Mónica El Legado Prohibido

LA HERIDA DEL CIELO

Dicen que antes de la primera aurora, cuando el mundo aún temblaba en el abismo que lo cubría todo, que parecía devorar el tiempo. Un vacío primigenio. Silencio absoluto. Oscuridad. Nada existía… hasta que un destello rompió la nada.

Y fue la luz.

Fue entonces cuando una pluma descendió desde lo alto, blanca y temblorosa, hasta rozar el vacío. El aire se estremeció, y de aquella vibración nacieron los primeros destellos. Las brasas se tornaron coros, y de los coros surgieron figuras aladas y con resplandor. Querubines rodearon el trono donde reposaba el Nombre YHVH, imposible de pronunciar. Todo era orden, hasta que un fulgor más intenso que los demás se erigió sobre el conjunto: un ángel sabio, soberbio, sublime.

Lucifer.

Sus alas, blancas como el día primero, ocultaban un deseo oculto: ser más alto que el mismo trono que sostenía. De sus labios brotaron murmullos, dulces como veneno, que enredaron a una tercera parte de las estrellas. Y el cielo, antes intacto, se quebró con un estruendo que aún resuena.

De aquella grieta descendieron los que vigilaban, los que nunca debieron rozar la tierra.

Sus alas, ennegrecidas por deseo y soberbia, dejaron cicatrices en la creación.

Los hombres los llamaron dioses. Otros, ángeles caídos.

Pero hubo quienes aprendieron su nombre verdadero: Vigilantes.

De su unión con la carne nació una estirpe prohibida, mitad luz, mitad sombra… criaturas destinadas a errar entre dos mundos, llevando en su sangre el eco de una guerra que jamás terminó.

Los Vigilantes de la humanidad fueron encerrados… por ahora. Pero la historia no había terminado. Desde entonces, los Vigilantes dejaron su huella en templos y pirámides: inscripciones en lenguas que arden al ser leídas, advertencias escritas con fuego y ceniza.

Entre ellas, una profecía: que el día en que la herida del tiempo vuelva a abrirse, fuerzas que no pertenecen a este mundo atravesarán el velo:

«Nacerá la Elegida. Reunirá a los elegidos. Traerá justicia ».

Y entonces, la realidad misma se torcerá, hasta que todo lo que llamamos vida no sea más que vestigio en la memoria de Dios.

Yo no lo sabía entonces.

Yo era solo una niña escuchando cuentos, sin entender que aquellos susurros eran parte de mi historia. Que la profecía no hablaba de tiempos antiguos, sino del tiempo que yo debía enfrentar.

Porque en el corazón de cada sombra hay una advertencia, y en el final de cada advertencia…

comienza mi destino.




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