Monarquía de lágrimas

-Es un mal hábito sin importancia.

POV: ALEXANDRE

Ajustaba los lentes en el puente de mi nariz. La montaña de papeleo que tenía que firmar me sorprendió la noche anterior, demasiado tiempo concentrándome en la familia, me distrajo de lo importante: el dinero, el poder y mi mujer.

Ordené que quemaran algunas cartas de mis anteriores amantes, ni siquiera me tomé el tiempo de leerlas, excepto una de ellas. Manteníamos acciones en un mismo patrimonio, lo leería más tarde.

—¿Crees que la señorita Aurora deje de odiarme en algún momento? —preguntó Julia, interrumpiendo mi lectura.

Desvié la mirada de los papeles, concentrándome en la adolescente que me observaba con molestia.

Julia perseguía a Aurora por la mansión, los jardines y la cocina. En ocasiones ni siquiera le dirigía la palabra, solo la miraba mientras invadía su espacio.

Mi amiga no la odiaba, simplemente le incomodaba que hubiese una mujer Blackburn criada por Emma.

—Solo debes darle tiempo, Aurora es una gran mujer —respondí, apoyando mi cabeza en las paredes del carruaje—. ¿Por qué insistes tanto en ella?

—Me agradan las personas rubias.

—¿Por eso vives haciéndole ojitos a mi mejor amigo?

Julia giró los ojos, mostrando fastidio a mis palabras.

—Puedo internarte en un convento y recluirte ahí el resto de tu vida si continúas coqueteándole a los hombres que me rodean, Julia —volví a los papeles mientras hablaba—. Concéntrate en tus futuras obligaciones.

—Sí, internar y alejar a las personas siempre es tu mejor solución para deshacerte de los estorbos de tu camino de gran general. Te funcionó con mamá, ¿Por qué no te funcionaría conmigo?

Mi atención volvió a ella. El entrecejo fruncido o la vena que sobresalía de su frente mientras estaba enojada o a punto de llorar me advirtieron que volvería a molestarme esta conversación.

—Eso hacen los hombres con poder, Julia —dije, manteniendo mi voz alta—. No te daré ninguna explicación.

—Déjame ver a mamá.

—Gánatelo.

Julia mantuvo algunos segundos de silencio. Apretando los puños en la falda de su vestido mientras su cara se arrugaba con asco.

—Eres un canalla —susurró, mirando por la ventana—. Un canalla con dinero, la peor aberración entre los hombres.

Esta pequeña mujer jamás dejaba de pelear conmigo, se metía a mi despacho cuando estaba en reuniones y comenzaba a discutir sobre la decoración de su habitación. Se levantaba temprano a correr a mi lado mientras reprochaba mis acciones, en cada ejercicio se mantenía a mi alrededor buscando alguna forma de hacerme explotar.

En cada entrenamiento comenzaba a decir que debía trabajar mejor mi cuerpo antes de que envejeciera. Pero conocía esa artillería, eran las mismas acciones que tomaba cuando deseaba una reacción que pudiese perjudicar a alguien.

Por lo menos peleaba conmigo. Donovan y ella solo cruzaban miradas en los pasillos mientras ambos me perseguían por el lugar exigiendo mi atención. Competían por quién me atormentaba más. Con Harry la historia era diferente, Julia parecía tenerle alergia a nuestro hermano mayor.

—No discuto con personas que roban mis pinceles y husmean en la habitación que les prohibí visitar —dije, quitando mis lentes y estrujando mis ojos—. Si entras de nuevo a mi estudio, me molestaré.

—Estamos a mano, sé que criticas mis pinturas —cruzó los brazos sobre su pecho, aun mirando la ventana— Señor perfecto.

—Tu perspectiva es horrenda, tus sombras están mal colocadas y ni siquiera entiendes bien cómo se diluyen y secan las acuarelas. Criticaré tu técnica hasta que la perfecciones—sonreí mientras la miraba—Sin mencionar el poco conocimiento que tienes sobre la teoría del color.

—¿Sí? ¿Quién me enseñará? —preguntó, girándose para enfrentarme— ¿El caballero que solo pinta en óleo y espera meses para su secado?

—Claro que no, no gastaré mi tiempo en enseñarte. Uno de mis mentores lo hará, es un hombre paciente y apasionado por la misma técnica que adoras —respondí, notando que habíamos llegado a nuestro destino—. Te sugiero que seas amable con los Blagden. Tu futura cuñada está ansiosa de conocerte.

—No deseo hacerlo, hoy no —colocó su mentón en alto—. Solicito una reunión con la señorita Zai, es la única mujer que me interesa mirar ahora.

—No.

—¡Eres un hombre egoísta! —me señalaba— Tienes días evadiendo que me reúna con ella porque sientes celos de cualquiera que se le acerque.

—Di mi palabra, Julia; y mi respuesta sigue siendo la misma. No

Cruzo las piernas con rabia, volviendo a desviar la mirada.

—Si no me dejas reunirme con la señorita Zai. Demostrare todo lo que he aprendido durante años —alzó su voz—. Abriré mi escote al conde y mostraré mis mejores atributos. Enviare besos apasionados a su hijo y pondré los ojos en blanco a su esposa —amenazo, apuntando mi pecho—. Escupiré los zapatos de sus hijas mientras recuesto mi cuerpo al de su padre. Por último, bailaré mientras el vino cae y trasparenta mi vestido para que todos noten el encaje que llevo debajo de mi falda.

Me quedé mudo, notando cómo su cara se colocaba roja en cada palabra. La carcajada salió con fuerza de mi garganta mientras aplaudía con rapidez.

—No seas ridícula, Julia —seguía riendo mientras limpiaba las pequeñas lágrimas que salían de mis ojos—. Me amenazas de la misma forma que nuestra madre lo hacía. Y para tu información, te golpearía antes de que intentaras lo primero.

Julia tomó una gran cantidad de aire, dejando caer su cuerpo en el asiento mientras se removía con brusquedad, gritando sus quejas.

—Tu berrinche solo me hace reír —miraba de nuevo los papeles mientras sonreía—. Está bien, te dejaré ir.

Se detuvo de repente, mirándome con atención.

—¿Cuál condición tienes para mí?

—¿Por qué asumes que tengo una condición, Julia? ¿Qué tan cruel crees que sea?

—No seas hipócrita, Alexandre. Los hombres como tú siempre tienen condiciones a sus favores.




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