Un aroma insólito hacía arder mi garganta, las carcajadas eran tan chocantes que, casi podía pasar desapercibidas aquellas miradas llenas de una curiosidad crapulosa. Todo lo sucio de mi alrededor contrastaba con mi vestido.
Mis pasos estaban acompañados de un corcel blanco que siempre solía acompañarme y por desgracia, un tercero con identidad desconocida. Mi mano apretaba con fuerza la bolsa a mi lado por precaución, aunque, si aquel hombre fuese un ladrón ya lo hubiese percibido.
Colocándose a mi lado, mire su sonrisa y la mueca que había en su rostro; logró reflejar aquellas palabras que aún no habían salido de su boca. Me molestaba su presencia, que sus pisadas persiguieran a las mías y como su risa irónica interrumpe de forma constante mis pensamientos.
—Deberías tener cuidado— parloteo, después de algunos minutos siguiéndome y mirándome con curiosidad— ¿Acaso los nuevos acontecimientos no son de temer para ti?
Las tontas palabras de curiosidad tarareaban en la punta de mi lengua. Pero, yo no era una desconocida, no era la primera vez que venía a esta locación, así que, estaba informada de cómo la curiosidad solo era una grata amiga si decidías cavar tu tumba en este nido de atrevidos.
—Los rebeldes han tenido una revuelta en el pueblo que está encima de la pendiente — hablo, dando información que no le había pedido— No pasó a mayores, algunas perdidas me imagino— se veía plácido mientras hablaba— Oye, estoy curioso, ¿Qué buscas exactamente?
Quería detenerme y callarlo, en ocasiones era una mujer paciente, pero, no cuando se trataba de hombres con dos neuronas o que pensaran con otro órgano que no fuese el cerebro.
— ¿Comida, armas, artículos de limpieza personal?— dio algunos pasos alargados para interrumpir mi camino— ¿Necesitas placer?
Me detuve para poder tomar acopio de mis sentidos y así platicar como una mujer civilizada. Aunque, sí contaba hasta diez para mantener la calma, lo golpearía llegando al tres.
—Juro por lo más sagrado de mis recuerdos que si escucho un paso o una palabra tuya, te arrepentirás— demande, colocándome derecha.
Se notaba sorprendido con mis palabras, tal vez, aun más curioso.
—¿No eres muda?— cuestiono con una sonrisa — Además, tus ojos son... extraños.
—Desaparece de mi alrededor— ordené, mientras daba un paso al frente, apuntándole.
Siendo sincera, debía agradecerle al cielo, aquel muchacho se había ido después de algunos minutos de fastidiarme y hacerme molestar. Detestaba este lugar, a su gente y como los hombres en el mercado siempre solían mirarte, a ti y lo que traías en tus bolsas.
Lo único rescatable y aquello que solía motivarme, era la frecuencia para insultar a los mercaderes. Los hombres me llevaban décadas y centímetros de altura, aquellos creían que podrían intimidarme colocando su espalda recta y mostrando su pecho.
—¿Cuánto me darás por todo?—pregunté, cruzando mis brazos encima de mi pecho.
—Hoy no estoy de humor para platicar ni para negociar con sucias huérfanas— No me dedico una mirada, pero si le dedico una dulce mirada al producto que ofrecía.
Me parecía curioso como en su mente estrecha insultarme era el indicativo perfecto para motivarme a rebajar el precio que yo estimaba. En realidad, la mercancía ni siquiera me pertenecía, era un favor que había decidido hacer.
— ¿Acaso la suciedad de tus dientes es la misma de tus palabras?. Pobre mujer que besa tus labios podridos.
Su pareja no tenía la culpa de tener a su lado a un idiota, o tal vez sí. Pero en dado caso, en este lugar y específicamente en esta situación, no había forma ni manera de tener algún gramo respeto mutuo por otra mujer.
—No te permito que-
Las futuras palabras que había pensado murieron en su garganta cuando lo interrumpí.
—Haz silencio y deja de pedir respeto cuando no estás interesado en ser amable— proteste mirándolo— Cierra tu asquerosa boca y piensa antes de dirigirme una palabra.
Tome las pieles y me voltee en dirección al caballo. No lo necesitaba, había mucho más compradores en este lugar dispuestos a comprar lo que ofrecía.
—¿Por qué te vas? Aún no hemos hecho un negocio— denunció— Estoy interesado en ellas.
Me detuve, sin darle la cara. Había muchos métodos para calmar la rabia, yo estaba enterada de cada uno de ellos y todos tenían el mismo resultado, no servía de nada.
—No pareces interesado—comente, mirando mis guantes—Quiero 50 monedas de oro.
Solía hacerme gracia como los hombres regateaban, pero, aunque fuese muy mala en matemáticas y mi dinero se fuese en vestidos, la diferencia entre 50 monedas de oro a 10 de plata era mucha, o tal vez demasiada. El juego de quién era más intenso al sostener el precio, también podía jugarlo con gracia.
—35 monedas de oro y 15 monedas de plata— ofreció, ya agotado de discutir.
—Tenemos un trato— le mostré una mueca para reemplazar una sonrisa.
Él me tiró una bolsa de monedas y yo le arrojé las pieles con toda la fuerza que tenía. Él quiso ocultar como su cuerpo se tambaleaba al recibirlas.
—Cuando vuelvas a tener pieles ven a mí, cariño— sus dientes incompletos y amarillentos por el tabaco no me sedujeron, ni siquiera me hicieron sentir halagada.
—No me llames cariño— reclame— Solo permito que me llamen por mi nombre— indique, caminando lejos de su tienda— Mi nombre es Zai, solo Zai.
Dijo algo ofensivo, pero, no valía la pena quedarme y contestarle. Tomé las riendas y partí del lugar tomando una pequeña lista que estaba en uno de mis bolsillos, arrugando el papel con mis guantes, me dispuse a completar mi lista de labores.
Después de estar evitando personas que deseaban 5 minutos de mi tiempo para ofrecerme servicios que no necesitaba, ni tampoco llamaban mi atención, pude separarme de mis actividades y alejarme del pueblo que solía hostigarme.
El caballo comenzó adentrarse al bosque, cuando la idea de los rebeldes apareció de nuevo en mi mente. En realidad todo estaba demasiado calmado para haber disturbios, los había visto hace poco y no eran nada parecido a la paz que había alrededor.