Monarquía de lágrimas

-Los Blagden están relacionados.

POV:ZAI.

Aunque metiera varios caramelos a mi boca, la sensación amarga no dejaba de aparecer en mi saliva. El pequeño ardor de mi labio inferior mitigaba los nervios, pero si seguía mordiendo, no tardaría en sangrar y manchar el vestido.

Me prometí que jamás tendría miedo, aunque ahora mis tobillos no dejaran de temblar en cada movimiento. Apreté el instrumento contra mi pecho, intentando encontrar otra forma de mitigar el cosquilleo. Las bocanadas de aire tampoco ayudaban demasiado y mucho menos si tenía a un gran idiota fallando en apoyarme.

—Mi amor, no estás enlistándote en la guerra.

—Si no tienes nada bueno que decir, podrías hacer silencio.

Alexandre sonrió. Tenía el codo apoyado en la puerta del carruaje, reposando su mejilla en su mano hecha puño. El espacio reducido dejaba nuestras rodillas chocando entre sí.

Sus ojos me recorrían despacio, quedándose algunos segundos en mis mejillas.

No eran necesarias las palabras, su respiración lenta cada que mi cuerpo se movía hablaba por sí sola. Cómo su mandíbula se apretaba y la manzana de su garganta se movía al tragar saliva con fuerza.

Era consciente de muchas cosas que no corregía por inseguridad. Para mí, la extravagancia en el vestir era un arma que jamás se mencionaba. No importa que, si empuñara una daga, si no tenía algún vestido pomposo lleno de diamantes, era una presa fácil. Cada vez que el maquillaje marcaba mis rasgos y las joyas brillaban, nunca dudaba de que pudieran hacerme daño.

Arreglé mi cabello con el peinado de la temporada, dejando mi rostro despejado y un delicado tocado cayendo con suavidad en mi frente. Maquille mis mejillas, manteniendo un leve rubor que parecía natural y un tenue color en mis labios.

Pero, ahora con un vestido sencillo y un peinado alto que suavizaba mis rasgos, sentía que cualquiera podría derrumbarme. Había ido con personas que me ayudaran a estilizar mi vestimenta acorde a mi edad, todos llegaban a la misma conclusión y hacían la misma pregunta.

¿Por qué insisto en vestirme con ropa que me agregaba años?

Nunca pude vivir mis años más prematuros, la adolescencia fue un estado de supervivencia que me marcó. Ahora, solo deseaba que quien me viera, notara que yo podría dañarlo si se atrevía a tocarme.

Era un debate conmigo misma, lo que diseñé en un pasado para protegerme y lo que ahora intentaba desarrollar para estar más tranquila.

Vestía la colección más sencilla de Melione. Sin duda era hermosa, aunque no era la Zai que todos conocían. El lila era llamativo, pero no era deslumbrante.

—¡Deja de mirarme tanto y dime qué opinas! —alcé la voz, apoyando mi espalda—. ¿Crees que me veo bien o parezco idiota?

Alexandre, quien ya había repasado cada centímetro con detalle, volvió a recorrer mi cuerpo, tomando algunas pausas.

—Eres hermosa.

—Gran descubrimiento —bufe, intentando ocultar lo irritada que estaba.

—Joven, realmente olvido que apenas tienes 23 —admitió, abriendo las piernas e inclinándose hacia mí—. Es hora de que sigas sin mí, Zai.

Desvié la mirada, aun mordiendo mi labio.

—Fue un gran error intentar cambiar. ¿A quién intento engañar? —bajé la mirada, sintiendo cómo mis ojos picaban y las lágrimas amenazaban con salir—. Soy una tonta.

—Pero dijiste...

—¡Maldigo mis palabras, no quiero entrar a ese lugar y sí!

Trague con fuerza, casi retorciéndome de angustia.

—¿No se supone que Aurora estaría en este lugar?

—No tiene clases hoy y está visitando a su abuela.

Las manos de Alexandre tomaron mis hombros con delicadeza, obligándome a verlo. Los lentes se resbalaron del puente de su nariz, dejándome mirar sus ojos con más claridad.

—Zai, eres la mujer más valiente que conozco.

—Entonces no me conoces lo suficiente, no soy valiente de nada, huyo, huyo cada vez que puedo —negué con brusquedad, cerrando los ojos con fuerza—. Quiero irme a casa.

—Si pudiese entender tu temor, podría ayudarte.

—A todo. Maldita sea.

—Esta academia es enorme, nadie te notará.

—¿Sí les parezco muy grande para hacer esto?

—Eres apenas una jovencilla.

Detestaba esa palabra, pero esa no era la razón de mis próximos reclamos. Continúe discutiendo hasta que Alexandre no tuvo más palabras.

El carruaje quedó en silencio cuando mis palabras cesaron. Abrí los ojos, esperanzada de que Alexandre se hubiera cansado y me dejaría tranquila, pero, sus rodillas se flexionaron para acercarse, casi arrodillado, esperaba con paciencia que mis movimientos se suavizaran.

Acuno mi rostro, la piel de mis mejillas permanecía tibia comparada con sus manos frías. El pequeño espacio hacía que nuestro aliento se mezclara.

—Eres la menor en esa sala—sus palabras fueron suaves. Aclaro la confesión después de mirar su ceño fruncido —Cuando me dijiste que deseabas inscribirte, pedí un listado de todos quienes estuviesen en el lugar. Confía en mí, ¿crees que te podría poner en una situación complicada?

—Alexandre.

—Bájate —exige sin expresión alguna.

—¡Estás siendo cruel!

—Me obligaste a prometerte que te haría entrar a ese lugar, cuésteme lo que sea, y me amenazaste con patear mi trasero si no conseguía convencerte.

Lo hice.

—Estaré justo aquí cuando termines. —beso mi frente.

—¿Y si un hombre guapo me coquetea?

La carcajada rebotó en las finas paredes. Terminó de inclinarse, mordiendo la herida que provoque en mis labios después de un pequeño beso.

—No hay nadie más atractivo que yo en esa sala.

Alexandre volvió a acomodarse en el carruaje, haciendo señas al cochero para que abriera la puerta.

Colocar un pie fuera del carruaje removió mi estómago. El frío que comenzó a subir por mi garganta casi me hizo vomitar. Sincronice mi respiración con mis pasos, intentando ampliar mi capacidad respiratoria para no morir de un infarto.




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