POV: Zai
Sacudí mis guantes llenos de suciedad. Era de madrugada cuando apenas terminé de apilar estas cajas en el nuevo almacén, estaba apenas a 17 metros de distancia de la empresa.
Se suponía que tenía empleados que lo hicieran y que esta labor estaba agendada para mañana, pero había demasiadas voces en mi mente y ni siquiera el bordado o la lectura me ayudaron a despejarme.
Melione y Eliazar estaban de vacaciones, Luccas había ido a visitar a su prometida y Antho estaba trabajando en las fronteras. Ninguno regresaría en 28 días.
Tenía un mes y medio sin mirar a Alexandre; recibía cartas muy seguidas de él informándome de su paradero en el extranjero. Miraba regularmente en los periódicos cómo mantenía reuniones diplomáticas y solo pude mirar su rostro cuando los periódicos lograban tomar una fotografía. Todos ellos me habían dejado sola con mis pensamientos y mi único amigo era mi lindo gato.
No tener a Alexandre cerca hacía que mi trabajo y vida fuesen más fáciles; no lo extrañaba y mi mente se mantenía despejada. Ni siquiera había notado que hace un día no recibía cartas suyas.
Mi bola naranja estaba a unos metros, dormido dentro de una caja mientras ronroneaba.
Tenerlos a todos lejos me hizo trabajar el doble y restablecer un porcentaje de las pérdidas que habían dejado mi vida tambaleando.
Caja tras caja fui colocándolas y enumerándolas en su estante correspondiente, el trabajo de 4 hombres en tan solo unas horas. El jefe de guardias y sus ayudantes me ofrecieron su ayuda, pero solo les pedí que me miraran hacerlo.
Tuve imprevistos; algunos distribuidores vinieron hace algunos minutos solo por casualidad. Estaba segura de que llegaría otro en cualquier momento.
—Señorita, creo que es hora de que se vaya a dormir— dijo el guardia mientras me miraba contar de nuevo las cajas llenas de frascos vacíos—. Tal vez sea un atrevido por despacharla de esta forma de su propiedad, pero ¿no suele cansarse?
—Estoy esperando a un distribuidor— respondí mientras dejaba la lista de lado—. Te preocupas demasiado por mí, un poco de trabajo duro no me viene mal.
Escuché el gran suspiro. Era un señor alrededor de los 60 años, había sido el primer guardia de mi pequeño negocio y, cuando la empresa creció, su puesto también lo hizo. Ni siquiera debería estar aquí, pero se empeñaba en hacer guardias dos noches por semana.
Los pasos de otro guardia se escucharon correr hacia nosotros. El muchacho se detuvo, sosteniendo su pecho por la agitación.
—Señora, la buscan en la entrada—informó, aún agitado —. ¿No es muy tarde para seguir atendiendo personas?
Me giré para mirar al señor Efraín.
— ¿Ahora lo ves? Te dije que estaba esperando a otro distribuidor— sonreí de medio lado, me giré para mirar al joven vigilante—. Y tú, deja de apoyar al cascarrabias.
Caminé sosteniendo aún la tabla de notas y ordenando que apagaran las luces del almacén, atendería a este proveedor y me iría a dormir. Bolita caminaba a mi lado de forma perezosa mientras maullaba con molestia.
Las botas de trabajo habían comenzado a pesarme, la camisa de mangas largas y el cabello desordenado me incomodaban. Sí, estaba jodidamente cansada, era perfecto.
Las grandes puertas se abrieron y mis pies se quedaron quietos. A pocos metros, estaba un hombre vestido de negro en medio de una calle vacía, sus ojos fijos en mí hicieron que se erizara mi piel y que un escalofrío bajara por mi espalda. Él se acercó con media sonrisa en sus labios, todo mientras decía mi nombre despacio y con poca vergüenza.
Después de semanas sin mirarlo... me di cuenta de que lo detestaba aún más.
Estaba vestida solo con ropa de obrero y llena de suciedad. Alexandre parecía sacado de una fotografía perfecta y bien planeada.
—Hola, mi venenoso amor— me saludó con media sonrisa, restando la distancia entre nuestros cuerpos—. ¿Acaso otro ratón te ha comido la lengua mientras no estaba presente?
El cabello de Alexandre permanecía peinado hacia atrás, los lentes en su lugar y los anillos dorados en sus dedos. Todo llamó mi atención, desde la barba recién cortada y el moretón en su mejilla derecha.
Alexandre era el hombre más hermoso que hubiese visto jamás.
—Al fin has llegado— dije en voz baja mientras terminaba de mirarlo con detalle.
—En realidad, debería estar en la estación de tren esperando que digan mi nombre para ir hacia la otra punta del país— admitió, apartando algunos mechones de cabello de mi rostro—. Pero, me parecía aberrante la idea de estar a kilómetros de ti otro día.
— ¿Así que te irás de nuevo? —pregunté, intentando que la decepción no se escuchara en mi voz.
—No demasiado tiempo, estaré el lunes a primera hora en la ciudad.
—Apenas es martes —contesté, dando un paso para tener mayor cercanía.
Si él partía de nuevo, no lo extrañaría.
—Miércoles, mi amor, es miércoles.
Sus labios tomaron los míos en menos de lo que pudiese mencionar alguna palabra, sus manos se deslizaron por mi cintura y me pegaron a él. Alexandre estaba besándome con necesidad y sin ninguna intención de demostrar algún rastro de delicadeza. Su boca y manos me tocaban sin cruzar el límite, pero podía sentir como el calor comenzaba a subir por todo mi cuerpo.
Mis brazos rodearon su cuello y mis dedos tomaron algunos mechones de su cabello. Alexandre me había levantado, colocando su espalda derecha y dejando mis pies en el aire.
Me gustaban los perfumes con un pequeño olor a madera, por suerte, Alexandre siempre utilizaba esa clase de fragancias. Rompió el beso, dejándome de pie a su lado.
—Te ensuciaré si estoy muy cerca— dije, intentando alejarme un poco.
Alexandre volvió a acercarse a mí, tomándome por los hombros.
—No lo harás, ven, tengo frío si no estás a mi lado— sonreía de forma amplia mientras hablaba.
Mis brazos rodearon su cuello, atrayéndolo hacia mi cuerpo en un necesitado abrazo. Lo necesitaba, aunque intentara convencerme de que estaba mejor sin sus brazos alrededor de mi cuerpo, lo extrañaba.