Sostenía la daga que había sido enterrada en el pecho de mi compañera
Ella me miraba, con el cabello corto y empapado de mugre. Yo solo podía retroceder con pavor mientras miraba el líquido que salía de su boca
—No quería hacerlo, no quería esto—dije, suplicando por aire
—¡Pero tú lo hiciste, me traicionaste!
Tropecé, cayendo sobre el mismo liquido rojo que cubría mi vestido. La sangre estaba por doquier y ella, estaba encima de mi cuerpo, sosteniéndo la misma daga con que debía matarla
—Cada cosa que tocas carece de vida Zai, por eso, un alma sin nombre no merece vivir en un cuerpo con identidad
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