Monarquía de lágrimas

¿Acaso has cambiado de opinión?

POV:ZAI

El mantel manchado y el piso desordenado hacían que mi cabeza estuviese a punto de estallar. Dejé apilados los platos encima de la mesa, girándome para tomar al niño entre mis brazos.

—Papá está a punto de llegar —susurré contra su mejilla—. Si duermes temprano, podré leer tranquila.

El chirrido de la puerta me alertó. La figura entró repleta de nieve, sosteniendo algunos pescados y dejándolos cerca de la entrada. Benjamín se bajó de mi agarre con rapidez, lanzándose a sus brazos sin decir nada en el camino.

—Lograrás atrapar un resfriado si no te cambias pronto —dije, quitando la pesada chaqueta de sus hombros—. Siéntate a comer, se arruinará.

Él se detuvo antes de llegar a la mesa, sacando de sus bolsillos un pequeño libro envuelto en tela. Sonreí al mirarlo, no dudé en limpiar mis manos para evitar arruinarlo.

—Feliz cumpleaños, Zai —dijo, sobando mi cabeza con cuidado.

—¿Es mi cumpleaños? —pregunté, sintiendo como una gota de sudor bajaba por mi espalda—. No lo recordaba, en realidad, no deseaba hacerlo.

—¿Podrías no tener pesadillas? En verdad estoy cansado para consolarte hasta tarde.

—Lo intentaré —susurré, leyendo el título del libro—. ¿Un poemario? En verdad es hermoso. ¿Maximiliam Muller? Jamás lo había escuchado.

Un pequeño estornudo provino de Benjamin. Con cuidado dejó el libro en la mesa, apresurando el paso para apartarlo de la puerta y llevarlo hasta la chimenea.

Me retiré hacia el cuarto, buscando algunas sábanas para cobijarlos. El salón volvió a recibirme, pero ni siquiera las cenizas de la madera me acompañaban.

—¡¿Benjamin?! —pregunté en voz alta—. ¿Benji? ¿Bebe, están jugando? ¡Albert!

De nuevo, una pequeña tos se escuchó detrás de mí. Me di la vuelta para observar si Benjamin me jugaba una broma de mal gusto.

Su cabello caía sobre su frente, manchando el vestido con la sangre que goteaba desde su boca. Di un paso atrás, colocando una mano encima de mi corazón, intentando ignorar el retumbar que no me dejaba quedarme quieta.

—Tú... —me apuntó con una daga oxidada—. Tú...

Retrocedí con rapidez, cayendo hacia atrás y hundiéndome en el vacío. La oscuridad no me dejó avanzar, siendo cómplice de que sus manos se colocaran en mi garganta.

—Déjame en paz —grité—. Maldita sea, te maté, te dejé atrás.

¡Muérete de una buena vez!

Ella se acercó a mi oído, susurrando dos pequeñas palabras.

—Lo robaste.

El suelo me recibió, mi espalda chocó contra una suave alfombra. Me levanté, pasando las manos por mi cuerpo para verificar que no estuviese herida y que nadie me había lastimado.

Mi corazón seguía manteniendo el ritmo apresurado que no me dejaba tragar saliva. Llevé las manos hacia mi cuello, verificando que nadie estuviese apretando con rabia.

Presto atención a mi alrededor. Lo primero era darme cuenta de las maletas aún cerradas en el piso, el reloj marcaba las 4:30 de la tarde. Hace 55 minutos llegué de mi viaje.

Recuerdo bañarme y colocarme ropa cómoda. La pequeña, pero desastrosa, siesta duró apenas 15 minutos, lo suficiente para desatar un caos en mi mente.

Tomé un vaso de agua cercano y lo llevé a mi boca, intentando que la amargura desapareciera. Un pequeño ruido me alertó; era tan difuso que casi logró pasar desapercibido. Si no fuese porque Antho estaba de viaje, me quedaría tranquila.

Sostuve el arma detrás de mi espalda, girando el picaporte con cuidado mientras comenzaba a caminar.

—¿Tuviste un mal sueño, Zai? —preguntó, ojeando el periódico sin preocupación.

Mantenía una postura relajada mientras sus piernas permanecían abiertas en el sofá, no me preparé lo suficiente para que sus ojos se colocaran en mí. Alexandre tenía el cabello recién cortado, todo peinado hacia atrás.

Los anillos de oro en sus dedos me distrajeron lo suficiente para no observar las mangas remangadas hasta los codos.

—Cierra la boca —ordenó, apoyando su mejilla en la palma de su mano con una expresión seria—. ¿No me saludarás como es debido o has olvidado tus modales?

Comencé a moverme a su lugar, dejando el arma a un lado. La pequeña sonrisa en mis labios desapareció despacio. Mi mente me advirtió que Alexandre estaba aquí, cuando nadie le había abierto.

Di un paso atrás, frunciendo el ceño.

—¿Cómo carajos entraste? —pregunté, cruzando los brazos encima de mi pecho.

Alexandre sonrió despacio, aun con la mejilla en la palma de su mano.

—Tengo una copia de tus llaves —admitió sin remordimiento—. Estaba dejándola para casos de emergencia.

La sorpresa hizo que llevara mi mano a mi boca.

—¿Acaso te estás escuchando hablar? —pregunté, dando otro paso hacia atrás—. Alexandre, no puedes tomar un derecho que aún no te he concedido.

—¿Aún no me has concedido? —continuaba sonriendo—. Así que pensabas darme una. ¿No es romántico que adivine tus acciones para restarte esfuerzo?

—¡Deja de voltear todo a tu favor, estuvo mal!

La sonrisa de Alexandre desapareció por algunos segundos, pero volvió a colocarse casi de inmediato. Su cuerpo se enderezó sin perderse ninguno de mis movimientos.

—Alexandre.

—Sé que no estuvo bien. Pero debía hacerlo —observaba sus uñas sin preocupación—. No lo entenderías.

—No entiendo la mayoría de tus acciones porque no te detienes un segundo a explicarlas —volví a cruzar mis brazos—. Es tu momento para hablar.

—¿Y qué gano a cambio?

—¿Continuar respirando el mismo aire que tu novia y que finja que no eres un descarado de primera clase?

Alexandre tomó un momento para respirar despacio. Alzó una mano hacia mí, pidiéndome que me acercara.

—Al principio lo hice porque detesto no tener el control de todo... —admitió sin titubear—. Pero en verdad, temo que vuelva a necesitar arrancar el picaporte si te retiras del resto.

—Esa no es una buena excusa.

—Es la única que tengo.




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