POV ALEXANDRE
No estaba consciente de la amplitud del tiempo, si había pasado una década desde que me levanté aturdido o apenas 5 segundos.
Tampoco era consciente del material que se había utilizado para esa crema infernal. Había cosas que no quería saber, por ejemplo la reacción de aquella mujer, debía ser implacable, tampoco quería saber las palabras que me diría. Sabía que aquellas amenazas que salían de su boca no estaban vacías.
Sin meditarlo dos veces, di un paso al exterior de aquel cuarto.
La cabaña tenía paredes de madera pintadas de blanco, estaba decorada de forma cálida, maximalista, en su mayoría con detalles, texturas y telas de diferentes colores. Había sabanas con bordados de colores fríos y una chimenea que no solía estar apagada mucho tiempo.
Golpeando sus dedos en la mesa del comedor, estaba la cruel y hermosa realidad esperándome. Cuando desperté , aparte de estar aturdido, estaba instruido de que no sería fácil zafarse del insulto que esta mujer me iba a propinar. Pero ahora mirándola tan serena y sin ninguna preocupación, estaba más fascinado que espantado.
¿Envenenó mi comida? ¿Iba a matarme con una de esas dagas que ocultaba?
—Buenos días— hablé entrando en la sala.
Ella me analizaba con una expresión neutra. No dijo ninguna palabra, solo apunto al plato que estaba encima de la mesa, lleno de verduras frescas y carne.
No expreso ninguna queja mientras me miraba comer, solo me observaba. Donde su vista se posaba dejaba una sensación de prendimiento y un cosquilleo fantasma. Tal vez era su mirada que solía encogerme.
Todo hormigueo inició en mis manos y terminó en mi cuello. Ella trazaba pequeños círculos con sus dedos y hacía que mi concentración estuviese en ella. Dejando el plato de un lado, me dispuse a mirarla por un momento.
Su postura derecha y sus hombros estrechos le daban la bienvenida a la mirada oscura y vacía. Sus labios tenían el pigmento de una fresa y sus ojos...
¿Por qué tenia aspectos que contrastaba consigo misma?
Sus ojos; podría mirarlos toda la vida, morir en ellos y no me quejaría. No podía dejar de mirarlos, era como si fuesen la entrada al paraíso, la noche más oscura.
Haciendo un sonido con mi garganta decidí dejar de mirarla.
— ¿Usted es inteligente?— cuestiono, tenia el presentimiento que seria cruel.
—¿Qué cosa ofensiva tiene que decirme su linda boca?— indague, antes de responderle.
—Nada, solo estoy preocupada por la seguridad que tiene nuestro país— unió sus manos por encima de la mesa— Comenzando por el hombre que recluta los soldados.
—¿Habla del General?— cuestione mirándola.
—Claramente, si él no tiene dos neuronas funcionales para reclutar buenos soldados— con el ceño fruncido, me miro— El país estará perdido.
—Usted es cruel, en especial con el General Blackburn.
—Pero mi boca le parece bonita y mi cara es como la de un ángel— bromeo con mis palabras.
—Y sus ojos—me interrumpió.
—He escuchado muchos insultos referentes a mis ojos, no dirá algo que pueda ofenderme — había algo que no pude descifrar en su mirada.
—En realidad sus ojos son hermosos— admití en voz baja— aunque no combinen con su personalidad.
Casi suelto una carcajada cuando entre en razón de algo curioso, esta mujer era la primera persona en años, aparte de mis hermanos y amigos que me faltaba el respeto.
No me dio ninguna respuesta, solo se detuvo un momento, como sí; cada una de las palabras que salieran de mi boca fuesen la mentira más grande que ha escuchado. No sabía porque, pero la situación se me hacía graciosa.
—¿Qué le causa gracia?— preguntó molesta— ¿De nuevo está pensando que mis palabras son en vano?
—Parece que odia a los soldados.
—Tal vez solo lo deteste a usted— confesó.
—¿También detesta el oxígeno, los pájaros y cualquier forma de vida o cualquier cosa con vida?
—Haga silencio— demandó.
En realidad, nunca me ha gustado estar callado. Detestaba deberle algo a esta mujer y detestaba aún más sus ojos.
Sus ojos negros eran la noche sin luna más hermosa que había presenciado. Una forma de apreciar el vacío y la falta de luz en el cielo estrellado.
Me levanté, con cuidado para poder observar la forma en que sus cejas pobladas se arqueaban con desaprobación. Ella ordenó que me sentara, pero había hurgado en el lugar, ella lo sabía y yo estaba consiente que había cigarrillos en una de las gavetas que estaban cercana a la chimenea.
No escuché cuando se levantó de la silla, tampoco estaba enterado de la cara que hizo cuando abrí una gaveta y tome uno de los cigarrillos. No conseguí fósforo, así que, de una lámpara de aceite encendí el cigarro.
Al tomar una calada sentí que tenía años sin fumar. No lo hacía con frecuencia, solo cuando sentía que algo se me salía de las manos. En realidad todo esto; se estaba saliendo de mis manos.
—Deje de hacerlo— ordeno, me voltee para responderle a Zai.
—Por el amor a los cielos— resoplé tomando otra calada— Lo pagaré si es preciso.
—Fúmese la crema de nuevo si le viene en gana, pero no en mi cabaña —con pasos alargados se aproximó a mi lugar.
Cuando note sus intenciones di un paso atrás, ella intentó tomar el cigarrillo y por defensa propia tuve que levantar el brazo, quedando el cigarrillo fuera de su alcance. Su cara estaba demasiado cerca de mi pecho cuando volvió a intentarlo y seguir fallando. Sus manos temblaban del enojo cuando tome otra inhalada y exhale el humo.
—Deje de hacerlo— seguía demando.
Lo haría, pero me gustaba como sus ojos se hacían más oscuros cuando estaba enojada. Y había otra cosa de esta mujer que me llenaba de una emoción desconocida, su olor. La forma en que su cabello era tocado por la tenue brisa y llegaba a mí, el aroma de flores silvestres y fresas.
—Pídalo amablemente— pedí con media sonrisa— Por favor.