Monique Devil

Prólogo. ¿Cómo nos conocimos, preguntas?

Prólogo.
¿Cómo nos conocimos, preguntas?

Aquello había sido una pregunta inocente, salida de los labios de una niña de ocho años, que se arrepentiría casi de inmediato de haberla hecho. Como era habitual en su padre, en lugar de dar una respuesta simple y rápida, hizo de todo el asunto otro de sus momentos de pompa e innecesaria efusividad.

Los tres se levantaron en ese mismo momento de la mesa del comedor, con su cena aún a medio acabar, y pasaron a sentarse en la sala; sus padres lado a lado en el sillón grande, y la pequeña enfrente de ellos en el sillón más pequeño. Su madre y ella se encontraban expectantes, y a la vez temerosas, por lo que su padre estaba por decir. Aun así, ninguna hizo intento alguno por detenerlo; sabían que resultaría inútil.

Tras carraspear un poco y sentarse derecho en su asiento, su padre comenzó con la narración, que fue más o menos así:

—Hace mucho, mucho tiempo, yo era conocido como el gran Señor del Mal; soberano de las fuerzas del Submundo, el más grande hechicero oscuro con vida, y el único elegido para controlar y mandar todo lo que existe. Logré dominar ciudades enteras, derrotar a cientos de legiones, y hacer que mi reino se extendiera hasta donde alcanzaba la vista. Aquellos realmente fueron buenos y grandiosos tiempos.

»Pero un fatídico día, llegó ante mí esta heroína entrometida y molesta, con su espadita brillante y mágica, queriendo arrebatarme todo lo que era mío por derecho. Sin razón aparente; quizás estaba aburrida, sin nada que hacer o algo así. Y yo, obviamente, no iba a dejar que se saliera con la suya tan fácil.

»Tuvimos una extensa y extenuante batalla; ¡de proporciones Apocalípticas!, se podría decir. Nuestros poderes eran demasiado similares, y parecía que ninguno saldría victorioso. Pero para desgracia mía, y por ende del mundo entero, esa odiosa heroína logró derrotarme usando sus sucios trucos. Y no conforme con eso, se atrevió despojarme de todos mis maravillosos poderes usando un monstruoso hechizo; ¿no te parece eso lo más grosero que has oído?

»Cómo sea, derrotado y humillado, esperé con honor mi inevitable destino. Incluso ya tenía preparadas mis palabras finales, y eran realmente buenas; de sólo recordarlas me dan escalofríos y se me llenan los ojos de lágrimas. Pero entonces, antes de poder tener la oportunidad de pronunciarlas, la heroína sorpresivamente decidió perdonarme la vida… Se agachó delante de mí, me extendió una mano, y empezó con un cursi y rebuscado discurso. Dijo algo sobre que, sin mis poderes, yo ya no era una amenaza para el mundo, y que ésta podía ser una oportunidad para mí de ser una mejor persona, empezar una nueva vida… bla… bla… bla… En realidad, no recuerdo todos los detalles; no puse tanta atención.

»Pero, aun así, logró tener un efecto importante en mí. Y fue en ese momento, cuando la vi directamente a esos hermosos ojos azules, y tomé la cándida mano que me extendía, que entonces lo supe…

Hizo una larga pausa dramática, y entonces se sentó firme, inflando su pecho con orgullo.

—Y esa es la historia de cómo conocí a tu madre —expresó con elocuencia, extendiendo sutilmente una de sus manos, con largos y afilados dedos, en dirección a la mujer sentada a su lado—. Qué interesante e impactante historia, ¿no te parece?

Su hija no respondió; sólo lo miró en silencio, bastante impresionada… y algo asustada. Aunque no por él exactamente, ni tampoco por su historia.

—Se ve que aún no he perdido mi habilidad narrativa —concluyó su padre con jactancia—. Debería de escribir mis memorias como siempre quise hacer. ¿Tú qué opinas, querida?

Se viró al fin hacia un lado, en dirección a su esposa. Y, si lo hubiera hecho mucho antes, posiblemente se habría dado cuenta de que ella no compartía ni un poco su mismo buen humor. De hecho, su rostro se encontraba contraído en una mueca de cólera, y tenía sus puños apretados con tanta rabia acumulada que casi parecía que sus propios dedos terminarían por perforar sus palmas.

—¡¿Se puede saber… —escuchó la niña como su madre musitaba despacio, y abruptamente alzó una mano, tomando firmemente uno de los cuernos de su padre (porque, en efecto, el antiguo Señor del Mal tenía dos cuernos decorando su cabeza, a diferencia de su hija que sólo había heredado uno), y lo jaló hacia ella con bastante agresividad— a quién acabas de llamar entrometida, molesta y odiosa?!

«Sin mencionar cursi y con trucos sucios» pensó la niña, sabiendo que era sensato no decirlo en voz alta.

Su padre soltó un fuerte quejido de dolor por la manera tan poco agradable con que lo sacudía.

—¿Por qué siempre te enfocas en lo malo? —se quejó su padre de mala gana—. ¿No oíste el resto del relato?, ¿cómo la parte en la que hablé de tus hermosos ojos azules?

—¡Mis ojos son rosados!, ¡no azules! —le respondió su madre, aún más molesta, y en el rostro del antiguo Señor del Mal se dibujó una mueca de escepticismo, que no desapareció hasta que les dio un segundo vistazo a los ojos de su propia esposa, y confirmó que su aseveración era correcta.



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En el texto hay: parodia, heroes y villanos, demonios y monstruos

Editado: 18.04.2024

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