Monarquía de lágrimas

-Ahora estamos juntos, Blackburn

POV: ALEXANDRE

Las paredes eran angostas cuando ingresé a la mansión Blackburn con un nudo en la garganta y el corazón escurriéndose entre los dedos. Mi mandíbula temblaba sin control y mi pecho se apretaba en cada respiración.

Los Blackburn permanecíamos reunidos en esa habitación que jamás se me fue permitida entrar; siempre era advertido de consecuencias inimaginables, ahora lo entendía. Todos teníamos los ojos rojos y los labios temblorosos, impresionados y abrumados por las nuevas noticias.

Nadie hablaba, permanecíamos quietos, con temor a mencionar la palabra equivocada.

Sus manos sostenían una carta con la caligrafía de Emma. Thomas Blackburn estaba sentado con la correspondencia entre los dedos, mirando el cuadro del hombre que adoraba con los ojos enrojecidos.

Mi verdadero padre.

Ojalá no hubiese ido nunca a hablar con Emma, tal vez vivir en la ignorancia era mucho más fácil que el dolor que habitaba en mi pecho.

Hace algunas horas, cuando escuché la puerta de la habitación de Emma abrirse, temblé. La palidez del rostro de Aurora fue lo primero en llamar mi atención, sus dedos sosteniendo con fuerza su vestido y su mirada permanecía ausente en cada movimiento.

Aurora dio algunos pasos por el pasillo, sosteniéndose de las paredes mientras susurraba palabras que no logré escuchar. Aunque intentara llamar su atención, no podía hacer que se fijara en mí. El vómito golpeó la cerámica antes de que pudiésemos prevenirlo.

El grito de dolor de Aurora abrió mi pecho y estrujó mi corazón. Di algunos pasos para ayudarla, pero Zai estaba adelantándose mientras miraba la habitación a la que debía ir.

—Ve... yo la ayudaré.

Con temor y sin ninguna explicación de lo sucedido a mi amiga, entré a la habitación donde mantenían retenida a Emma por su propia seguridad.

La habitación estaba casi vacía, manteniendo todo lo que pudiese lastimarla lejos, pero ninguno entendía que Emma no necesitaba un cuchillo para herir, ella era un arma.

Cada día que observaba a mi madre, siempre había una amargura inexplicable en su mirada. En casi 29 años nunca noté a mi madre sonreír con tanta dulzura, pero lo que habitaba en sus ojos no era cariño, era un sentimiento retorcido que salió a la luz después de largas semanas sin alcohol.

Su expresión me detuvo, reteniendo las palabras que deseaba decir al llegar, quedándose atascadas en mi garganta.

Me senté enfrente de ella, intentando ignorar las vendas en sus muñecas y temeroso de lo que fuese a salir de su boca.

—Emma —susurré su nombre.

—Has adelgazado.

—¿Qué le dijiste a Aurora?

—Nada que no fuese cierto, pero esa es una historia que aún no debes escuchar...

Emma evaluó mi aspecto con detenimiento, quedándose algunos segundos en las gafas que había comenzado a utilizar con frecuencia para evitar la jaqueca.

—Alexandre, ¿Quieres saber cómo conocí a los Blackburn?

Entrecerré los ojos con algo de duda, pero asentí de todos modos.

—Cuando apenas era una joven muchacha y mi belleza destacaba del resto, mis padres tomaron la valiente decisión de venderme a una famosa cortesana.

¿Cortesana?

Sus palabras fueron lentas, aunque la sonrisa se desvanecía por algunos segundos, después regresaba con mayor intensidad.

—En el cabaret se mencionaba de forma constante la llegada de dos jóvenes visionarios. Nobles que seguramente serían clientes en un futuro y varones de alta cuna que podrían pagarnos bien por nuestros servicios.

Las palabras me impresionaron. Coloqué mi espalda derecha mientras observaba a Emma.

—¿Clientes? —pregunté, mirando a mi madre con extrañez—. ¿De qué estás hablando?

—No seas estúpido, Alexandre, sabes bien de qué te estoy hablando —murmuró entre dientes—. ¿O acaso quieres un ejemplo?

—Yo...

—¡No me interrumpas, esta es mi historia! —reclamó, golpeando la mesa y volviendo a su estado de calma— Como decía, jóvenes y ricos nobles.

Su sonrisa se ensanchó mientras hablaba. El dolor en los ojos de mi madre era tan agudo que podría sentirlo sin necesidad de seguir escuchando la historia.

—El día que conocí a los Blackburn me vistieron con la seda más costosa y le prometí a mi... señora que captaría la atención de esos jóvenes adinerados —Emma relamió sus labios, deteniéndose algunos segundos—. La primera vez que mire a Thomas Blackburn, supe que él se enamoraría de mí. Los hombres que aman demasiado están condenados a mujeres como yo —continuaba manteniendo esa sonrisa falsa en sus labios—. Él era un hombre de alta cuna que alardeaba de su comodidad y yo solo era una niña miserable vendida por sus padres para pagar sus cuentas —una pequeña risa se instaló en su garganta—. Thomas siempre ha necesitado proteger algo para probar su fortaleza y yo necesitaba brazos cálidos que me sostuvieran mientras me arrastraban fuera de ese hueco que se hizo mi infierno.

El silencio era casi palpable, me mantuve callado mientras la observaba con cuidado. Agobiado por la declaración de su pasado.

—Nunca he sentido que tengo un hogar, no uno verdadero, aunque llenara una mansión con mi esencia, jamás podría permitirme tener algo tan valioso como un cálido hogar. Pero Thomas encontraba la forma de acomodar un rincón de nuestra casa para que sintiera algo parecido a la comodidad.

Emma se tomó un momento, mirando una esquina vacía y volviendo a centrar su atención en la conversación.

—Aunque casi pierde su título por casarse con una dama de una sola noche, él continuó a mi lado. Nunca imaginé que él me adorara —sus ojos miraban a los míos fijamente—. Ni siquiera en nuestra noche de boda decidió tomarme, aun lo recuerdo, platicamos tomados de la mano mientras escuchaba cuánto adoraba pintar y deseaba retratarme. Thomas Blackburn era un hombre digno de una dama antes de conocer a una mujer que nunca mereció esa faceta de él.

—¿Thomas adoraba pintar? —pregunté en voz baja.




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