El chico de gafas negras sentía sus pies sobre el suelo, mientras sus pasos retumbaban contra el latido de su corazón, que se aceleraba.
Tenía las manos sudadas y un alma colmada de impotencia.
¿Cómo podría haber conseguido un localizador? ¿Cómo se pudo enredar con un ser humano tan despreciable?
Se dirigía a su primera cita en semanas con la chica en cuestión.
Y la detestaba. Detestaba sus labios, sus ojos y ese ridiculo corte de cabello que la hacía lucir como una niña de cinco años.
Ahora estaba rotundamente obligado a besarla, a actuar como si estuviera enamorado de ella.
Pero es que no se podía sacar a Lorraine de la cabeza.
La sentía junto a él, su presecencia que había quedado tatuada en su corazón, aquello que nadie le arrebataría aunque quisiera.
Sentía a la chica de misteriosos ojos negros y hermosa piel pálida junto a él, aunque tuviera una gran muralla en medio.
Una muralla constituda por aquel horrendo localizador que deseaba romper en miles de pedacitos y tirarlo a lo más profundo del océano pacífico.
Llegó al café donde según sus calculos estaría Cosette. Se acercó a la puerta, apretando los puños.
-Hola querido. -dijo ella, con voz dulce-
Y con estas palabras le dió un beso en la mejilla.
Antoine apretó los puños con más fuerza. Detestaba el simple hecho de estar en el mismo lugar que ella.
Pero sabía que no había nada que pudiera hacer.
Respiró profundo y dijo:
-Hola, Cosette.
Y sus labios formaron una sonrisa fingida y rígida.
-¿Es todo lo que me dirás? -preguntó-
Despúes de un breve silencio, él respondió:
-Hola, querida.
El jóven tragó saliva, mientras un sabor amargo le recorría el cuerpo.
Después de tomar un café y casi atragantarse con unas galletas de vainilla, ambos salieron del lugar.
Antoine ni siquiera había podido disfrutar de sus galletas favoritas sólo por el hecho de que quería que ese día terminara lo más rápido posible.
La chica detestable tomó su mano.
Él lo notó, pero no dijo ni una palabra.
Iban caminando cerca de la casa de Lorraine, con el hermoso jardín lleno de las rosas que él le había entregado hace unas cuantas semanas.
Porque habían tantas cosas que él le quería entregar...
Quería darle las estrellas, e incluso el mundo entero si eso era lo que quería.
Pero en este momento lo único que le podía dar era dolor e incertidumbre.
Y así iban esos dos. Aquellos dos corazones donde uno solo estaba enamorado.
Antoine iba perdido en sus pensamientos, cuando vió al mismo chico rubio que desconocía, pero que había tomado la mano de su novia.
El jóven de ojos grises contuvo las enormes ganas de lanzarse hacia él, en busca de explicaciones que en ese momento no podía encontrar en Lorraine.
Sintió como el chico rubio lo analizaba de la cabeza a los pies.
Y lo que pasó a continuación dejaría a ambos muchachos perplejos.
Cosette alcanzó los labios de Antoine y sació el deseo que tenía de besarlo.
El aspirante a escritor casi vomita, pero se contuvo...De nuevo.
El chico rubio desapareció después de ver aquella escena no tan favorable para el chico Bonheur.
Antoine no lo soportó más, se zafó de las horrendas manos de aquella horrenda muchacha y salió corriendo.
-¡Teniamos un trato!. -chilló ella, mientras falsas lágrimas corrían por su rostro-
-¡Está bien!. -gritó Antoine. Estaba frustrado- ¡Termina con mi vida si quieres pero no permitiré que le hagas daño a la chica que amo!
Cosette se quedó allí, con los ojos y mejillas igual de rojas.
Lágrimas de impotencia bajaban como cascadas por su rostro.
Pero a Antoine no le importaba. No le importaba nada más que la dueña de su corazón.
Llegó a la Rue Rouge y buscó de una manera frenética el paradero de su progenitor. Pero no lo encontró.
Estampó los puños contra el escritorio, cuando una idea se filtró por su cerebro como un rayo.
Ya estaba decidido.
.......
Espero tres días hasta que Lorraine estuvo recuperada. Afortunadamente la herida había sido superficial y no había pasado a mayores.
Le dijo a Lou que la ayudara a ir hasta La Rue Rouge en perfecta salud.
Esperó impaciente, mientras su cabeza giraba y giraba formulando preguntas e imaginando cosas. Momentos en los que su mente le hacía pensar en si de verdad esto era lo correcto, si era lo correcto para los dos.
Cuando sonó el timbre, Antoine casi se estrella contra la pared debido a la impaciencia que en ese momento gobernaba su corazón.
Abrió la puerta con manos temblorosas y esa distintiva sonrisa nerviosa.
Se topó con los brillantes cabellos dorados de su hermana, que se confundían con la sonrisa de su amada.