"El amor, es la llama que aviva con lentitud sobre el corazòn de estos dos jovenes, que conoceràn la inocencia en las manos del destino"
-Señorita Lorraine, ¿tenemos su atenciòn por favor?
Y una chica de inquietantes ojos oscuros dejó la inercia a un lado, y se percató de las palabras de su maestro, que la miraba expectante con unos ojos que petrificarían cualquier alma.
-Por supuesto, profesor.
Estaban hablando sobre un tema muy importante para la historia de Francia. Sobre cómo los franceses levantaron sus corazones y lucharon por sus derechos.
Pero a Lorraine no le interesaba eso.
Tampoco era una chica que necesitara un novio y en definitiva no era aquella "damisela en apuros"
O eso pensaba ella.
Al finalizar las clases se dirigió al Louvre, porque le encantaban aquellas fascinantes obras de arte que deslumbraban su mirada.
Hace poco había cumplido 16 años, y no tenìa ningún sueño que seguir ni ninguna meta por alcanzar.
O eso creía.
Mientras caminaba por aquellas plazas, que tanto había recorrido en su niñez, un chico de ojos grises y cabello oscuro chocó con ella y sus papeles cayeron al suelo.
-Disculpa, estoy buscando el Louvre, ¿sabes donde lo puedo encontrar?
Lorraine vaciló un momento, preguntandose si era buena idea contestarle a un extraño.
Pero al final, lo hizo.
Ni ella misma sabía por qué...Pero lo hizo.
-De hecho, yo voy para allá. Si quieres puedes venir conmigo.
La muchacha le ayudó a recoger sus pertenencias, mientras escuchaba al chico decir:
-¡No hace falta! Es decir...No quiero quitarte tu tiempo.
Lorraine se fijó en sus cicatrices, las cicatrices que recorrían su brazos hasta llegar a su muñeca.
Tambien, aunque le costara admitirlo, le gustaron sus gafas. Lo hacía ver más tierno.
-Descuida. Además debo disculparme por haber chocado contigo.
Y una sonrisa iluminó el rostro palido de la chica de ojos oscuros.
Y lo que sucedería a continuacón la iba a conmover mucho más.
El chico de cicatrices y gafas negras tambien sonrió.
Era una de las sonrisas más dulces que ella hubiera visto jamás.
-¿Cual es tu nombre?.-preguntó ella-
-Antoine. Antoine Bonheur.
Y al pronunciar estas palabras, depositó un cálido beso en su mano.
Así, por primera vez en mucho tiempo, Lorraine sintió como el calor subía a sus mejillas hasta dejarlas de un suave rojo carmesí.
Pero por supuesto, no iba a dejar que fuera tan evidente.
-¿Qué es esto?.-preguntó ella-
Y levantó una de las hojas que habían volado fuera del portafolios.
-Son...Mis historias. Te puedo prestar algunas algún día.
-¿Si?
-Desde luego. Una chica tan adorable como tú merece leerlas.
Oh, Antoine Bonheur, la hiciste ruborizar de nuevo.
Y así, entre risas y palabras, llegaron al museo.
Admiraron obras de arte por horas, vislumbrandose con Leonardo Da Vinci, Picasso o muchos otros autores que se perderían en el laberinto de la vida, mientras sus obras quedaban plasmadas para que jóvenes como ellos, se inspiraran.
-¿En serio te llamas Antoine? Como el escritor. -dijo ella-
-¿En serio te llamas Lorraine? Como la actriz.
Lorraine no recordaba ninguna actriz que se llamara así, pero el comentario de Antoine la hizo reir.
Hablaron hasta que la oscuridad los cubrió con su manto, hasta que las estrellas fueron partícipes de aquello que empezaba a crecer en el corazón de la muchacha.
Lorraine nunca se atrevió a preguntar sobre sus cicatrices. Le parecía demasiado pronto para preguntar, demasiado pronto para...Cautivarse con la luz de los ojos del jóven.
Antoine la acompañó hasta su casa, mientras los pasos se mezclaban con el sonido de la noche y la pálida luz de luna.
-Buenas noches, querida actriz. -dijo él-
-Buenas noches, querido escritor. -respondió ella-
Y así, la vió cerrar la puerta tras él.
Antoine se dirigió a su hogar, mientras su mente divagaba sin rumbo entre los caminos del corazón y la razón.
Recostó su cabeza en la almohada...Y lloró.
Por sus cicatrices, por su historia, por todo en su vida.
-Oh, querida Lorraine Bellerose, no sabes lo que le hiciste a mi corazón.
Empezó a pensar en ella, en qué escondería tras la oscuridad de aquellos ojos que brillaban más que las estrellas y que eran más reales que la vida misma.
Pero estaba muy asustado, muy asustado de lo que la vida le entregaría en esos momentos.
¿A caso Antoine confiaba en si mismo? ¿Confiaba en su mérito como escritor o en la sonrisa que se asomaba despues de haber conocido a esa muchacha?
Era muy dificil para él. Era muy dificil para él creer que un chico que navega entre los mares de la ilusión y la poesía podría llegar a ser alguien como aquellos renombrados autores de su tierra.
Y sentía que aquel maldito dolor de cabeza lo iba a matar en cualquier momento, o que pronto se ahogaría con los sollozos de su alma.
"¿Qué estás haciendo?"
Eran interrogantes que volaban en su cabeza, como ideas sin sentido que flotaban en el aire sin rumbo alguno
Empezó a temblar.
Empezó a temblar como un niño pequeño.
-¡No, no otra vez!
Ya estaba harto de esas cosas, estaba harto de la monotonia de su vivir.
Pues verán, el chico de gafas negras necesitaba...Una razón para seguir adelante, una razón para que la vida no le trajera más desgracias o dolor.
Necesitaba...Algo que iluminara su vida de una vez por todas.
Y si eso era lo que iba a hacer al día siguiente, que así fuera.
.......
-¿Me puede decir qué es esto señor Antoine? .-dijo el editor, alzando una ceja, con un aire de hombre un tanto hilarante e iluso-