CAPITULO 51
Anne
“¿Cómo le explicas a tu corazón que la vida que creíste tener es en realidad desconocida?"
El evento de Año Nuevo parecía sacado de una película: candelabros colgando como estrellas, pisos de mármol pulido, copas tintineando y perfume caro flotando en el aire. Todos los grandes empresarios estaban aquí, enfundados en trajes a medida y sonrisas calculadas. Era, sin duda, la fiesta del año.
Y yo no quería estar aquí.
Mis pies dolían. Mi vestido era un largo rojo sangre, ajustado en la cintura y suelto desde las caderas no dejaba de recordarme que tenía el cuerpo más sensible de lo normal. La tela acariciaba mi barriga apenas incipiente, aunque bajo las luces, el embarazo todavía era un secreto.
Convencí a mi padre de que solo estaría un rato. Y lo aceptó demasiado fácil. Esa fue mi primera señal de alarma. Algo se traía entre manos, pero estaba demasiado cansada para discutir. Todo lo que hacía últimamente era sentirme agotada… y asustada.
Desde que me enteré del embarazo, la pregunta no ha dejado de taladrarme el pecho:
¿Ahora qué?
Evans. Los niños. París. Yo.
Una parte de mí pensaba en contarle. Otra, en quedarme en silencio. No porque no confiara en él, sino porque ahora mismo… ni siquiera confiaba en mí. No sabía si tenía fuerza para enfrentar lo que viniera después de eso.
Afortunadamente, Evans me había dejado para cuidar de Rachel últimamente. Y eso, aunque pequeño, me permitía reconectar con ella. Me miraba como si aún no entendiera por qué me había ido. Yo tampoco sabía cómo explicarlo. Lo único que podía hacer ahora era quedarme. Abrazarla cada noche y decirle lo importante que es para mí.
Suspiré.
—¿Estás bien? —Wyatt me miró de reojo, ajustándose el moño mientras el chófer abría la puerta.
Asentí. Mentí.
Él bajó primero. Yo me acomodé el cabello, sentí la presión de los tacones y puse una sonrisa neutral. No feliz. No triste. Simplemente… adecuada.
Apenas bajé, los flashes nos alcanzaron como una ola. Todos se giraron hacia nosotros. No solo las cámaras. Las miradas también. Algunas curiosas. Otras sorprendidas. Y otras, incómodamente analíticas.
Me detuve un segundo, con la respiración contenida.
Wyatt, como si no sintiera la tensión, me ofreció el brazo con una elegancia de revista. Sonrió, seguro de sí mismo. Yo lo tomé.
—¿Por qué todos nos están mirando? —susurré, intentando mantener la compostura.
—Porque eres hermosa, hermana —contestó con una sonrisa ladeada, burlona pero genuina—. Tendré que espantar a varios pretendientes esta noche.
Rodé los ojos, soltando una risa ahogada y nerviosa. Lo empujé suavemente con el codo.
—No seas tonto. Tengo dos hijos pequeños y un bebé en camino. ¿Quién querría una mujer como yo?
Él me miró entonces, con esa seriedad inesperada que a veces le brotaba sin previo aviso. Como si pudiera leer todos mis miedos en voz alta sin necesidad de que hablara.
—Te sorprenderías. La mitad de la belleza de una mujer está en su forma de pensar —dijo con una voz tranquila, segura—. Y tú, hermana, tienes una mente que ilumina cualquier lugar al que entras.
No supe qué decir. Me sentí temblar por dentro, como si hubiera una corriente caliente atravesándome desde el estómago.
En ese momento no quise replicar. No por tristeza, sino porque sus palabras… por extrañas que parezcan, me hicieron sentir menos sola.
Entramos.
La música clásica se filtraba desde un cuarteto de cuerdas en vivo. Todo era lujoso hasta lo obsceno. Camareros deslizándose entre los grupos con bandejas de champán. Conversaciones superficiales por doquier. Y, aun así, todo lo que sentía era que algo estaba por suceder.
Tal vez era el bebé. Tal vez era el pasado viniendo a tocar a la puerta otra vez.
O tal vez… era él.
Porque por más que me dijera que podía seguir adelante, por más que me convenciera de que podía enfrentar esto con la barbilla en alto…
No estaba lista para ver a Evans Collins.
No esta noche.
No con su traje perfecto.
No con esa expresión inescrutable que solo yo podía entender.
No mientras ocultaba un secreto en mi vientre… que tenía todo de él.
Wyatt y yo seguimos caminando entre la multitud como si nada. Él saludaba a todos con la soltura de un político, con esa elegancia innata que lo hacía destacar incluso entre la alta sociedad. Yo asentía, sonriendo, haciendo mi mejor esfuerzo por no parecer completamente fuera de lugar.
—¿Ya me vas a decir por qué me trajiste? —le pregunté en voz baja, mientras fingía interés por un jarrón decorado con plumas doradas.
—¿Tan desconfiada eres conmigo? —respondió con una sonrisa ladeada, sin detener su paso—. Solo quiero que te relajes un poco. Que salgas del caos… y recuerdes que aún hay vida allá afuera.