Antoine recapituló lo que había pasado, mientras un horrendo dolor de cabeza se apoderaba de él de nuevo. Pensó en aquello, que no le permitía dormir bien, que le abría la puerta a las lágrimas que estaba intentado cerrar con todas sus fuerzas.
Estaba cansado del dolor de cabeza, como un mazo gigante, martillandole el cerebro.
Odiaba esa sensanción de las manos sudadas, de la taquicardia y del pánico repentino que no podía controlar.
Recordó entonces aquella vez que alguien le dijo, que los artistas son los entes más sensibles de la tierra.
Pero la verdad era que existía algo dentro de todos esos corazones, que los volvían sensibles. Y ese algo era la simple pasión que sentían por su trabajo.
Pero con él era diferente. Recordó sus inicios en el mundo de la literatura. Recordó que había empezado a escribir porque era aquella vía de escape que lo distraía de aquel horrendo dolor que se apoderaba de su cuerpo cada día, cada noche.
No lo podía evitar. No podía evitar cuestionarse por qué le pasaba esto a él, por qué no habían otras personas que compartieran su dolor.
Pero sabía que nadie podía llegar a entenderlo...Porque nadie que conociera se había encontrado con esa sensación.
Aquella sensación de no poder respirar, de lidiar con manos sudorosas y un corazón que amenazaba con salirsele del pecho debido a los incesantes latidos irregulares, debido a aquella guerra amarga entre la mente y el corazón..
Y no era algo que se solucionara con una píldora o una cita al doctor.
Porque aquello era algo más que un mero dolor fisico. También era un dolor mental.
Y aquello era lo peor. Sentir que tu corazón llora mientras tus ojos están secos.
Antoine Bonheur también experimentaba un creciente miedo. Miedo por la vida.
Aquel pánico de perder a más personas preciadas para él...
Y veía entonces cómo esa pesadilla se volvía realidad frente a sus ojos.
Había visto las lágrimas corriendo por sus ojos, arruinando aquel brillo que tanto le gustaba.
Vió aquella sonrisa desvanecerse, como las flores en el invierno.
Vió sus manos temblar por primera vez...
Y entonces se preguntaba, si hubiera sido honesto con ella, ¿todo habría sido diferente? Si se hubiera aferrado más a su amor, ¿lograría éste desvanecerse? ¿O sería más fuerte que el gran error que había cometido?
Y algo le decía, que había otras cosas de las que preocuparse ahora.
-¿Dónde estarás ahora, Andrew?. -se preguntó-
.......
Lorraine tenía los ojos fijos en el techo de su habitación, vagando de forma lúgubre sobre sus amargos recuerdos.
Su corazón le estaba pidiendo a gritos que regresara con él, que regresara a sus brazos, pero su cerebro se lo impedía.
Y ahí estaba el problema. La lucha entre el corazón y la razón era tan agridulce, tan incierta...
Recordó entonces los días en los que soñaba con verlo de nuevo, percibía entonces sus cálidos abrazos, sus dulces besos...
Y la verdad...Es que Antoine Bonheur era adictivo.
Y ella no sabía qué era, si lo era su sonrisa o sus hermosos poemas, pero algo la arrastraba de vuelta hacia él.
Sin embargo, no quería exponerse a la pena de ser herida de nuevo.
Se aferraba así a su almohada, para contener los sollozos que se escapaban de sus labios mientras las lágrimas se deslizaban poir sus mejillas.
Se aferraba a una taza de té caliente. Sus manos temblaban.
Se preguntaba qué otras cosas habría sido capaz de ocultar, cuando secretos había retenido en su alma.
Sentía su corazón rompiendose lentamente, como si a cierta princesa le hubieran roto la zapatilla de cristal.
-Lorraine, alguien ha venido a verte. -dijo su madre, entrando con cuidado por la puerta-
La muchacha secó sus lágrimas y bajó las escaleras.
Le rogaba al universo que fuera él, aquel al que amaba tanto.
Aquel que sin embargo, la había herido.
-Hola, Lorraine.
Y a tres pasos de la entrada estaba un chico rubio, de ojos tan oscuros que era imposible saber qué escondía tras ellos.
Lorraine no creía conocerlo. Tal vez sí, pero sólo eran recuerdos borrosos que pasaban por su mente.
La muchacha miró a su madre, que la observaba con una sonrisa deslumbrante.
Ella le devolvió la sonrisa al muchacho sólo por cortesía.
-¡No me digas que no te acuerdas de él!. -dijo Nathalie-
-Pues...¿Debería?. -respondió ella, confundida-
La risa del jóven retumbó en sus tímpanos.
-Esperaba que me recordaras, señorita.
Se acercó para besar su mano, pero Lorraine se alejó.
-¿Debería?. -repitió ella, aun más confundida-
-¡Él es Eric! ¿Lo recuerdas?
-Oh tal vez no, señora. Eramos muy pequeños en ese entonces.