Monarquía de lágrimas

- ¿Si antes darme un beso?

POV:ALEXANDRE.

La sangre aún goteaba en el mármol. El rey aplaudía mientras sonreía eufórico y el parlamento estaba sentado de brazos cruzados mientras miraban el cuerpo agonizar.

Tal vez un traidor o solo un pequeño placer que el rey deseaba con anterioridad, no lo sabía, acababa de llegar y me vi obligado a escuchar el discurso del rey. No era la primera vez que pasaba este año, el rey se había vuelto repulsivo y sus ideales se habían transformado en algo que ya no reconocía.

Tal vez en algunos meses le ponga un alto, pero hoy no, estaba cansado.

La sala del trono era igual de grande que la vanidad del rey, llena de oro, gemas y la mejor piedra para sus paredes y pisos.

Mi espalda estaba cansada, mi cuerpo colapsaría pronto. Acabo de llegar de un extenso viaje y fui arrastrado a este infierno, me tomó más de una semana, como le dije a Zai en mi anterior visita. ¿Ella estaría enojada? Le prometí que estaría aquí mucho antes, pero no pude cumplir esa promesa.

También prometí dormir, pero no había pegado un ojo en ningún momento. Estaba agotado... Ya no era algo solo físico, quería sentarme a llorar por el peso en mis hombros y el dolor de mis manos. Eran pasadas de las 10 de la noche y mi piel ardía.

¿De qué me servía tanto dinero o el poder que ahora tenía, si siempre estaba sintiéndome miserable?

—¿No creen que fue lo correcto? —preguntó, apuntando el cuerpo—. Después de todo era un traidor.

No lo era, solo él había decidido que debía morir. Casi todos aplaudieron los actos del rey mientras asentía, pero mis ojos estaban cerrándose por sí solos.

—Lamento haber llegado tarde y no saber los actos del lord— dije colocándome de pie— Pero esto perjudicará la extensión del ferrocarril.

— ¿Algún punto a tocar? —preguntó el rey, estirando su cuello de forma exagerada mientras abría sus ojos.

—Solo entiendo lo que se menciona en las reuniones que usted dirige, señor—mentí, mirándolo a los ojos— Si me disculpa, tengo tropas que comandar después de casi dos meses viajando sin ningún descanso en discusiones diplomáticas. Le daré un informe presencial el fin de semana.

—Apenas es lunes, Blackburn—contestó, mirando el cuerpo— ¿Algo que sea de suma importancia?

—Coger y dormir— dije, caminando hacia la puerta— Señores, nos veremos luego.

Escuché decir alguna frase al rey, pero solo me apuré a recorrer el camino hacia la salida. Mis pisadas dejaron un rastro de sangre por toda la cerámica, estaba a punto de entrar a mi auto cuando escuché la voz de mi hermano en mi costado.

—Te ves como el infierno mismo— dijo, cerca de mí— ¿Estás enfermo? ¿De nuevo estás teniendo problemas para dormir? ¿Es por culpa de lo de Em-?

Interrumpí sus palabras, no deseaba escuchar su nombre. A duras penas había evitado su presencia, su recuerdo y las consecuencias de sus palabras todo este tiempo. Estaba a punto de flaquear y rendirme en esta guerra conmigo mismo y... mi madre.

No podía perder contra ella. Ni siquiera estaba aquí, así que perdería contra mí mismo.

—Tengo cosas que hacer, a diferencia de ti—intenté seguir caminando, mirando la hora en mi reloj— ¿Se te ofrece algo?

Mi hermano me miró por algunos minutos, pero solo extendió una carta con la caligrafía de Max y dijo que la acababa de traer; además no había esperado por mí. Cuando abrí la carta y miré su contenido, no hubo leyes de tráfico que me detuvieran, peatones o mi propio cansancio.

La carta era específica, Zai tuvo un accidente y Aurora se dedicó a cuidarla por algunas horas.

¿Qué le había pasado? ¿Las personas que la estaban cuidando eran inútiles? ¿Acaso debería contratar más seguridad?

Para los vecinos de Zai tendría que ser un hábito mirar un auto mal estacionado en su urbanización. Los toques en la puerta fueron rápidos, pero al notar que nadie respondía, comenzó mi desesperación. Podía escuchar un pequeño ruido detrás de la puerta, pero nadie que respondiera.

—¡Zai!— grité, tomando el picaporte y preparándome para derrumbar la puerta—¡Zai!

La puerta se abrió de repente, Zai estaba de pie enfrente de mí con el ceño fruncido y una mueca en su boca.

—¿Alexandre?—preguntó sorprendida mientras me examinaba con la mirada en la puerta de su hogar.

Tomé sus hombros y examiné cada parte visible de su cuerpo, no había nada que fuera mortal.

— ¿Cómo carajos estás de pie? —pregunté, aún jadeando— ¿Acaso no acabas de salir lastimada?

—Vaya que Aurora exageró, solo fue una pequeña caída— admitió, mirándome extrañada— Alexandre... ¿Tú estás bien?

— ¿Acaso no me veo bien?

Zai me miró con detenimiento, tomó entre sus manos mi rostro y revisó cada detalle. Su silencio respondió mi pregunta, sí, me miraba fatal.

—Hola, mi amor— dije, observándola de cerca.

—Hola, Alexandre— respondió con una media sonrisa— ¿Se te está haciendo costumbre querer derrumbar la puerta de mi casa?

—Tal vez necesites volver a decorar y estoy ayudándote— alce mis hombros con indiferencia— O solo deberías darme una copia de la llave.

—Sospecho que tú fuiste quien caíste de las escaleras.

Zai me dejó pasar y me pidió que me recostara en su sofá. Saqué un cigarrillo e intenté buscar el encendedor en mis bolsillos, pero no llegué ni siquiera a unirlos o que este llegara a humear. La mano de Zai tomó el cigarrillo y lo dejó encima de una pequeña mesa algo lejana.

—Creía que llegarías hace 12 días— dijo, mirándome a los ojos—. Cena junto a mí, Alexandre.

—Lo lamento...

—No estoy reprochándote nada. Solo te estoy pidiendo que cenes conmigo.

Me coloqué de pie, sostuve mis caderas y comencé a seguirla hacia el comedor, pero antes, creo que se me ha olvidado un pequeño detalle.

— ¿Si antes darme un beso? —pregunté, acercándome poco a poco— ¿Acaso no te han dicho que es de mala educación saludar a los generales sin un beso?




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