. No volverán a saber de mí. Los voy a borrar como ustedes intentaron borrarla a ella.
Un silencio sepulcral se instaló al otro lado. Tal vez no esperaban que esta versión de mí sobreviviera. Quizás pensaban que seguiría siendo su muñeco perfecto.
Pero ese Evans ya no existía.
—Yo ya elegí. Y no fue una modelo, aunque fácilmente podría serlo, ni una heredera perfecta. Fue ella. Anne. Y me arrepiento cada segundo de no haber luchado antes.
—Evans, estás dejando que la emoción—
—¡La emoción es lo único real que tengo ahora! —rugí, perdiendo la compostura por primera vez—. Me quitaron todo. Todo. Y aún tengo que ganármela de nuevo. Así que, si piensan que van a meter sus manos otra vez, están equivocados.
Silencio.
Me temblaba el pecho y la voz. Respiré hondo, cerrando los ojos por unos segundos para encontrar algo de calma.
Sus voces regresaron, esta vez más suaves, casi suplicantes.
—Evans… no te pedimos que hagas nada más. Solo presencia. Una aparición. Solo que estés en la fiesta. Lo demás lo decides tú.
Una aparición. Como si yo fuera un maldito adorno. Como si mis sentimientos, mi dolor, no valieran más que su estatus.
Inspiré hondo y apreté el puente de la nariz con los dedos. Quería colgar. Pero una parte de mí la más herida y cansada entendía que tal vez necesitaba cerrar esto. Darles una última oportunidad… a su forma.
Me giré lentamente, volviendo a tomar el teléfono.
—Está bien —dije, con la voz firme, grave, sin emoción—. Iré.
Silencio. Luego una exhalación de alivio al otro lado.
—Pero escuchen bien… —mi tono se endureció, cortante como el hielo—. Esta será la última vez que haga algo por ustedes. No por amor. No por respeto. Por cierre.
Me acerqué al escritorio, apoyando una mano abierta sobre la superficie, respirando con dificultad mientras las palabras salían.